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75.14% El diario de un Tirano / Chapter 127: Escabroso

章節 127: Escabroso

El camino se mostraba estrecho y desigual, como si hubiera sido diseñado con malicia. La tenue iluminación de las antorchas que habían sido previamente colocadas, lograba restarle parte de su tensión macabra. Sin embargo, a pesar de haber sido transitado en múltiples ocasiones, cada nuevo humano que se aventuraba en ese inframundo, experimentaba una vez más el miedo. Era un miedo profundo, provocado por el sentimiento de volver a enfrentarse a las cosas que residían en la oscura caverna.

Las figuras ensombrecidas proyectadas en líneas largas, con movimientos poco naturales les dieron la bienvenida a los valientes exploradores que, por un día más engañaban a sus corazones y mentes sobre la seguridad del destino.

Aquellas siluetas poco claras se tornaron en humanos con cicatrices en sus frentes, que tenían la especial tarea de transportar las rocas y minerales extraídos por los antar a las pilas cercanas, donde luego se cargarían a carretas pequeñas para ser llevadas al exterior. Nadie les golpeaba por hacerlo, ni había un soldado con látigo cerca para advertir con furia, estaban cumpliendo con una función que no les correspondía, pero, por alguna razón la hacían, por decisión propia, tal vez porque era mejor transportar las piedras y el crudo de los minerales, que ser ocupados para combatir con las cosas horrorosas ocultas en los senderos oscuros cuáles fuera su obligación... o, en verdad querían ayudar.

La zona de extracción poseía esa sensación de libertad por sus largas dimensiones, aunque, por ello, también se hacía más complicado de iluminar, por ende, se priorizó el territorio donde los antar cumplían con su labor, después las líneas de transporte, y por último los umbrales de los senderos explorados e inexplorados, cada uno custodiado por grupos menores a cinco personas, ataviadas con conjuntos ligeros de cuero, y acompañadas por espadas, escudos y arcos.

—Otro nuevo día, eh, Ita.

La guerrera se detuvo, dirigiendo su mirada al hombre que se acercaba por su flanco derecho, envuelto en un aura de sangre y muerte. Con un escudo largo sobre su espalda, y una espada envainada en su cintura.

—No pudiste decirlo mejor, Kiris —respondió con una ligera sonrisa, luego suspiró—. ¿Alguna buena noticia?

—Ninguna —Inspiró profundo—, los monstruos siguen emergiendo ocasionalmente cerca de las entradas, aunque... —dudó, pero Ita le apremió a hablar con su mirada—. Es difícil de explicar, pero, me siento más fuerte —asintió ante la confundida expresión de la guerrera y los hombres de detrás que lo escuchaban—. Está mañana, uno de los pequeños me pidió acompañarlo al sendero de los bichos luego del ingreso de Carspo, no sé para que, no le pregunté, pero no logramos llegar a dónde quería porque una araña cráneo de calavera se interpuso en nuestro camino. Pensé en huir, pero los pequeños son muy lentos y esa cosa muy rápida... Así que luché, y gané.

—¿Mataste a una araña cráneo de calavera solo? —preguntó Raspak, ganándose la reprobatoria mirada de Ita, y el asentimiento de Kiris.

—Lo hice —dijo, sin cambiar su seria expresión—, y, aunque debo admitir de la alta dificultad, logré vencer sin ser infectado por su veneno mortal —sonrió al percatarse de la obviedad de sus palabras.

—Vaya —dijo impresionada—, pero, ¿por qué decir que te has fortalecido? No quiero quitarte el logro, pero pudo ocurrir por suerte. Además de que eres uno de los más fuertes fuera del ejército del señor de Tanyer.

—No ocurrió por suerte —aclaró sin mostrarse ofendido—, pude leer sus movimientos, observar sus intenciones de perforarme antes de que lo hiciera, y mi espada la mató de un solo tajo. No siento que antes de llegar aquí hubiera podido enfrentarme a ese bicho. Y de eso sí tengo certeza.

—¿Qué es lo que tratas de decir, Kiris?

—Que el señor de Tanyer pudo ofrecerme aquello que le entregó a los hombres de la capitana Kaly —dijo con tono solemne y cargado de respeto—, recuerden que al aceptarnos nos concedió una parte de su poder para vigilar nuestros actos, pero, tal vez también puede fortalecernos. Y creo que fue después de mi decisión de sacrificarme por el pequeño que eso dentro de mí despertó y me hizo más fuerte.

Nadie replicó, o hizo por hablar, lo antes mencionado por el alto hombre fue como un relámpago sobre sus cabezas, una teoría que los asustaba y a la vez los excitaba, que mencionaba algo imposible, pero que, por sus experiencias en la vahir parecía factible.

—Eso no sería humano.

