El silencio reinó, no intercambiaron ni miradas ni palabras, estaba bien así. Ella cerró los ojos, le pesaban además no estaba acostumbrada a cierta comodidad. Ante el olor a lavanda, al aroma de él y el aturdimiento quedó rendida, además aquel asiento se amoldaba a su cuerpo.
Antes de quedar laxa se amonestó a sí misma por ser hipócrita, minutos antes no deseaba subir en el coche de un desconocido, sin embargo, ahí estaba. El cansancio nublaba la poca cordura que le quedaba.
Jean manejaba tranquilo, se había quedado dormida en cuestión de tres minutos, le supo mal despertarla así que continuó con el trayecto. Los maravillosos rayos del sol iluminaban el auto por dentro. Eran la una y cuarto de la tarde cuando llegaron al lugar acordado. No sabía qué hacer, si dejarla dormir un rato más, cogerla en brazos y llevarla a su casa o disfrutar egoístamente un rato más.
Inclinó la cabeza con curiosidad volviendo a admirar el perfil de la joven: sus párpados ligeramente cerrados, nariz delicada y respingona, pecas discretas en los pómulos y los labios preciosos en forma de corazón hacían de ella un ser celestial. Su vista posó rápido en su cuerpo: la constitución era menuda, tenía una chaqueta gris que le caía sobre los hombros, la camiseta de tirantes negra, unos pantalones de época algo rotos y sus piecitos traían puestos las Adidas negras Gazelle, supuso que no debía tener más de veintiún años. La sensación de calor no remitía, decidió apartar la vista de ella, se le antojó encantadora, bonita, suave e interesante.
El tiempo pasaba y no despertaba, hacía llegar una inmensa serenidad y Jean lo percibió. Trató de aprenderse de memoria la imagen cautivadora de la joven.
Pasados veinte minutos más, Lana comenzó a moverse con cautela, estiró el cuerpo ligeramente y abrió los ojos por obligación, sin quererlo tropezó con la mirada tan característica de él.
El sol los reflejaba, se observaron con las pupilas cristalinas sin decir nada y dejando reinar el silencio. No estaba acostumbrada a tanta paz y apenas descansaba las horas correctamente establecidas.
— Siento que he dormido una eternidad — dijo después de un rato largo, ladeó la cabeza hacia la derecha y vio que ya estaban en el lugar estacionados—. Que rápido han pasado los diez minutos.
— En realidad ha pasado casi media hora — esbozó una sonrisa burlesca. Ella se escandalizó de golpe.
— Perdona, no era mi intención dormirme.
Él se desabrochó el cinturón y bajó primero, abrió la puerta para que la muchacha pudiera bajar, acto seguido la ayudó.
— No me las des, ha sido agradable verte descansar, por cierto ¿dónde está tu casa?
Ella arrugó la nariz, el chico desconocía la situación.
— En realidad, no tengo donde vivir... es una larga historia — hizo una mueca. Él frunció el ceño—. Yo vivía en Stockton...
—¿Stockton? — la interrumpió, sonó alarmante.
— Todo tiene explicación. Esta mañana mi hermano y yo hemos venido a San Francisco — sintió un nudo en su garganta al recordar a su otra mitad, a Dylan.
Aquella aclaración fue de difícil comprensión, si tenía un hermano ¿dónde demonios estaban?
— Él tiene ciertos problemas por eso no está conmigo ahora mismo — prosiguió, aunque era evidente la tristeza en su voz —. Por esa causa ahora mismo no tengo donde vivir, no puedo regresar a Stockton. Voy a iniciar una nueva vida aquí, de momento me quedo en el refugio — comentó señalando al local que tenían enfrente cuyo letrero remarcaba «Episcopal Community Services», un centro para personas con bajos recursos financieros u otra situación similar —. Gracias por todo — mostró la gratitud esperando que mostrara una especie de rigidez en su expresión facial y se alejara de ella. Había servido para espantarlo.
Todo parecía entrelazarse y cobrar sentido. Jean reaccionó haciendo una mueca de solidaridad, reposó las manos en la cintura desviando la mirada intentando asimilar la situación. La vida de la chica no debía ser fácil. Dirigió la vista hacia el letrero del local, varias ideas invadieron su mente, de pronto hizo que en sus ojos estallara brillo, solo faltaba que Lana diera su aprobación. Sería muy repentino de su parte, a duras penas se conocían, pero tendría que intentarlo, aunque fuera.
— Tengo una propuesta — respondió y la miró con brío. No se consideraba un hombre muy directo para tal cosa, el impulso corría por las venas —. ¿Quieres venir a mi departamento?
Lana sintió que el oxígeno no le llegaba a la cabeza, su ritmo cardíaco se disparó como cosa loca, «es un desconocido», «un desconocido». Se repitió una y otra vez, muy bloqueada sin saber qué responder mientras que ese joven apuesto que tenía delante, solamente deseaba una respuesta.