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77.51% El diario de un Tirano / Chapter 131: Dueños de territorio

章節 131: Dueños de territorio

Las grandes puertas, reforzadas de hierro, se mostraban imponentes, como guardianes del misterio que se ocultaba tras ellas. Las sombras que danzaban sobre los altos muros desaparecían sin dejar rastro, alimentando la ilusión de que en ese lugar podría habitar el mal en su forma más pura.

Los tres jinetes que ejercían de custodios detuvieron sus cabalgaduras, y los dos hombres a pie los imitaron. En el silencio que envolvía el camino hacia la fortaleza, padre e hija intercambiaron miradas cargadas de temor, ocultándolo como mejor podían a causa de los nuevos protagonistas en la vahir.

—¿Cuál es el nombre del señor? —preguntó el Brir con un toque de humildad.

—Silencio —advirtió Laut con la mirada.

Las gruesas puertas fueron abiertas de forma parsimoniosa, dejando ver un paisaje del interior de la fortaleza, que mostraba una quietud solitaria.

—Avancen —ordenó.

Belian quedó maravillada al contemplar el imponente palacio. Si bien lo recordaba de su infancia, el paso del tiempo le había hecho olvidar los detalles, por lo que ahora, tenía la oportunidad de recuperar su nitidez.

Laut y el resto del grupo descendieron de sus caballos al llegar a los escalones principales de la entrada, mostrando un respeto absoluto, induciendo a la pareja de padre e hija a imitarlos.

Los guardias saludaron sin mucha ceremonia a la capitana del escuadrón La Lanza de Dios, ergo, enfocaron la curiosidad en los dos forasteros, que sintieron con detalle sus intensas miradas.

El ancho pasillo se mostró desconocido para ambos, no reconocían el arte desplegado en las paredes, ni la renovación en los colores de muchos decorados, teniendo el Brir como único recuerdo fresco la redistribución de las entradas a las salas, o lugares de reunión, como lo era el jardín que tanto había amado su progenitora.

—¿Son ellos? —preguntó una voz sencilla, pero autoritaria.

—Lo son, señor Ministro —respondió la capitana al vislumbrar al delgado individuo que, cual sombra inesperada, se acercaba por su flanco izquierdo. Por respeto, detuvo su paso.

—Tu rostro me hace recordar a alguien —susurró acercándose a la cara regordeta del Brir, inspeccionando cada centímetro de su piel en busca de ese recuerdo perdido en su memoria—. Pero parece que lo he olvidado... El Barlok espera en la sala de audiencias —dijo al regresar ante la capitana, quien asintió, manteniendo su firme compostura, para no insultar al joven individuo de importante rango—. Vamos, no hagamos que se enoje —le sonrió a Belian, y ella le devolvió la mueca con una ligera timidez involuntaria.

Astra emprendió el recorrido sin esperar a nadie, pero Laut fue rápida en su orden, y todos siguieron al Ministro en cuestión de segundos.

La sala de audiencias era la misma de siempre, sin ningún cambio desde su infancia, salvo por las dos altas mujeres guardianas que les dieron la bienvenida con miradas gélidas al ingresar. Observó a sus anteriores custodios caer de rodillas al encontrarse con tres siluetas masculinas, todas ellas habían vuelto su atención a ellos tan solo unos segundos antes. Tragó saliva, los tres manifestaban una poderosa e imponente energía, y él no era experto en ese tema, por lo que temía por su vida y por la de su hija, quien también experimentaba ese mismo terror. Sus ojos recorrieron los rostros masculinos y salvajes, desesperado, implorando ayuda al que hacían llamar Ministro, esperando una pista que le indicara a quién debía pagar ese respeto obligado. Le imploró con la mirada, pero el maldito solo le sonrió, parecía haber captado su angustia a través de su mirada astuta.

—Arrodillénse ante el Barlok —expresó una mujer, de la que no se habían percatado. Era alta, de piel oscura, y de rostro salvaje como la mayoría de los presentes, se encontraba acompañada de una dama elegante, de cabello platinado y mirada solemne.

Cayó de rodillas, al igual que su hija, que no necesito de su orden para efectuar el acto. Quería saber quién era el Barlok, estaba desesperado por conocer la respuesta, y estaba entre el hombre de cabello largo, y el de rostro sonriente, descartando al joven de en medio, más que por su indiferente mirada, era por la edad, pues no creía que alguien que pudiera comandar a tan terribles individuos fuera todavía un jovenzuelo.

—Señor Barlok —saludó Astra, haciendo una breve reverencia.

Jonsa y Lenuar caminaron hacia el trono de madera, colocándose a cada flanco, por detrás del mismo.

—Levanténse —ordenó Orion.

Los jinetes se colocaron de pie, manteniendo las cabezas gachas.

—Ustedes no —dijo Mujina al ver las intenciones de la pareja padre e hija.

