Caminando de un lado a otro en la habitación a un ritmo rápido, mordiéndose la punta de la uña, estaba Alex. Su espalda comenzaba a doler ya que sus alas estaban apretadas debajo de su ropa, más que nunca antes, estaban retorciéndose, rogando ser liberadas.
Decir que era un manojo de nervios era quedarse corto. El hada de sangre estaba dentro del castillo, oculta de las dos familias que habían venido a arrastrarlo de vuelta. Paul le había dicho que fuera al último piso, a esperar en la sala del trono hasta que todo estuviera resuelto.
Sin embargo, Alex no estaba solo, Logan y Sil también estaban allí para vigilarlo. Logan estaba mirando por la gran ventana de cristal, observando cómo se desarrollaba la batalla. En cuanto a Sil... aprovechó la oportunidad para sentarse en el trono.
—Este asiento es realmente agradable. —Sil mencionó con una sonrisa satisfecha—. Si yo fuera Quinn, nunca abandonaría un asiento tan cómodo como este.