4°. La ciudadela.
.
La luna era lo único que iluminaba ese callejón. Nadie
frecuentaba esa calle de noche, y de día pocos eran los que se aventuraban a
pasar por él.
Sólo un loco lo cruzarlo,
y si alguien se atrevía a entrar en él, se aventuraba a no llegar a salir vivo.
Pero eso no le importaba a ella, debía acudir al encargo de
su señor, y el camino más rápido era cruzando ese callejón
Como todas los callejones de esa ciudad no estaba iluminado,
como todos estaba muy mal empedrado. Esa noche hacía frío, y ella estaba muy mal
abrigada. No era ropa nueva, la habían utilizado otras sirvientas. Y después de
ella la utilizarían otras.
Fue vendida por su familia a un señor, y este la vendió a
otro, y esto. En cada venta su precio subía. Hasta acabar en manos de su actual
amo. La vendió su propio padre, no pagarse una jarra de cerveza, su padre
también era un señor, pero ya tenía demasiado hijas, al nacer el heredero vendió
a sus hijas, no las necesitaba para nada, ni para un matrimonio por compromiso,
la familia de su padre no tenía iguales, estaban en lo más alto de la nobleza
de esa ciudad, era el conde que gobernaba la ciudad.
No podía escapar, los sirvientes debían trabajar para sus
amos, un intento de fuga… significaba la muerte, o ser vendida a un burdel, o a
galera en el caso de los hombres.
Una vez que alguien era comprado como sirviente, lo era
hasta la muerte, y entonces el amo se deshacía del cuerpo como quería.
Pero esa noche, ella tuvo que atravesar el callejón.
-Atravesar el cementerio me asusta menos- bromeó la joven,
no era de todo cierto, pero ella se quería convencer que cruzar el cementerio
una noche como esa no le asustaba tanto como cruzar ese callejón. Ese comentario era habitual en quienes debían
atravesar ese lugar.
Era una noche de nieblas bajas, que tapaban las calles, pero
no el cielo. La humedad del aire, se le metía en los huesos, la muchacha no
sabía si temblaba de frío o de miedo.
Vio el templo y en uno de sus lados, el temido callejón, un
callejón sucio y maloliente, los muros de ambos lados del callejón, el del
templo y el de cementerio eran altos y sin ventanas.
-Se rumorea que salen los muertos y buscan y se llevan a
quienes atraviesan ese callejón- le dijo la cocinera de la casa donde ahora
servía.
No creía en espíritus, ni en Dios, sólo creía en lo que veía,
y no veía nada extraño en esa calle, sólo el mal olor, olor a sangre, a heces,
a orina…allí olía a muerte.
Un olor a muerto que no se iba, por mucho que lloviese ese
olor seguía allí.
La joven entró en el callejón, miraba a todos los lados,
esperando que alguien la atacase, no vio a nadie. Siguió andando y de repente oyó
un ruido, y vio un cuerpo colgado, alguien se había ahorcado cuando ella
pasaba.
.
Minutos después estaba siendo interrogada por el alguacil,
en un tétrico calabozo húmedo y sin ventanas, un calabozo con dos silla, una
mesa, una vela iluminaba ese sitio.
-¿Nombre?- preguntó con sorna el hombre, y rió con maldad, y
añadió con ironía- es cierto, los sirvientes carecéis de nombre, sólo sois
cosas, como una mesa, tenéis menos valor que un perro.
Y ese hombre rió, su posición como alguacil le daba la
seguridad de no abandonar nunca su posición como ciudadano, no bajar en el
escalafón social, ni si quiera por robar. Un ciudadano por pobre que fuera
siempre sería un ciudadano, y sería más valorado que un sirviente.
-¿Como se dirige a ti tu señor?-volvió a preguntar ese
hombre, no obtuvo respuesta. Seguro que el amo de esa sirvienta se dirigía a
ella por " tú vez a comprar", "o tú has esto", "o tú has aquello", decidió asustarla-
te podía dejar en manos de los verdugos, ellos te harían confesar, harían
hablar a un mudo. O echarte de la ciudadela, lo haría por la noche- ese hombre
sentía placer al asustar a sus víctimas, se regodeaba al meterles miedo.- por
la noche los lobos se acercan a las murallas, buscan comida entre la basura que
lanzamos fuera- se rió- tú sólo eres basura. Aunque estás en los huesos
encontrarían más carne en ti, que en los restos que tira el carnicero. Al día
siguiente no quedará nada de ti, sólo la ropa que recogerá algún paria. O tal
vez sean los parias quien te coman.