Fira se colocó al lado derecho de su soberano, mientras la capitana de la guardia real tomaba su lugar en el flanco izquierdo.

El Brir regresó su rodilla al suelo. Su corazón acelerado no podía creer que el joven fuera el gobernante, tenía el porte, la complexión de un guerrero nato, pero seguía en conflicto por su juventud, teniendo la alocada pero lógica idea de su procedencia, y posibles progenitores.

—¿Algo que decir? —preguntó al sentarse.

—No, señor Barlok —respondió Laut—. Todo resultó como usted lo deseaba.

—Bien, esperen fuera.

—Sí, señor Barlok —asintió, hizo una respetuosa reverencia, retrocediendo dos pasos antes de darse media vuelta para retirarse de la sala.

Sus subordinados la imitaron casi al instante.

El Brir sintió la poderosa mirada recaer sobre él, contuvo su aliento, bajando la vista. El sudor apareció en su espalda, y los bellos de sus brazos se levantaron por el miedo.

—¿Cuál es tu nombre?

—Brabos Horson, señor Barlok.

—¿Horson?

—Sí, señor Barlok.

—¿Cuál es tu parentesco con el anterior Barlok?

—Es mi hermano mayor, señor Barlok.

—Era —dijo Astra con frialdad.

Brabos tragó saliva, lo había intuido desde el inicio, pero conocer que su hermano había muerto fue una noticia difícil de tragar.

Belian observaba de reojo a su padre, temblorosa por el miedo que estaba experimentando, pues nunca le había visto de tal manera.

—¿Cuál es tu excusa para venir a mi casa sin ser invitado?

—Pagar tributo, señor Barlok.

Le miró, sabía que mentía, podía oler su miedo y la falsedad en el aire.

—¿Por qué ahora?, ¿y con que intenciones?

—Es la fecha programada en que comúnmente enviaba el tributo a mi hermano, señor Barlok, pues, como sabrá, la vaher Cenut pertenece al territorio de gestión de su vahir, señor Barlok.

Orion agrandó la pantalla de su interfaz, navegando entre diversas secciones que ahora no le importaban, pronto llegó a "territorio", luego a "detalles"; "zona de influencia", y en esta última encontró lo que buscaba, pero, al parecer, su interfaz no le concedió el territorio del que hablaba el hombre, experimentando la intriga de la causa, pero el razonamiento pronto le dio la respuesta. Volvió a "territorio", observando el gigantesco mapa tridimensional de Tanyer, comprendiendo que la interfaz ya le había conferido como regencia todo el continente, como se le hacía llamar al lugar donde habitaba, pero debía reconquistar las zonas para que aparecieran en su zona de influencia.

—Enséñame aquel tributo del que hablas.

—Se ha quedado...

—Habla fuerte.

—Se ha quedado con los caballos, señor Barlok.

—Astra —Se dirigió al individuo de pie al principio de los dos escalones—, trae el tributo.

—Sí, señor Barlok.

El Ministro abandonó la sala, acompañado por la camuflada mirada de la jovencita arrodillada.

—¿Entienden lo que ha pasado aquí? —inquirió con un tono indiferente a la brevedad que la silueta de su subordinado desapareció.

Brabos tragó saliva, abrió la boca un par de veces para hablar, pero no encontró las palabras correspondientes, debiendo negar con la cabeza al encontrar la opción más acertada para la ocasión.

—No, señor Barlok.

—Habla con la verdad, o tu destino no será placentero.

Asintió con nerviosismo, aún sin levantar el rostro.

—E-escuché rumores, señor Barlok. Chismes sobre lo sucedido.

—Continúa.

—Ha inicios del otja (otoño), un mercader apareció hablando sobre la conquista de este lugar. Comentaba que diversas tribus antiguas de Tanyer se habían reunido para acabar con mi... el anterior Barlok.

—Se acerca a lo que sucedió —interrumpió—, no obstante, sigo sin entender, ¿por qué ahora? El pequeño ejército que comandas pudo haber aparecido hace meses, pudiste haber ayudado a tu hermano para acabar conmigo.

Brabos sintió el frío filo de la muerte rozar su cuello, la saliva abandonar su boca y el horror apoderarse de su corazón.

—Muchas cosas sucedieron, señor Barlok —tartamudeó—, pero, le suplico me crea cuando expreso mi fidelidad a usted, señor Barlok. No gozo de pensamientos de venganza...

—Porque eres demasiado débil —dijo con un tono imponente—. Para vengarte necesitas poder —Veinte lanzas de luz aparecieron a su alrededor, flotando con intenciones hostiles—, y tú no lo tienes. Pero eso no quita que te hayas sentido más listo. Pensaste que podrías venir aquí, a mi hogar, con tu miserable ejército para matarme. Hacerte con mi cabeza y vanagloriarte de la hazaña, pero te sobrestimaste.

