Cuando alguien escuchaba hablar sobre la Cámara del Consejo del Rey, usualmente su mente imaginaba que tales reuniones tendrían lugar en la sala del trono.
Era de más de veinte metros de largo y más de diez metros de ancho, decorada con una sola alfombra de seda roja bordada en oro. Iba desde las puertas dobles de tres metros de ancho hasta los dos escalones que separaban el suelo donde se encontraban los nobles y la parte elevada para la familia real.
De esa manera, incluso sentados en sus tronos dorados, tallados para parecerse a un grifón en marcha, podrían mirar hacia abajo a todos los presentes, reafirmando su estatus y autoridad.
Toda la sala estaba iluminada por candelabros de cristal alimentados por magia que no dejaba espacio para sombras ni necesitaba mantenimiento.