Desde su regreso a casa, Lith recibió innumerables invitaciones de casas nobles que querían conocerlo o presentarle a sus hijas. La mayoría de ellas provenían de fuera del Condado de Lustria.
Afortunadamente era invierno, así que la chimenea solía estar encendida. El fuego fue de gran ayuda para clasificar el correo de Lith.
—Todavía no puedo creer que tengamos un apellido familiar.— Elina estaba radiante de alegría. Su vida parecía haberse convertido en un cuento de hadas desde el nacimiento de Lith. Las cosas siempre mejoraban. Si solo Lith compartiera incluso una décima parte de su felicidad, Elina consideraría su vida perfecta.
—Y uno otorgado por la Corona además. Me pregunto si tu hermano lo usará. Me preocupa mucho.— Suspiró.
—Aran es demasiado pequeño para preocuparse por un nombre.— Respondió Lith. —Además, está perfectamente bien. Lo revisé hace un minuto.—