—¡No, señor Barlok! —gritó, su tiempo de vida lo estaba abandonando y era consciente de ello.

—¿Me llamas mentiroso?

—No me atrevo...

—Entonces, ¿que es lo que réplicas?

—Mis hombres solo nos estaban acompañando, y así también cuidar su tributo, señor Barlok.

—Eres muy estúpido para notar que eres un hombre muerto, demasiado arrogante para mirarme a los ojos, y cruel con la dama a tu lado por pensar que podrías engañarme.

—Es mi hija, y no le engaño —Levantó el rostro, suplicando para que le creyese.

Las lanzas se desvanecieron, salvo por una, que voló hasta casi tocar la cabeza del hombre. Brabos podía sentir el calor abrazador proveniente de la lanza. El sudor resbalaba de su frente, y le quemaba al ser evaporado.

—Te permitiré una última oportunidad, una sola. Piensa bien lo que dirás a continuación.

El hombre regordete tembló, no sabía que hacer, creyó que había dicho y hecho todo para mostrar el debido respeto, pero, al parecer, se había equivocado, y su mente en blanco no le ayudaba. Observó de reojo a su lindo retoño, aquella arrogante niña que siempre había estado dispuesta a dar la cara ante la adversidad, a no tenerle miedo a nadie, ahora se encontraba pálida, temblando por la imponente presencia del hombre sentado, y entonces entendió, o creyó entender.

—Mi casa está con usted, señor Barlok.

*El líder de una facción/territorio desea convertirse en su subordinado*

*Acepta: SI/NO*

La lanza de luz desapareció, pero la marca se quedó tatuada en el corazón del hombre y de su hija.

—Al fin empiezas a mostrar sinceridad.

Tocó la opción afirmativa, sin esperar que aquello tuviera un cambio sustancial en toda su interfaz y vahir.


章節 132: Regalos

*Brabos Horson se ha convertido en tu subordinado*

*El territorio: "vaher cenut" se ha agregado a tu zona de influencia*

*Has completado la tarea oculta: Retornando una dinastía. Parte: inicio*

*Has ganado trescientos puntos de prestigio*

*Se han desbloqueado dos habilidades de trabajo*

*Puedes otorgar un nuevo título: Administrador de territorio*

*Brabos Horson ha perdido el título de gobernante: Brir*

*Brabos Horson es el actual Administrador de territorio de la vaher Cenut ¿Deseas que mantenga el título?*

*Acepta: SI/NO*

Afirmó sin pensar demasiado.

*Actualizando datos*

*Has desbloqueado la sección: Mis gobernantes*

*Brabos Horson ha sido designado como el nuevo Administrador de territorio de la vaher Cenut*

*Has completado la tarea oculta: Mi pequeño gobernante*

*Has ganado cuatrocientos puntos de prestigio*

*Has ganado una oportunidad gratuita en el sorteo de caja sorpresa*

Inspiró profundo al ver culminada la lluvia de notificaciones.

—Por tu expresión me percató que estás experimentando lo que mis subordinados denominan como mi bendición.

Brabos despertó del largo letargo causado por la extrañeza de su cuerpo y la caótica energía, que, aún sin ser afín, la logró sentir.

Su hija le miraba, temerosa porque algo malo le hubiese sucedido.

—Levántense —ordenó, y la pareja de padre e hija obedeció—. Te he conferido sabiduría y fortaleza para el puesto que temporalmente he designado para ti, el mismo que has hecho cumplir los últimos ernas, el de gobernar la vaher Cenut. Ahora estás atado a mi de por vida, sabré dónde te encuentras, conoceré tus pensamientos y mi sombra cuidará de ti. Obedece mis mandatos y experimentarás la riqueza, pero vuélvete en mi contra y solo te esperará miseria y agonía, como a los tuyos.

Brabos asintió innumerables veces con nerviosismo. Antes había sido un ignorante que creía haber estado de pie frente a una bestia, sin embargo, ahora que había recibido un poco de conocimiento se percataba que siempre había estado en presencia de un coloso, un ser de leyendas, comprendiendo que todo lo expresado por su nuevo soberano era una verdad absoluta, una amenaza verdadera, y no dudaba del cruel destino que experimentaría si se aventuraba a traicionarlo.

—No me atrevería, señor Barlok —dijo con tono solemne, recobrando la compostura que un hombre con su estatus debía poseer.

La silueta del Ministro apareció bajo el umbral de la entrada, acompañado de un grupo de hombres que cargaban un pesado baúl y telas de apariencia exquisita.

Los cargadores observaron con curiosidad a los desconocidos, pero el segundo que duró el vistazo fue suficiente para entender la peligrosidad de cada uno, demostrado aún más por el comportamiento del Brir.