—Ja, ja, ja, ¿piensas que es un humano, Ita? —dijo, sin apagar su sonrisa.

Ita y el resto meditaron aquellas profundas palabras, y de forma inconsciente rememoraron la primera vez que presenciaron el vasto poder de Orion, siendo incapaces de normalizar sus respiraciones, y la idea monstruosa que impregnó sus corazones.

—Los sangre sucia lo llaman: "Ter'aemon" —prosiguió al continuar observando las reflexivas expresiones de los hombres de Ita—. Según lo que oí significa "La segunda vida de dios". He escuchado historias, los liberó y los protege. Si de verdad es un dios, no solo será de ellos —dijo con el rostro severo, y los ojos centelleando de adoración.

Ita le pidió retroceder para conversar, pero él negó con la cabeza, deseaba que todos pudieran escucharle.

—Hablas con mucha autoridad de un tema que desconoces, Kiris —Trató de controlar nuevamente la conversación—, y no me gustaría alimentar la ilusión con tus emociones a causa de la batalla.

—No debes temer, Ita. Aquellos a los que rezas nos han abandonado.

La guerrera se mordió el labio, abrió los ojos, aterrada, y se tomó del pecho, acción que fue imitada por la mayoría de los presentes.

—Calla, y guarda en tu corazón palabras tan blasfemas. No nos arrastres a tu camino de perdición —dijo, haciendo el símbolo de Madron con tal efusividad que los dos dedos levantados temblaron—. Recuerda que los dioses son celosos con lo que sus siervos adoran.

—Los dioses antiguos no tienen poder aquí, en Tanyer —dijo, con tanta normalidad que parecía no haber sido influenciado por el acto de la guerrera—, es territorio del señor Orion, él gobierna estas tierras, y yo, como su sirviente, debo adorarlo. —El silencio volvió a envolverlos, nadie se atrevía a cuestionarlo, o afirmar que estaba en lo cierto, lo hablado era un tema tan peligroso como para poner en riesgo algo más que sus propias vidas mortales—. Mis hombres ven lo que yo veo, y hemos jurado con nuestra sangre seguir su doctrina. Ita, y todos los presentes, les invitó a abrir los ojos y el corazón, pues su misericordia hacia nosotros debe recompensada.

Ita quiso hablar, pero Zinon tomó la palabra.

—Me inicié en el camino de la espada a los quince ernas, pero empecé a combatir desde los cinco, cuando mis padres murieron y fui recogido por el santuario de la Luz Eterna, ahí, en la ciudad de Ditbar. Los sin padres, como nos llamaban, fuimos apartados, ocupados para trabajos donde se necesitaran manos pequeñas, y enseñados, por no decir torturados por esos sacerdotes la doctrina de la luz. Aprendí con la espalda sangrante las cinco reglas, y lo devoto que debía ser a Madron, y lo fui. Cuando me convertí en soldado del ejército de Su Majestad continué creyendo con fidelidad que las palabras que me habían sido enseñadas con esfuerzo, servirían de algo en la batalla, pero, la primera vez que tomé la espada para arrebatar una vida, no lo sentí en absoluto, y cuando todo acabo y el dolor se hizo insoportable, no estuvieron ahí para aliviarme, pero seguí siendo fiel, leal, un siervo más que rezaba a los cielos y concedía parte de su riqueza al santuario de la Luz Eterna.

»Los ernas pasan, me he vuelto viejo, las canas pesan a mi cuerpo, pero me han concedido a cambio sabiduría y experiencia, y gracias a ello puedo decir que, los dioses están muertos. Lo han estado desde hace mucho, o eso creía yo hasta que conocí al señor de estas tierras, al Barlok Orion. De pequeño me enseñaron sobre: Madron, Pendora, Combus, Versino, Sola... Ahora, como hombre viejo quiero elegir, Kiris, has abierto mis ojos, y estoy dispuesto a hacer mi juramento de sangre.

Ita se quedó muda, el miedo y la confusión llenaron su mente, siendo incapacitada de crear una sólida defensa para sus creencias, y así impedir que los ilusos caminarán por lo que ella creía, era el sendero del pecado.

—Zinon, te apreciaba como mi compañero, pero ahora te aprecio como mi hermano. —Extendió el brazo, el que el veterano sujetó con efusividad.


章節 128: Legado

La luz artificial del par de artefactos esféricos concedía una tenue y satisfactoria iluminación a la habitación cerrada. Repleta de una atmósfera de inquietud y expectación.

—Usted puede, señorita —le susurró cerca del oído, mientras permitía que su mano fuera exprimida.

—Cállate... ¡Aaaaaahhhhggg!

Los gritos y gemidos volvieron a inundar cada centímetro del lugar.

—Un poco más, señorita —ordenó la mujer madura sentada sobre un banquillo al inicio de la cama.