Los parias eran los expulsados de las ciudades, vivían en
los bosques y cuevas. Los viajeros cuando los veían los alejaban a pedradas, se
decía que la mala suerte era contagiosa y si un paria se te acercaba, te
volverías parias tú también, sería mejorar de casta para ti. Aún así un paria tenía
más categoría que un sirviente.
La sirvienta no era tonta, era incluso culta, antes de ser
vendida por su padre había recibido una educación, sabía leer y matemáticas, no la engañaban como
a otras sirvientas, y eso se lo agradecían sus señores. No se asustaría por esa
amenaza.
-Yo no sé nada, yo pasé por el callejón y vi a ese cuerpo colgando.
-Un poco de tortura del verdugo, sabe hacer su trabajo-desde
allí se oía los gritos de algún preso, al que querían sacar una confección, al
final ese preso confesaría, aunque fuese mentira, y sería condenado a una
muerte atroz, o a ser un paria. Aunque quien lo juzgarse supiera que esa confección
era mentira.
-Ese cuerpo era de un hombre, estaba en un punto que sólo se
puede acceder por el muro del templo. Ese hombre y pesa mide más que yo, soy
baja, y no tengo fuerza para colgar a un hombre.
Era una coartada válida, pero esa mujer era la única testigo. Su deber como alguacil era
interrogar, asustar, si era necesario torturar. Un presunto testigo era un
posible asesino, y si no podía hacer lo posible para que quedarse como asesino.
Necesitaba un culpable para ese asesinato y tenía delante a la candidata ideal.
Era una mujer, y por más inri una sirvienta, doblemente mentirosa.
-Eres una sirvienta, mucha trabajáis como mediatrices, para
ganar un segundo sueldo. Tal vez fue un cliente incomodo, y tú decidiste
¡matarlo!
-¡Yo no me dedico a prostituirme!- La sirvienta se puso
roja, aunque otras de su misma categoría le habían aconsejado que se
prostituyera, ella no hizo caso, de descubrirse que tenía ese segundo trabajo,
u otro más honroso, sería expulsada por su señor, y se tendría que dedicar a
mendigar. Una sirvienta no podía tener un segundo trabajo- no quiero ofender a
mi señor.
El alguacil estaba cansado, no lograba nada de esa mujer, era
un hombre bruto, algo inculto, pero no tonto. Sabía que esa mujer era inocente,
que lo más posible ese muerto se había ahorcado. Pero no podía decir esos, un
hombre que se había suicidado… ¡Eso era una herejía!, algo prohibido por la
religión!, si se descubría que ese hombre se había suicidado… su cuerpo sería
llevado a la cantera y enterrado en cal, un suicida no merecía reposar en el
terrenos sagrado del cementerio, ni tendría descanso eterno, su alma iría a los
infiernos donde recibiría el castigo eterno.
-Confiesa, es un consejo. Recibirás una muerte deshonrosa,
pero serás purificada e irás al cielo. No confieses y el verdadero asesino irá
a por ti, tal vez te ha visto, y te matará, y violará tu cadáver. Tu alma
impura irá al infierno y sufrirás el castigo eterno.
La mujer suspiró mentalmente, cada domingo iba a templo,
debía acompañar a su señor, como todos los sirvientes de su señor. No había
tenido contacto sexual como un hombre, y al tener esa categoría lo más seguro
que nunca lo tendría. Sólo tuvo un…
-Nuestro Señor sabe que mi alma es pura, que no he cometido
ningún pecado grave.
-Sé que en ese callejón fue asesinado tu pretendiente, sé que
no aceptó las órdenes de alejarse de ti, es más, puede que tu señor te
ordenarse que lo matarás.
