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52.17% Las Flores que Me Diste / Chapter 12: Capítulo 12

章節 12: Capítulo 12

—¡Karol! —Su voz me hizo recordar aquellos momentos del pasado.

—¡Román! —No pude evitar demostrar mi alegría.

Nos abrazamos. Sus brazos. Mis brazos. Nos fundimos de una forma tan agradable y repentina. ¿Cómo era posible que el estuviera aquí?

—¿Cómo me encontraste? Digo, es que fue más rápido de lo que pensé.

Él vestía su playera negra, pantalones de mezclilla oscura desgastada y su tatuaje en el brazo. ¡El bravucón estaba aquí!

—¿Pensaste que no te encontraría? —Preguntó con tono de inspección.

—Si. Pensé que te costaría trabajo.

Bajó la mirada unos segundos.

—Pues no fue tan difícil. ¡Tú nuevo amigo es muy popular! Todo el mundo lo reconoce —hizo una pausa tenue—. Ese día cuando escapaste con él, yo los vi. Después encontré una fotografía suya en un anuncio e incluso saliste en la televisión. Creo que estaban en una fiesta o algo así como una alfombra roja. ¡Te veías muy guapa!

—¡Ah!

—Bueno pues así te logré encontrar.

¡Vaya! Tantas cosas inesperadas e impensables para mí. Mi mente realmente había dudado de Román y ahora una sola acción de él acababa de derrumbar todos mis pensamientos negativos: me había encontrado, cumplió con su promesa. Yo era consciente de las múltiples posibilidades. Sabía perfectamente que tal vez no podría dar conmigo, también estaba la posibilidad en la que Román me encontraba, pero nunca pensé en la posibilidad de que pudiera localizarme en tan poco tiempo. ¡Sorprendente!

—¡Gracias por encontrarme! Que grata sorpresa me acabas de dar. No paso mucho tiempo y ahora estamos juntos de nuevo.

Afuera no hacía frío. El clima era agradable y los dos estábamos frente a la puerta principal de la casa de Ángel. Nos sentamos en los escalones de la entrada.

—¿Cómo has estado?

—¡Bien! Todo ha ido bien está semana —le respondí—. ¿Y tú? ¿Qué paso después del incendio?

Asintió. Yo quería que me contara sobre lo que paso después de mi huida.

Román no era el tipo de hombre que demostrará sus sentimientos. No solía sonreír mucho, su habla tenía límites y nunca lo había visto llorar. Este hombre era duro y de sentimientos ocultos. Yo solo conocía una pequeña porción de su carácter, después de todo, éramos compañeros de celda y solo fue poco lo que me mostró sobre sus sentimientos.

—Pues paso lo que tenía que pasar. Lograste escapar y algunas otras chicas también. El lugar quedó destrozado y Marlon lo perdió prácticamente todo. Sus hombres se fueron con él, lograron capturar a algunas chicas y al parecer ahora están en Tlaxcala. Escuche que abrirán un nuevo prostíbulo.

—¿Y tú? ¿Cómo lograste escapar?

En el jardín de la entrada principal había unas flores en colores rosas, rojas y blancas.

—Yo fingí haber muerto.

Me impacto su respuesta.

—¡¿Cómo que fingiste?!

—Pues sí. Así tal cual como lo escuchas. Te vi correr por la banqueta, te perseguía ese hombre y hasta pude observar cómo te marchabas en la camioneta de este personaje rico. Pensé en huir, pero entonces me acordé de tu libro. Volví a tu habitación y tome el cuaderno. Esperé a que todos se fueran del prostíbulo. La verdad es que sí. Casi me muero de verdad por el humo y el fuego, pero fui capaz de soportarlo. Las camionetas del Marlon fueron las primeras en irse. Afuera había mucha gente y nadie podía hacer nada. ¡El fuego lo había consumido todo! Los bomberos no llegaron a tiempo y todo ese lugar quedó hecho cenizas.

Mientras él me hablaba, mi imaginación volvió a aquel momento en el que mi vida estaba en juego. Yo había provocado un incendio, fui capaz de destruir aquello que tanto me había desgastado. ¿Cómo fue posible? ¿Una prostituta? ¡Yo era esa prostituta! La que daba de beber en la copa y besaba con suavidad a los hombres. ¡Ahora esa prostituta era un montón de cenizas!

