Adentro de la casa, Layla estaba ocupada haciendo algunas limpiezas en el lugar. Había polvo que crecía en los lugares más extraños, y ella se enorgullecía de su hogar. Ahora que se habían quedado en un solo lugar por mucho tiempo, ella podía comenzar a poner sus propios toques al lugar.
Cambiar muebles, colgar pinturas y elegir su propio estilo de decoraciones. Antes había tenido miedo de hacer cualquiera de estas cosas, porque en el fondo de su mente, siempre estaba la posibilidad de que esto no duraría, que tendrían que levantarse e irse en cualquier momento.
Después de un tiempo, ese miedo había desaparecido y se podría decir que Layla era la más feliz que había estado nunca. Levantándose del suelo, comenzó a mirar a su alrededor.
—¿Dónde puse ese otro paño? —preguntó Layla.
De repente, un paño amarillo que estaba un poco sucio apareció justo frente a ella desde el lado. En el extremo del paño había una pequeña manita regordeta.