-El hijo menor del panadero era un buen hombre, no debía
mezclarse conmigo, se le había buscado una buena mujer. Hizo mal al enamorarse
de mi. Y más al insistir a comprar mi libertad, al negarse mi señor a que se
casara conmigo tuvo que desistir. Si lo hubiera hecho, él se hubiera vuelto en sirviente
de mi señor. Era joven e inocente, ignoraba como funciona el mundo. No tuvo
maldad al proponerme matrimonio, aunque para él fue real, para mi y los demás fue como si me lo propusiera un
niño, creyendo que su amor platónico se iba a volver realidad.
El alguacil sabía eso, esa propuesta de matrimonio fue deseo
infantil de un niño, de alguien que aún no había crecido lo bastante. Nadie se
podía casar con un sirviente, casarse con alguien que estuviese de sirviente
era como si alguien se casara con una casa. Ser sirviente era no tener
categoría, no ser ni siquiera persona. Incluso los parias tenían más nivel que
un sirviente.
-Sé que tú mataste a ese joven, lo hiciste de rabia, al no
poder casarte con él. Lo sedujiste, y cuando se negó a dejarte lo matarte, y sé
que matarte al hombre que estaba
-Sería una tontería matarlo, y volver al sitio del crimen, a
parte eso traería problemas a mi señor, sería una mala sirvienta si buscase
problemas a mi señor.
El alguacil, se enfureció esa lealtad a su señor era
repugnante, por eso odiaba a los sirvientes, estaban en una escala inferior a los
esclavos, y parecían estar contentos con serlos, ese servilismo le producía
náuseas.
-Llegará el día que tu señor te sustituirá, eres como un
mueble, peor que eso. Los señores se casan pronto de sus sirvientes, ¿ cuantos
señores has tenido ya? Aún eres joven, cuando tengas unos años más te lanzaran
a la calle y dejarás de ser útil, morirás como un perro abandonado, de hambre y
sed.
-Mientras sea útil, serviré a mi señor
Y el alguacil furioso golpeó contra la mesa. No entendía que
esa mujer sintiera tanta lealtad a su señores sobretodo sabiendo que tarde o
temprano la lanzaría a la calle, o la vendería a un burdel.
-¡Vete!, ¡ no te quiero volver a ver!, ¡si te cruzas en mi
camino te detendré y te entregaré a los sacerdotes para que te juzguen por
hereje!, ¡por bruja!. – El hombre gritó furioso, ya estaba harto de esa mujer-Nos
volveremos a ver, esta ciudad es pequeña, ¡acabarás ardiendo en la hoguera!-
amenazó el aguacil, y añadió con rabia- tu señor no hará nada por salvarte, se
buscará otra sirvienta y te olvidarás en segundos.
Esa mujer salió del castillo, quien la vio salir pensaría
mal de ella, ¡salir de ese lugar!, ¡o era para divertir a los hombres o había
cometido un crimen!, ¡ y siendo sirvienta… las dos cosas eran posibles!
-¿Qué has hecho para salir del castillo?- se lo acercaron
varias mujeres, eran libres, mujeres de alta categoría, las que se creían que
representaban todo lo puro de mundo, señoras que se atrevían a decirle a los
demás sus defectos-¡Eres una sirvienta!, representa lo pecaminoso. Arrepentirte
de lo que has hecho en el castillo.
-He pasado por el callejón- todas supieron que callejón
decía la sirvienta- había un colgado, lo he visto… me han interrogado en el
castillo para ver si había visto alguien, si vi al asesino.
El grupo de mujeres retrocedió asustadas. Era peor de lo que
imaginaban. Si esa mujer vio un colgado en ese callejón…eso significaba… que
ella sería la próxima asesinada, y cualquier interacción con una futura víctima
del callejón, significaba, atraer mala suerte, ser también víctima del callejón.
Ese grupo se retiró de allí, rezarían para alejar la mala
suerte. En mala hora se acercaron para afear a esa sirvienta por salir del
castillo.
La mujer las vio huir, estaba segura que habían aprendido la
lección, no volverían a molestar a nadie durante una temporada, pero el rumor
que había visto un colgado en el callejón correría como las peste, y todos
huirían de ella. Si hubiese sido en otro sitio no hubiera pasado nada, pero en
ese callejón, ver un muerto en ese
preciso callejón significaba mala suerte.
Pero ella no creía en la mala suerte, después de ser vendida
por su propio padre, no podía tener peor suerte.