Hubo un poco de silencio. Suspiré, mi imaginación me trajo recuerdos.

—¿Por qué no me dijiste que huirías?

Él me estaba mirando. Hice un gesto de asombro. Era obvio que esperaba una respuesta sincera.

—Quizá y aún no querías huir de allí. No podía esperarte más tiempo. No sé. No es lo mismo ser una prostituta a ser un custodio en un prostíbulo. ¡Necesitaba salir de ese lugar y tú lo sabes!

Román parecía meditar en mis palabras, dirigió su vista hacia el frente.

—Tienes razón. Quizá estar en el mismo lugar me hizo creer que estábamos al mismo nivel. No fui muy consciente de lo que sentías.

Apreté los labios.

—Discúlpame si te hice creer que no me importabas. ¡No quería huir sola! Esa no era mi intención.

—Tranquila. Ahora todo ya es diferente.

—Sí, yo...

La puerta de la entrada se volvió a abrir.

—¿Todo bien? —La pregunta de Ángel llamó nuestra atención.

Nos pusimos de pie.

—Si. Todo bien, gracias —hice una pausa—. Ángel, quiero presentarte a Román. Román él es Ángel.

Justo ahí, cuando pronuncié sus nombres, pude notar cierto roce de incomodidad en el rostro de ambos hombres. ¿Celos? ¿Molestia? ¿Que era?

—¡Un gusto Román! —Ángel extendió su mano para saludar al bravucón.

Román correspondió a su saludó.

—¿Tu ayudaste a Karol? —Le preguntó Román.

Ambos eran diferentes en muchos sentidos. Frente a mí estaba la alta sociedad y el barrio más bajó. ¿En dónde estaba yo? ¡Yo estaba con ambos!

—Si. Yo la ayudé.

Román se giró a examinarme. Sus ojos se cruzaron con mis ojos y de pronto él asintió hacía Ángel en señal de respeto.

—¡Gracias por cuidar de ella!

De pronto me sentía como la hija perdida.

—¡No es nada! Me gusta ayudar a las personas. ¿Gustas pasar?

Ángel le extendió una invitación hospitalaria.

—¡Descuida! Es momento de irme.

¿Irse? ¿Pero cómo? Acababa de llegar.

—¿A dónde irás? —Le pregunté con un poco de angustia, no quería que se fuera tan pronto.

—A casa. Solo vine para cerciorarme de que estabas aquí.

¿Su casa? ¿Tenía casa?

—¿Te volveré a ver?

—Por supuesto. Mañana vendré a buscarte al medio día. ¿Te parece bien?

Ángel no participaba en nuestra conversación.

—Está bien.

Él se acercó a mí. Había olvidado lo alto que era. Metió su mano en el bolsillo de su pantalón y me extendió aquello que había sido una promesa. Me estaba devolviendo los aretes que le di antes de huir. Eran unos colgantes de oro, brillantes y con la figura de una moneda cada uno.

—¡Gracias!

Asintió.

—De nada.

Y sin más que decir, le abrace. Más fuerte que al principio y más cálido que el verano. Mi cabeza se resguardaba una vez más en él y sus brazos me protegieron por algunos segundos. Román me soltó y sin decir nada, dio media vuelta y desapareció rápidamente.

—¡Buenas noches Román! —Grité.

Desapareció. Ángel se acercó a mí. No hablamos al instante.

—Parece que cumplió su promesa —dijo él.

Me abracé a mí misma. Mi mente estaba muy centrada en lo que acaba de pasar. ¿Cómo me hacía sentir el hecho de que Román estuviera aquí hace unos minutos?

—Sí. Cumplió con lo que dijo.

No tenía ganas de hablar más sobre el tema. Ahora sabía que él estaba bien y ¿qué pasaría entonces?

—¿Sabes dónde vive?

—No. Realmente no.

Román había dicho que iría a casa. ¿Él tenía casa donde llegar? ¿Vendría mañana? ¿De verdad sucedió este breve encuentro?

—¿Te encuentras bien? —La pregunta de Ángel me hizo pensar.

¿Me encontraba bien? ¿Qué sentía en este momento? Podría decir que todo se revolvió dentro de mí, como los huracanes que arrasan con todo, así mis emociones estaban arrasando entre ellas mismas por completo.

—Si. Solo es que, no esperaba verlo tan pronto. ¡Me da gusto! Pero, ¿qué pasará? Es decir, ¿qué ocurrirá entre él y yo?

