La tensión entre ellos era palpable, como una carga eléctrica crepitando en el aire.
Las manos de Abigail se movían despacio y deliberadamente mientras limpiaba los muslos de Cristóbal. No tenía prisa, aparentemente contenta de prolongar su agonía. Los ojos de Cristóbal seguían cada uno de sus movimientos, su deseo evidente en su mirada.
—Mierda... —gimió por lo bajo. Era nada más que tortura para él. Quería sentirla, hundirse en sus profundidades, pero ella estaba de humor para jugar con él.
Ella era una maestra de la manipulación, usando su tacto para volverlo loco de deseo. Se sentía como plasticina en sus manos, incapaz de resistir sus encantos. Y aun así, mientras se retorcía en tormento sexual, una parte de él estaba agradecida por esa pausa. Este momento de intimidad tranquila era un bálsamo para su alma.