Debía cumplir el encargo de su señor, y eso significaba…
volver a cruzar el callejón, no podía volver a casa sin realizar ese encargo.
Lo cruzó sin incidente, aún era de día, aunque empezaba a
oscurecer, llegó a la tienda que la mandó su amo, entró y saludó al tendero.
-Hola vengo por encargo de mi amo, supongo que tiene lo que
pidió.
-¡Sólo eres una sirvienta!, no tienes el derecho de hablarme
de esa forma.
-Sigo las instrucciones de mi amo. Me ha indicado que si
tiene alguna queja, puede decírselo a él en persona. Mi señor no está contento con
usted. Está perdiendo la confianza de mi amo.
El vendedor miró a la mujer, aunque de baja categoría, esa
sirvienta era la voz de su dueño, lo que ella pedía era lo que pedía su señor,
no tener lo que la mujer pidió era enfurecer a su amo. No podía enfurecer a ese
hombre o lo pagaría caro.
-Ahora no tengo el encargo de tu amo vuelve más tarde- el
hombre tuvo una idea- podíamos divertirnos tú y yo mientras llega. Mi mujer no
está, podíamos pasarlo bien. Y le indicó la puerta entre la tienda y la casa. –
arriba está mi habitación, hoy no volverá mi mujer- lo cierto era que su mujer
lo abandonó, esa pobre mujer cansada de malos tratos volvió con sus padres. La
sirvienta pareció gustarle esa idea y siguió al hombre. El hombre se desnudo y
se acostó en la cama.
-¡Ven ordenó el tendero!, ¡Desnúdate!, ¡te quiero ver
desnuda!, ¡Hace años que te deseo- esa mujer era muy bella, aunque era una sirvienta
atraía las miradas de los hombres, las mujeres la envidiaban. Pero nadie le diría
y haría nada contra ella,su amo era temido por todos.
La mujer cumplió las órdenes de ese ser nauseabundo. Se desnudó
completamente y se acostó encima del hombre. Este al ver esa bella mujer
desnuda se volvió loco, deseaba a esa mujer desde niña, desde antes de ser
vendida por su padre, y ahora sería suya. La desvirgaría, sería el primero en
yacer con ella, sabía que nadie había estado con esa mujer.
La mujer lo besó, en los labios, en el cuello. El hombre
cerró los ojos y eso lo perdió, ella aprovechó eso½ para asfixiarlo con la
almohada. Al estar ella encima evitó que él pudiera moverse.
La sirvienta se vistió, miró al hombre con asco.
-Deberías haber complacido a mi señor, y no te tendría que
haber matado.- había cumplido el encargo de su señor. Otros se encargarían de
hacer creer que ese tendero se suicidó por haber sido abandonado por su mujer,
como todos los asesinatos que había cometido aparecería en el callejón.
La sirvienta abandonó la tienda sin ser vista. Su señor la
mandaban a matar a aquellos que no lo obedecían o no cumplían con lo acordado. Los
otros sirvientes de su señor se encargaban de que el cuerpo del asesinado
apareciera en algún punto de la ciudad, como si se hubieran ahorcado.
Su señor la mandaba matar, ese señor era a ẁquien sirvió
desde el principio, no a cada uno de los señores que sirvió después de ser
vendida por su padre. Si no aquel que empezó a servir antes de ser vendida por
primera vez.
Años antes de que su padre la vendiera, ese señor contactó
con ella, y ella, aún niña se puso a su servicio. Con cada compra fue
acercándose a su autentico señor, y al final fue él quien la compró. Ahora
debía volver a casa, e informar a su dueño que había matado a quien lo ofendió.
El puesto de sirvienta era una eficaz tapadera para lo que realmente era, uno
de los brazos ejecutores de su dueño.
.
Iba por el callejón cuando se dio cuenta de algo. El
ahorcado que vio no fue mandado matar por su señor. Tuvo un escalofrío sabía
quien era el asesino, debía informar a su señor.
Pero vio a alguien que se le puso delante.
-Señor aguacil, es muy tarde debería estar en su casa, no
haciendo la ronda, para eso están sus subalternos.
-Para ser una sirvienta eres muy descarada. No tienes el
debido respeto a los que tienen más categoría que tú, y eso te traerá problemas,
es más te ha traído problemas.