Mi inquietud estaba dicha y no había marcha atrás. Decidí que la emoción fuera pasajera y que la preocupación tomaría su lugar. ¡Román me hizo sentir preocupada y emocionada a la vez!

***

Al día siguiente después del desayuno, decidí pasarme la mañana entera escribiendo sobre el viaje. De pronto comenzaba a hacerme más hábil con el teclado y me gustaba la sensación de poder expresar e inmortalizar en el papel, aquellos recuerdos de Huatulco.

¿Cómo era posible que un hombre adinerado contratará a una prostituta de barrio para ser su escritora? Si bien, dicen que el dinero y el placer lo son todo en esta vida, ¿cómo puedo explicar que esté hombre es diferente? Ángel era el nombre perfecto para el hombre que en su corazón la bondad abundaba. ¿Por qué mostrarme bondad a mí? ¡Mi mente aún se sorprende por los hechos!

Me gustaría poder decir que mi vida es un simple sueño, pero me estaría mintiendo si yo tratara de ocultar mis cicatrices emocionales. ¡Fui una prostituta! Y eso nadie lo puede negar. Las primeras noches en el prostíbulo yo solía visitar constantemente la oficina de Marlon. Marlon era el padrote y yo era su muñeca. ¿Cómo pueden los hombres pensar que nos hacen un favor al tener sexo con nosotras? Resultaba ser que la erección de mi jefe era tan firme como los músculos de su pecho. Sus manos resbalaban bien por la piel de una chica como yo. Primero el cuello. Luego la espalda. Al último el culo. ¡Sí! Aquellas noches fueron mi entrenamiento para poder soportar lo venidero. Su boca se unía a la mía y cuando estaba lo suficientemente erecto, el preservativo lo cubría y yo me abría para que su llave pudiera encajar bien en mi alma.«¡Ahhh!» gemía. Arqueaba la espalda. Le pedía más despacio. «¡Ahhh!» su cuerpo se sacudía rápidamente. Apretaba mis manos. «¡Ahhh!» no podía controlarlo. Estaba pasando y yo era su placer más profundo. Después de eso él salía de mí y me ordenaba irme a mi habitación. ¿Qué había hecho mal? ¡Ni siquiera me daba las gracias! Salía de su oficina semidesnuda y él aparecía al instante. Román se encargaba de cuidar de mí. Desde mi primera noche y aún, hasta el final de mi estancia en ese lugar, él siempre me acompaño hasta mi habitación.

¿Me gustaba ser prostituta? Cariño, a veces la vida no siempre es como uno quiere y eso no lo podemos evitar. Aunque nuestro rumbo se manche de forma grave, al final depende de cada uno el cambiar su futuro. Por eso es que decidí escapar. ¡No quería más cuerpos sobre el mío!

Entonces fue que Ángel llegó de improviso y quiso cuidar de mí. «¡Soy una prostituta!» Recuerdo que le dije esa noche mientras él conducía. «¡Déjame aquí, estaré bien!» Le pedí que se fuera, que continuará, que no se preocupara. Y es que de todos modos los dos éramos desconocidos, de mundos muy diferentes. ¡Aun así él no quiso dejarme! ¿Qué vio ese hombre en mí? Seguro que su mente está bien enfocada en las cosas importantes. Estoy absolutamente segura de que él vio más que las curvas de mis senos o lo grande que era mi culo. ¡Ángel me miro directamente a los ojos y ahí pudo ver mi realidad!

***

El timbre de la casa sonó a eso de las dos treinta. Cerré la computadora, tomé mi celular y salí de la habitación. Bajé las escaleras a toda velocidad y abrí la puerta sin dudar. ¡Era él!

Luisa estaba ahí junto a la puerta.

—¡Voy a salir Luisa!

Asintió.

—No dudes en llamar a Ángel si necesitas algo —me dijo ella

Román se quedó observando con mucha atención a Luisa. Al final le hizo una pequeña reverencia en señal de despedida.

—¡Buenas tardes! —Me dijo el custodio.

—¡Buenas tardes! —Correspondí—. ¿A dónde iremos?

Comenzábamos a caminar hacía la banqueta principal.

—¿Tienes hambre? Te invitaré a comer algo.

—Está bien. Si tengo un poco de hambre. ¿Qué quieres comer?

