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Cristóbal se apresuró a entrar en el dormitorio, y allí, junto a la ventana francesa, estaba Abigail, bañada en la suave y dorada luz del sol poniente, una visión de gracia y belleza.
Vestía una bata blanca fluida, atada ligeramente alrededor de su cintura, y su cabello caía en suaves ondas por su espalda.
Su presencia en la habitación llenaba el espacio de calidez y un sentimiento de integralidad. El corazón de Cristóbal se hinchaba de amor y anhelo al acercarse a ella, preparado para abrazar a la mujer que lo significaba todo para él.
Al acercarse a Abigail, Cristóbal no pudo evitar notar los sutiles cambios en su comportamiento. Su postura era relajada y sus hombros ya no estaban tensos por la ansiedad o el estrés.