La dama acostada gritó una vez más, con tanta fuerza que perdió por un instante la facultad de respirar.

Sadia, que observaba desde la distancia, dejó de beber su té, inspirando profundo para normalizar su respiración. Se lanzó al flanco derecho de su hija, donde la tercera mujer le sostenía del brazo. Le ordenó apartarse, tomando ella su lugar.

—Tesoro preciado, tú puedes —Temblaba más que su propia hija, estaba nerviosa, aterrada como nunca lo había estado, y por el conocimiento de su progenitora entendía que su poder no servía de nada en esta habitación, no si quería que todo saliera bien.

La sudorosa y enrojecida mujer acostada se giró para verla, gritando de dolor. Amaba a su madre, apreciaba su compañía, pero ahora mismo no quería nada más que a ese alto hombre de mirada impasible, él, que podía transformar lo imposible en factible.

—Vamos —apremió la mujer madura, con las manos tensas al sentir la preciosa vida salir.

—Tú puedes, hija mía —sonrió con nerviosismo, e involuntariamente apretó con mucha fuerza su mano.

Helda gritó, tanto como sus pulmones y garganta concedieron. La fuerza abandonó su cuerpo, se sentía débil, pero no dejó de pujar, lo hizo hasta que su visión se nubló. Escuchó a alguien gritar con pánico, no sabía quién.

—No llora.

Se volvió a la voz, pero la nebulosa en sus ojos le impidió saber de qué se trataba, volvió a pujar, sin nada de fuerza.

—Hija mía —suplicó su madre—, ya no es necesario.

Se percató de la tristeza en su voz, y quiso preguntar a qué se debía, pero no pudo.

—Mi señora, ruego pueda perdonarnos...

—Dame al bebé —exigió la Durca.

—Por favor...

—¡Que me lo den!

—¿Qué... esta...? —formuló sin éxito, había reunido toda su fuerza de voluntad, pero fue lo máximo que logró pronunciar.

Hubo silencio, con sollozos en el fondo.

—Fuiste un preciado regalo. —Recogió algo pequeño y pesado de un mueble de madera, pero no pudo sostenerlo por la grata sorpresa—. Viva, estás viva.

Sintió una asfixiante energía rodear la sala, tan poderosa que su primer instinto fue proteger la vida de su hija, y la que cargaba en sus brazos, pero su mente era aguda, percatándose que el causante no era nada menos que el recién nacido de ojos de color arcoiris.

—Madre...

Sadia se acercó de inmediato a la cama, y con mucho cuidado colocó a la criatura junto a Helda, la bebé lloró, un llanto que calentó los corazones de los presentes, pues significaba algo más que solo salud.

—Los cielos benditos te obsequiaron una hermosa niña, amor mío —dijo, alejándose para recoger el objeto tirado—. Una muy poderosa niña. —Dejó el colgante sobre el pecho del bebé, y este culminó su lloriqueo.

Helda bebió con lentitud el menjurje de hierbas que la partera en jefe rápidamente le presentó. La vitalidad y resistencia resurgió en su cuerpo, permitiéndole girar el cuello para observar a la pequeña que también le miraba.

—Tiene su mirada... —Acercó su dedo para tocarle sus tersas y húmedas mejillas, pero la bebé lo interceptó, sujetándolo con el amor que les unía—. Dilia Lettman —dijo con una sonrisa—... para todos... Dilia Orionsir... para mí... —Su sonrisa se pronunció.

—Mi señora, el príncipe Alastian desea conocer a su hijo.

—Haz que pase —dijo Sadia sin mucha cortesía, hizo un movimiento con su mano, acompañado de una oración de palabras poco conocidas que hablaron directamente con los sellos mágicos en la habitación.

Un joven y delgado hombre ingresó al instante que la puerta se abrió. De cabellos negros, mirada tranquila, y porte elegante.

—Tía... Digo, madre.

Sadia frunció el ceño, tentada a corregirle, pero la felicidad que la pequeña Dilia le había entregado le hizo sentir que ese tipo de cosas ya no importaban.

—Conoce a Dilia, tu hija, Alastian. Solo no la toques —advirtió al verle arrodillarse al lado de la cama.

—Que preciosa niña, se parece tanto a su madre —Sadia carraspeó con elegancia—. Cómo a mí, por supuesto.—La bebé volteó con lentitud, mirando con curiosidad al recién llegado—. Dilia, que hermosos ojos tienes —dijo con una sonrisa sorprendida—, y que pesada mirada. Parece que eres completamente una Lettman.

La bebé perdió el interés en él, regresando su atención a su progenitora.

—La has visto, ahora retírate.

El príncipe asintió, levantándose sin dificultad.

—Como usted ordene, madre.


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