-Yo tengo el debido respeto a los demás- la mujer hablaba
con respeto, sin animosidad.
-Ayer no debiste pasar por aquí, podías haber alargado el
camino, ir a tu destino por otra parte- el hombre rió-eso te ha traído un
problema. Puedes haber visto algo que no debías.
La mujer se asustó, disimuladamente buscó en su ropa y tocó el mango del cuchillo, todos en esa
ciudad iban armados, incluso los sirvientes, sólo había algo más bajo que un
sirviente, un extraño de otra ciudad. En caso de ser atacado por alguien de
fuera de esa ciudad, incluso los sirvientes tenían derecho a defenderse.
-Usted fue el asesino, el hombre a quien descubrí muerto fue
asesinado por usted, e hizo pasar que se había ahorcado, por eso me quería a mi
por asesina- la mujer calló, supo al instante que ese hombre tenía cómplices.
Era más bajo, y menos fuerte que el muerto. Alguien lo ayudó a matarlo, y si lo
colgaron en los muros del templo ese alguien debía ser poderoso para poder
entrar en el templo, y el único que podía entrar a todas horas era…
Se giró e intentó huir, pero fue detenida, por varios
hombres enmascarados, y envueltos en capas. Ella se supo muerta.
-No morirás sólo por lo que lo que pudiste ver anoche,
morirás por quien eres.
-Sólo soy una sirvienta vulgar.
-¡No!, ¡no lo eres!- dijo uno de los enmascarados, la mujer
se volvió asustada conocía esa voz, fue quien la condenó a vivir esa vida de
sirvienta. El resto de enmascarados parecían tenerle respeto.
-¡Padre!-la mujer miró a ese hombre ruin, y perverso que
ahora se ocultaba tras una mascara, el señor de esa ciudad.
-¡No me llames así!, deje de tener hijas al tener un varón,
¡Un heredero!. Cuando nació mi hijo, no necesitaba hijas, ¿para que?, ¿para
casarlas con alguien y formar una mala alianza?, ¿para que ese posible marido
de mi hija me quisiera matar y quedarse con mi puesto? ¿Mandaros a conventos?-
el hombre rió- en un convento o casadas podríais conspirar contra mí. Por eso
os vendí como sirvientas, a gente que estaba bajo mi mando. Tú eras especial
eras la más dotada de mis hijas, eras la más peligrosa, te tenía que vigilar
más, eres la más peligrosa, eres lo bastante inteligente para conspirar contra
mi. Por eso te fueron vendiendo, cada vez a un amo que te pudiera controlar
más. Hasta que tu penúltimo amo tuvo un fallo y te perdió en una apuesta. Ese
hombre se arrepintió en el infierno por desobedecerme.
Lo comprendió, sus amos eran vasallos de su padre, había
estado siempre vigilada por su padre, vigilada para que no conspirase.
-Yo… nunca… conspiraría contra…
-¡Cállate!- uno de los enmascarados golpeó a la joven, que
cayó al suelo, la sirvienta reconoció la voz, fue uno de sus amos.
-No pude evitar que cambiases de amo. Mandé a uno de mis
vasallos a comprarte, y tu amo se negó en redondo. Le ofrecí varias veces tu
precio real y se negó. Lo amenace, y me devolvió la cabeza del mensajero- el
señor de la ciudad se enfureció- tarde o temprano me vengaré de tu amo, lo
tenía que haber hecho hace años, siempre haciéndome sombra.- ese hombre hablaba con rabia, una cosa era
segura odiaba al amo de su hija, como este odiaba al conde.
La mujer supo que su padre tenía algo contra su amo algo que venía de años antes. Entre esos dos
hombres había algo que venía de antes de nacer ella. La mujer se volvió hacer
la misma pregunta que se hacía desde que entró a servir en casa de su nuevo
dueño, ¿Por qué su amo tenía un retrato
de su madre? , ¿Qué hacía ese retrato en el salón privado de su amo? Y aunque
tarde empezó a sospechar del porqué del odio entre ambos hombres.
La mujer miró que dos de los hombres quitaban una losa del
muro, dejando un hueco.