—¿Tacos?

—Por supuesto.

Él sabía que los tacos me fascinaban por completo. ¡Mi comida favorita!

—¡Muy bien! Entonces iremos a una plaza que vi cerca de aquí.

La tarde parecía agradable. Hacía un poco de calor pero el viento se encargaba de contrarrestar ese efecto. Efectivamente, cerca de estos fraccionamientos había una plaza llena de cosas interesantes. Había edificios grandes, autos lujosos en la avenida y personas de la alta sociedad. Entramos a un lugar donde vendían tacos y cemitas.

—¿Y bien? —Le pregunté.

—¿Y bien qué? —Respondió a mi pregunta.

Sonreí. Román me miraba, había olvidado la forma en que sus ojos me hacían sentir en la profundidad de estar en calma.

—¿Cuánto tiempo llevas por aquí?

Habíamos pedido nuestras órdenes de tacos. Me pedí cinco tacos árabes; él una docena de al pastor y una de docena de árabes.

—Un par de días. Hoy es martes ¿no?

Asentí.

—Ah. Entonces llegué el sábado.

Me sentí un poco sorprendida.

—¿Cómo supiste exactamente dónde vivía Ángel?

—Visite su compañía. Cómo bien te dije ayer, él es un hombre millonario, una figura pública. ¡No fue tan difícil dar con él!

—El sábado llegaste a la casa de Ángel.

—Si. Pregunté por ti al instante en qué me abrieron la puerta, pero la señora de la limpieza me dijo que no estaban. Que habían salido de viaje y que regresarían el lunes, ayer.

Una vez que terminó de hablar, él comenzó a devorar sus tacos. Yo me puse a pensar en lo que recién había escuchado por parte suya. ¿Realmente estaba aquí por su promesa hacía mí?

Pasaron algunos minutos.

—¿No piensas comer?

Señaló mí plato. Ni siquiera había dado un bocado.

—Ah sí.

—Pareces pensativa, ¿qué tienes?

Román podía descifrar mi semblante. ¡Conocía una parte de mí que Ángel aun no conocía del todo! Mi alma tenía rastros del huracán emocional que había experimentado ayer.

—Aun no me lo puedo creer. Quiero decir. ¡Todo esto! ¿Está pasando? Parece que estamos en un lugar distinto y en una mejor posición que antes. Sé que lo estamos, que nuestra vida promete cambiar. Pero ¿cómo lo logramos? De pronto no me lo creo.

Mi muchacho me escuchaba con atención y ya no estábamos en aquella pequeña habitación que pertenecía a una prostituta. Aquellos tiempos comenzaban a alejarse de nosotros. ¿Qué futuro nos vendría? Yo era consciente de que no iba a estar toda la vida en casa de Ángel, algún día tendría que abrirme mi propio camino lejos de él.

—¡Tú lo lograste! Así tal como lo escuchas. Tú fuiste la que nos salvó de ese lugar. Tú hiciste posible que las cosas cambiaran para nosotros.

¿Yo había hecho eso?

—Pero, ni siquiera se...

—Ahora es tiempo para que comas —me interrumpió él—. Después nos preocupamos por el futuro.

Su frialdad era agradable. Di una mordida a mi taco. Sabía delicioso. Podía sentir ese sabor tan rico de la carné y la grasa juntas. ¡La salsa de chipotle era lo mejor!

—¿Y dónde vives? —Me anime a preguntarle.

Después de comer, subimos a un autobús. Nunca me había subido a un autobús de transporte público. Me senté junto a la ventanilla y Román junto a mí. Conecte los audífonos y comencé a reproducir la playlist de Ángel. Ricochet de Haux sonaba para nosotros y aunque ni siquiera sabíamos inglés, el tono nos parecía agradable y tranquilo. Recosté mi cabeza en el hombro de mi amigo y él me cobijo con su cabeza. Su aroma era una mezcla entre tabaco y perfume de lavanda. Compartimos los audífonos y su brazo me rodeo la parte alta de la espalda. Me sentí tranquila, muy despreocupada y a gusto.

Román era experto en hacerme sentir bien.