—Mi señor —dijo Astra al llegar ante Orion, haciendo una breve pero magnífica reverencia—. Le presentó el tributo que trajo el hombre.

Brabos frunció el ceño, disgustado por el arrebatamiento del honor de presentar su propio obsequio, inspiró profundo y olvidó la ofensa, no estaba dispuesto a comenzar una lucha contra alguien tan cercano a su nuevo soberano.

—¿Qué has traído?

Astra volvió a su lugar predilecto, mientras su señor esperaba las palabras de su nuevo subordinado.

Brabos carraspeó al percatarse que la pregunta se había dirigido a él. Avanzó a dónde el baúl y los hombres con las telas esperaban.

—Abre el cofre —ordenó en voz baja.

—Sí, Brir —respondió Tredio.

El pesado baúl fue abierto, dejando a descubierto su contenido. Piedras preciosas, joyería de plata y oro, y otros objetos de apariencia valiosa.

—Hace dos temporadas un mercader llegó a la vaher Cenut, no era un comerciante de nuestro... del reino de Jitbar, pertenecía a tierras lejanas, de largos desiertos y cordilleras impresionantes, o así las describía...

—Basta de tu palabrería —interrumpió—. No me interesa la historia de las cosas que me has traído. Pues, por lo que puedo observar, solo son baratijas y ropa.

—Ruego perdone mi descaro por obsequiar tan humildes cosas, señor Barlok. —Bajó el rostro, y esperó hasta la orden para volver a levantarlo, una orden que duró demasiado en ser dada.

—¿Cuántos kat'os tienes?

—¿Disculpe?

—¿Cuántos esclavos de la raza kat'o tienes?

—No puedo decirlo con claridad, señor Barlok, pero, si debo dar una cantidad, consideraría que son cerca de ochenta.

—Los vas a liberar.

—No comprendo, señor Barlok.

—¿Acaso debo gritar? —Brabos negó con rapidez un par de veces, nuevamente nervioso—. Enviaré a un grupo de mis soldados, y tú les darás mi mensaje a todos los esclavos kat'os en la vaher Cenut, les dirás qué son libres, sus hijos ya no serán enviados a los reinos humanos, y que cualquiera que deseé venir a mi vahir a vivir, será bienvenido. ¿Entendiste?

—Sí, señor Barlok —dijo, aunque oculta en su expresión se encontraba el temor, pues esa era una decisión que no le pertenecía.

Orion se colocó de pie, y todos en la sala contuvieron la respiración.

—Se quedarán esta noche y partirán mañana. Fira, prepara las habitaciones.

—Sí, mi señor —respondió la hermosa muchacha de cabellos platinados.

—Gracias, señor Barlok —dijo Brabos con honesta gratitud, inclinándose junto con su hija con respeto.

—Astra, mañana los acompañarás, quiero conocer los nombres de todos los kat'os en esa vaher.

—Sí, mi señor.

∆∆∆

Envío su vestimenta de vuelta al inventario, exceptuando las botas. Su rostro, solemne como cada día, contempló la amplia cama que adornaba su habitación, había algo en ella que cada vez que la miraba le hacía sentirse reconfortado. Era un placer poder dormir en un lugar cómodo, lo suficientemente largo para estirar las piernas y espacioso para moverse cuando la posición se volviera incómoda para su cuerpo. Finalmente, se acomodó y, con desinterés, observó la entrada de su cuarto.

Los dos cachorros de Akros le observaban desde su ingreso desde un rincón de la cama, lugar que regularmente ocupaban de zona de descanso.

Tocó su interfaz, acción que había retrasado durante el día, y era momento de darle prioridad. Fue a la sección de habilidades, queriendo descubrir las recién desbloqueadas.

[Recaudador de impuestos]: Quieres que tu imperio sea grande, paga lo que debes.

-Reduce la violencia del deudor al invitarlo a pagar.

-Recorrerás el doble de rápido los territorios de tu señor.

*Se necesita subir de nivel la habilidad para descubrir las otras ventajas*

[Comisario]: El cumplimiento del orden tiene un precio, y en muchas ocasiones, demasiado alto.

-Reduce la insatisfacción de los pobladores en tu zona de influencia.

-Puedes formar un grupo de diez individuos que tendrán un incremento del 50% en: Fuerza, velocidad, resistencia y valor.

*Se necesita subir de nivel la habilidad para descubrir las otras ventajas*

Minimizó la interfaz al acostarse, observando el techo y perdiéndose en su oscuridad. Estaba satisfecho con lo obtenido, pero deseaba dormir, no por sueño o cansancio, solo lo ansiaba, era lo mejor de su día. Bajó los párpados e inspiró profundo, sus pensamientos se alejaron, siendo cada vez más infrecuentes al paso de los segundos, sin embargo, su mente explotó en la inspiración de una gran idea, una que provocó que sus comisuras se alzaran en una enorme sonrisa astuta.


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