-¡Mira aquí!- señaló el padre de la sirvienta- esa será tu
tumba. En varias tumbas similares de este callejón reposan tus hermanas. Nadie
sabe qué en el muro del cementerio también hay muertas enterradas.
La mujer fue cogida y arrastrada hacía la que sería su tumba.
La mujer pataleó y chilló, pero sabia que nadie acudiría en su ayuda, los
gritos pidiendo ayuda eran habituales en esa ciudad, nadie acudía cuando
gritaba. Quien debía acudir era la guardia, y el aguacil y sus acólitos estaban
allí.
La sirvienta golpeó a varios hombre aún tenía las manos
libres, pero acabó metida en el hueco en el muro y vio con horror como cerraban
ese hueco.
El señor y dueño de la ciudadela sonrió, ya nadie le
quitaría esa ciudad a su familia, se había deshecho de sus hijas, casaría a su
hijo con una mujer a la que pudiera manejar, una mujer de carácter débil, que
no diese problemas.
Se estaba alejando del sitio cuando varios de sus hombres
cayeron al suelo.
¿Qué pasa aquí,- gritó el señor de la ciudadela.
Uno de los hombre se acercó a uno de los caídos.
-¡Está muerto!, todos ellos están muertos..
-¡Brujería!- comentaron varios hombres.
El aguacil miró el pecho de los caídos, todos habían sido
golpeados por esala sirvienta.
-Esa mujer, al golpearlos, le ha clavado algo fino en el
pecho, a lo mejor un cuchillo muy fino, nada de brujería. Esa mujer lo has
asesinado. Supongo que en ese cuchillo había un potente veneno. Esa sirvienta
ha muerto y se llevado por delante a varios de nuestros hombres.
-Capturaremos a su señor, él la ha mandado matar a nuestros
hombres, quiero que confiese que la volvió una asesina, para matarme.
En ese instante el aguacil cayó al suelo, una flecha le
atravesó el cuello. Todos miraron a su alrededor, escondido en algún sitio
había un arquero que los mataría a todos..
Antes de que pudieran
huir ese arquero acabó con la vida de la mitad de los hombres del señor de la
ciudadela, que huyó como el cobarde que era.
Cuando no había nadie bajó el arquero y dos hombres más, se
acercó donde fue tapiada la sirvienta, y entre los tres quitaron la loza de esa
tumba, y vieron que llegaron tarde, la mujer estaba muerta. Con los ojos
abiertos, pero muerta, por el miedo de ser enterrada viva.
-¡Esto lo pagarás caro!- ese arquero prometió venganza- mi
señor te matará.- se giró a sus acompañantes- las hermanas de ella- señaló el
cuerpo de la muerta- están emparedadas en este callejón, buscar donde y quitar las
lozas. Dejar los cuerpos en sus tumbas, así todos sabrán que quien mató a esas
jóvenes fue el aguacil por mandato del conde.
El arquero con el cuerpo de la sirvienta llegó a la casa de
su amo, este al ver a su criada lloró.
-Lo siento, he llegado tarde, no he podido salvarla, si me
permite pagaré con mi vida esta ofrenda a usted.
-¡No pido tu vida!, el fallo fue mío, al no llevármela al
nacer, y así salvarla de ese hombre cruel, del conde.
-Su madre nos ocultó su existencia hasta durante años.
Tardamos tiempo en averiguar quién era de todas las hijas del conde.
-Debí llevármela lejos, donde ese maldito hombre no pudiera
tocarla. Debí salvarla a otras de las hijas de la condesa, se lo debía.- miró
al arquero- prepara una tumba en el jardín. No permitiré que sea enterrada en
el cementerio, y que su cuerpo sea mancillado por el conde o sus secuaces.
-Pero no es tierra sagrada, el cementerio está consagrado.
-¡Yo consagraré donde sea enterrada!, para eso soy el sacerdote
de esta ciudad.-ese hombre era el sacerdote de la ciudad, el representante de
Dios en esa ciudad. – nadie debe saber que ella fue enterrada aquí- cambió de opinión-Mejor
que lo sepan, es mi sirvienta y tengo derecho a su cuerpo muerto.
.
A los pocos días llegó el nuevo aguacil, con la orden de
llevar al sacerdote al castillo, allí sería interrogado en presencia del conde.