Después de que yo daba placer a los hombres que venían al prostíbulo, él solía acompañarme hasta la puerta de mi habitación. Me permitía cambiarme para dormir y cuando estaba lista, lo dejaba entrar. Nos acostábamos en el suelo y nos cobijábamos con las delgadas sábanas que Marlon nos daba. Platicábamos un rato hasta quedarnos dormidos y cuando yo despertaba, él ya no estaba conmigo. Siempre solía marcharse antes de que yo despertara. ¿Alguna vez estuviste con alguien que te hacía sentir de forma completa?

—¿Y qué te parece? —Me pregunto él.

Estábamos dentro de un cuarto amplio, casi vacío, pero bonito. Acabado rústico y muy antiguo.

—¡Es enorme! ¿Deberás vives aquí?

Ahora sus labios sonrieron de forma tenue.

—Sí, enserio. Lo alquilé a un señor muy agradable. Me dijo que era aún loft y que ahora están de moda.

—¿Un loft?

—Si es decir. Un cuarto enorme con nombre en inglés.

Me sorprendió que de pronto él estuviera hablando de cosas modernas.

—¡Pues es bonito! Creo que es más del espacio que necesitas.

Se me quedo mirando fijamente por algunos segundos.

—¿Quieres vivir conmigo?

Su pregunta me sorprendió. Me hizo pensar y de pronto como que me bloqueé.

—Yo... no lo sé.

—¿No lo sabes?

Negué con la cabeza. Sé que antes habíamos vivido muy juntos, pero creo que ahora era mi momento de explicarle las cosas que me habían pasado en estos días.

—Ahora trabajo para Ángel. Yo...

—¿Trabajas para él? ¿Qué es lo que haces?

Entonces pensé en el contrato que habíamos firmado y la cláusula de confidencialidad me hizo dudar acerca de si debía contarle o no.

—Ahora soy escritora.

No pudo ocultar su admiración, su sorpresa y felicidad por mí.

—¿Enserio?

—Si. Ahora soy escritora.

Al decirle eso a Román, yo no estaba violando ninguna cláusula del contrato. Lo había pensado bien. Solo no debía hablarle del libro que estaba escribiendo.

—¿Y te paga?

—Pues me da un lugar para vivir, me alimenta e incluso me ha presentado a su familia.

—¿Los de La Mora?

Asentí.

—Ahora conozco a su familia. Su hermana se casa este fin de semana y me ha pedido que sea su dama de honor.

Román hizo un gesto curioso. Comenzó a mirar a todos lados, menos a mí. ¿Qué sentía él? ¿Le desagradaba lo que acababa de decirle? Yo estaba siendo sincera con él.

—¿Te gusta estar con ese hombre?

A veces él podía parecer detective. El hacer preguntas siempre era algo que Román tenía.

—En el buen sentido de las cosas, no me desagrada.

—¿Por qué no te desagrada?

Pensé unos segundos en lo que debería responder. Sonreí.

—Porque resulta que él me trata como persona y no como objeto.

—¿Y yo no te trató como persona?

—Tú eres un hombre gentil y leal. Nunca trataste de acostarte conmigo y mucho menos me pediste placer. ¡Eres muy consciente de que yo no estaba en el prostíbulo por gusto! Así qué no te compares o te sientas desplazado, tú eres alguien importante para mí. ¡Sabes que te tengo cariño! Ángel es un hombre bueno y no hablo de su dinero o su enorme casa. Resulta que él es bueno y humilde. ¿Si supieras como me ha ayudado? Tanto tú, como él, los dos son importantes para mí.

—¿Estás enamorada?

—¿Tan rápido me preguntas eso? Pues no. No estoy enamorada. Aunque te confieso, su familia y algunos de sus conocidos piensan que él y yo somos novios.

—¿Por qué piensan eso?

—Pues porque están locos y no saben en qué usar su imaginación.

Reímos. Estar con Román en este momento me hacía sentir feliz.

—¡Mentira! No están locos. Pero tú sabes que cada persona tiene una historia y un pasado. La gente rica no es inmune a los pasados crueles.

Ahora mis palabras parecían retumbar en la mente de Román.

—¡Entiendo! Ya no estaré más de chismoso.

Sonreí.

—Para nada. Yo sé que no eres chismoso. Solo te preocupas por mí y eso te lo agradezco mucho.

Una pequeña sonrisa apenada apareció en el rostro de mi bravucón favorito. Ahí confirmé que aún la persona más dura, tiene su parte suave.

—No agradezcas. Yo solo...

—Tú solo cuidas de mí. Y yo me siento bien. ¡Gracias por encontrarme!


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