El sacerdote miró a ese hombre, y llamó a su secretario.
-Vez a informar al conde que iré mañana, hoy tengo que investigar.
Me han informado que su nuevo aguacil es un hereje. Debo interrogarlo. Y cuando
confiese… ¡Decretaré que muera en la hoguera!
El aguacil durante unos segundos sintió miedo, la iglesia tenía mejores torturadores que él.
Pero se sintió protegido por el poder del
conde, ese sacerdote no lo iba intimidar.
-Para eso deberás capturarme, tengo a mis hombres, que me
protegerán.- el sacerdote sonrió y un momento después se abrieron puertas en
lugares que antes no había nada y por ellas salieron los guardias personales
del sacerdote que rodearon al nuevo aguacil y a sus hombres.
Esa tarde en los calabozos escondidos y secretos bajo el
templo, calabozos que el sacerdote creó especialmente para vengarse del conde.
Allí los hombres del conde fueron torturados, y
confesaron los delitos que el conde cometió, y los que no cometió.
Satisfecho el sacerdote supo que el próximo paso lo daría el
conde
.
Y así fue, al día siguiente mientras daba la homilía ante el
pueblo, fue entonces cuando entró el
conde y su guardia, con la idea de detener al sacerdote.
-¡Imbécil!- gritó furioso el conde- ¿Dónde está mi aguacil?
Te voy a detener por intentar rebélate contra tu señor.
-Yo no he intentado rebelarse contra Dios- lo contradijo el
sacerdote, no veía al conde como su señor.
-¡No habló de tu dios!, ¡habló de mi!. Nunca me has
respetado. Siempre te has creído mi igual.
-Debo recordarte dos cosas. Primero, estás en la casa de
Dios, tienes que tener respeto, aquí y en cualquier sitio. En mi templo debes mantener
el suficiente recodo.
-¡Esto es una humillación!, te haré pagar por rebelarse contra
el señor que gobierna está ciudad.
-Y segundo, mi padre estaba por encima de ti, él es el señor
que dominaban varias ciudades, entre ella está ciudadela. Él puede poner y
quitar señores de las ciudades a su
antojo, sólo responde ante el rey.
-¿Y que tiene que ver contigo? ¡Hazme daño y mañana tu
cabeza estará clavada de una pica!
-¡Tú acabarás en la
hoguera,!- el sacerdote alzó los brazos- ¡Has hablado en contra de mi Dios!, ¡Tienes otros Dioses!-lo miró y
lo señaló, con el dedo acusándolo-¡HEREJE!, ¡Lo has hecho delante de todo el
pueblo!- ¡Te has condenado al infierno.
El conde se rió.
-Tengo a mi guardia, lo consideraré una sublevación, aplastaré
al pueblo nadie hablará en mi contra.- El conde miró al sacerdote confiado, le
había ganado, vio el terror de la gente, nadie se atrevería a ir contra él.
-Ya lo han hecho, tu nuevo aguacil lo hizo, contó todo- el
conde palideció- los ritos paganos que hacías a ese dios inventado por ti. Los
sacrificios que hacías a ese falso dios. La razón por que convertiste en
sirvientas a tus hijas. Y las razón por que las fuiste matando. – El sacerdote
se permitió una pequeña sonrisa.- tu aguacil no aguantó mucho las torturas,
cantó en cuanto vio los instrumentos. Si al menos hubiera sido el antiguo
aguacil…
-¡No tienes pruebas!, esas torturas no te han servido de
nada.
-Quitando que no fui el único testigo. Tu tío, el inquisidor
mayor, también estuvo presente, y un enviado del rey.
El conde palideció, supo que estaba muerto, se dejó caer en
el sueño.
-Tus delitos son muchos, tanto contra Dios, como contra los
hombres, es hora que pagues por ellos.
.
Ese día el conde fue detenido y llevado a la capital. Su
familia fue expulsada y exiliada a un pequeño pueblo, donde pasó a formar parte del pueblo, la
casta más baja, aunque por encima de los sirvientes. Todo lo que temió ese
conde, que su familia perdiese el mando de esa ciudad, pasó. No fueron los posibles
maridos de sus asesinadas hijas, fue él mismo él que provocó la caída en
desgracia de su familia.
Confesó que su mujer no murió en el parto de su hijo, él la
mató, como a todos los presente en ese parto. No quería otro hijo, no quería más
hijos, que se peleasen por su herencia.
.
El sacerdote estaba orando en su jardín privado. Estaba
delante de un jardín de rosa, las flores preferidas de su sirvienta y la madre
de esta. Bajo ese jardín estaba enterrada la joven. Allí enterró a su ¿Sirvienta?. No realmente
era su hija, la hija de la condesa y de él.
La condesa y él se conocieron de niños. Sus familias eran
amigos. Los dos se querían, fueron prometidos, se fijó el matrimonio. Y días
antes del enlace, el conde anterior raptó a la joven y se la entregó a su hijo,
este abusó de ella, y la familia de ella no tuvo más remedio que romper el
compromiso y casar la joven con el entonces hijo del conde.
El futuro sacerdote desapareció, huyó lleno de rabia, con
planes de venganza. El conde mandó en su busca, un prometido ultrajado era muy
peligroso. Cuando dio con el fugitivo no pudo hacer nada. El rey lo había
cogido bajo su protección. Y el padre del futuro sacerdote, lo amenazó. Ese hombre
estaba furioso, ordenó al conde y a su hijo no salir nunca de la ciudadela.
Con el paso de los años, el hijo del conde ocupó el puesto
de su padre, y su mujer siempre le dio hijas, parecía una maldición, por
apoderarse de la prometida de otro. El nuevo conde se encontró con que su mujer
no lo amaba, esa mujer siempre amó, a otro, nunca olvidó a su antiguo prometido.
El ya sacerdote volvió a su ciudad natal, y aparentemente no
atacó al conde. En realidad él y su antiguo amor se veían a espaldas del conde.
Y en uno de esos encuentros ella se quedó embarazada y le dio una hija, aunque
eso lo supo años después.
No pudo hacer nada para quedarse con la niña, eso hubiera
puesto en peligro a la condesa. Tampoco pudo huir con su amante, el conde la
hubiera acusado de infiel y prófuga, y a él de secuestrador.
Cuando el conde vendió a sus hijas. El sacerdote quiso
comprar a la que sabía que era su hija. No pudo en principio, la joven no
dudaba mucho como sirvienta de un señor, la iban vendiendo de una señor a otro
señor, a los pocos días de comprarla.
No estaba mal visto que los sacerdote se casaran o tuvieran
hijos, aunque pocos lo hacían. Durante años tanto él como la condesa esperaron que
el conde cometiese un fallo y ella pudiera divorciarse, pero ella fue asesinada
por el conde, fue antes de poder recuperar a su hija.
Eso motivó que el sacerdote se moviera, para poder llevarse
lejos a su hija, pero antes debía comprarla, cosa que se le puso imposible, hasta
que ideó una forma de conseguirla. El último amo de la sirvienta era un jugador
compulsivo. El sacerdote organizó una partida con ese hombre, y mediante
trampas le ganó la sirvienta y su fortuna, pero sólo se quedó con la sirvienta,
la fortuna de ese hombre la donó.
Era el momento de llevarse lejos a ks chica, pero el conde lo
vigilaba y no pudo salir de la ciudad. Desde antes de ser vendida la había
entrenado a escondidas como asesina, y la mandaba a cumplir misiones.
La última misión fue matar a un tendero, ese hombre era un
depravado, que acosaba a niños, y los mataba. Teniendo una tienda era sencillo
como los hacía desaparecer. El sacerdote le encargó un producto, muy difícil de
conseguir, y al no conseguirlo, le ordenó a su hija matar a ese tendero.
Cuando ella volvía de ese encargo, el conde actuó y mató a la
sirvienta, como hizo con sus otras hijas
Fue entonces cuando el sacerdote furioso movió los hilos
para que ese hombre, el conde cayera, le había quitado todo, la que debía ser
su mujer, su hija. Como se prometió se vengó del conde, pero después de
cumplirla, se dio cuenta que esa venganza no le produjo satisdación, había
librado al mundo del conde, pero su vida estaba igual de vacía que antes de su
venganza. Desde cierto punto de vista el conde le había vencido, aunque acabó
en la hoguera, el conde lo venció.
FIN
— 新章節待更 — 寫檢討