Era la noche más fría del inyar, la más pesada y tétrica, aun sin la amarga situación que se estaba viviendo. Los bramidos, lamentos o gemidos que se pronunciaba por toda la zona dejaba a los presentes sin aliento, continuamente con miradas nerviosas a los lados para verificar que nada se acercaba.
--Pobres bastardos --Dijo un soldado de mirada dura y tranquila, con un equilibrio en su voz que denotaba la experiencia y sabiduría--, si supieran dónde estamos en verdad --Escupió a un lado de la fogata, cerca del tronco de un compañero--, se alegrarían de escuchar esos ruidos.
--¿Dónde nos encontramos, señor? --Preguntó un muchacho con timidez, mostrando el respeto debido a las canas fieramente ganadas del veterano.
El hombre le miró, al igual que el resto del grupo, aunque, a diferencia del hombre, ellos también le miraron. Se lamió los labios, arrojando el poco líquido de su taza al suelo.
--En las tierras malditas, novato --Respondió, sin un cambio en su tono, solo permitiendo a la profundidad de sus ojos mostrar el verdadero terror que su corazón estaba guardando--, en las puertas del oscuro --Prosiguió--, del infame, del nunca mencionado... Es donde estamos. --Respiró profundo, dejando que el hombre a su lado sirviera más bebida caliente a su taza de madera.
--¿Tierras malditas, señor? --Frunció el ceño-- Nunca había escuchado de ellas, aunque admito que suena como el nombre de un lugar de esas leyendas. --Sonrió con inocencia.
--Ojalá fuera como en las leyendas, novato --Dijo, observando las llamas de la fogata con conflicto--, ojalá lo fuera.
El hombre a su lado asintió, concordando con sus palabras, por el otro lado, el resto de los soldados mostró la confusión, no comprendiendo la profundidad de su frase.
--No soy un novato, señor --Dijo el joven con el orgullo lastimado--, ya he demostrado mi valía en batalla.
--¿Qué quieres decir, Tama? --Preguntó el de la cicatriz debajo de su mentón, lanzando una mirada inquisitiva al veterano--. ¿Sabes algo que nosotros no?
--A esa pregunta le faltó ser más específica. --Respondió, regresándole la mirada.
--Nadie aquí parece entenderte, Tama. Yo tampoco había escuchado hablar estas "tierras malditas". Ten respeto y dinos, porque admito que me siento inquieto desde hace días, no duermo, Tama, siento que hay algo aquí que nos observa, así que habla, revélanos los secretos de estas tierras. --Casi suplico, calmando el impulso de su pierna saltarina.
Tama observó de reojo a su compañero, quién ignoró a todos para servirse un poco más de bebida caliente.
--No hay secretos --Dijo--, solo una historia, tan cierta como ustedes decidan crearla. Y tu novato, puede que hayas peleado antes, pero créeme cuando te digo, que si llegamos a dónde creo que nos dirigimos, no dependerá de nuestra experiencia en combate.
--Ya habla. --Interrumpió uno de los presentes, ansioso por escuchar la historia.
--Como dije anteriormente, está es una historia, que se remonta a hace muchos años, tantos que aseguro que el único presente que había nacido, es ese viejo mago de los Lettman, o tal vez no. Muchos hemos escuchado sobre los amigos de la noche --Todos asintieron-- y, sabemos que son espectros que habitan en el continente Del Fin, pero lo que pocos conocen es que también lo hacen en algunos lugares de estas vastas tierras, llamadas las zonas prohibidas --Respiró profundo, tratando de hacer suya toda la fortaleza en su corazón--... Cuando los bárbaros poseían las tierras en disputa y el reino de Jitbar seguía en alianza con Trucsan, hubo una extraña enfermedad que mató a cientos de personas en los distintos poblados y ciudades importantes de ambos reinos, la razón fue desconocida y hasta el día de hoy continúa siendo una incógnita --Se humedeció los labios antes de proseguir--. Se buscó durante mucho tiempo la forma de erradicar la enfermedad, pero los magos, alquimistas, ilustrados y otros no consiguieron nada, provocando una guerra de separación entre clases, culpando a los plebeyos de ser los iniciadores de la enfermedad por sus malos hábitos de vida y, las muertes hubieran sido inconmensurables si no hubiera sido por un mensaje de una tierra olvidada, anexada a Jitbar después de la guerra de las Tres Eras, para decirlo fácil, del ahora nombrado Tanyer... El mensaje era una petición de ayuda, necesitaban tropas para acabar con una amenaza de bestias que se estaba expandiendo al norte de esas tierras, pero eso no fue lo que hizo cambiar de opinión al rey o a los nobles del conflicto que se estaba propagando, no, fue el anexo de otra petición, sobre una planta violeta que estaba sirviendo para sanar hombres recientemente enfermos. Así es, los de Tanyer no estaban enterados de lo que estaba sucediendo, puedo pensar que estaban tan ocupados rechazando a las bestias que no tuvieron el respiro suficiente para hacerse con las noticias de los reinos.
--¿Qué pasó después? --Calló el silencio con una pregunta apresurada y, aunque fue irrespetuoso, nadie regañó al novato, pues todos deseaban conocer el desenlace.
--El rey envió inmediatamente un mensaje de vuelta, preguntando sobre esa planta y su origen, descubriendo en la respuesta que fue encontrada a inicios del territorio de las tierras malditas y, con esa información la decisión sobre enviar soldados en ayuda fue unánime por parte de los dos reinos, con la tarea especial de confiscar todas las plantas violetas que se encontraran y buscar por más... El ejército nunca llegó Tanyer.
El silencio fue inmediato, nadie esperaba semejante noticia, si se decía que los lamentos y bramidos habían incrementado era poco para describir la pesada atmósfera.
--Tama, me importa una mierda como termina la historia, solo quiero saber una cosa --Su nerviosismo era evidente, tanto que el color de su piel se aclaró a un tono alarmante-- ¿Estas tierras malditas es una zona prohibida?
--Lo es. --Asintió con calma, ya esperaba una situación similar, no obstante, el resto no, salvo el hombre a su lado, quién continúa tan calmo como un estanque nunca influenciado por algo externo.
--¡Maldita sea! --Gritó, haciéndose la diana de muchas miradas de los lejanos grupos de soldados, como de sus compañeros-- ¡¿Cómo maldita sea terminamos en una zona prohibida?! ¡¿Por qué no nos lo dijeron?! ¡¿Acaso los Lettman están locos?!
--Por eso mismo --Dijo por fin el hombre al lado de Tama--, porque nadie vendría si se enteraran, creo que muchos preferirían desertar a conocer a los espectros que rondan por estos rumbos.
--Señor --El novato no mostró mucho su miedo, más por la ignorancia, que por verdadera valentía-- ¿Por qué vendría a un lugar como esté sabiendo lo que guarda?
--Buena pregunta, novato, pero no tengo una respuesta que pueda satisfacer tu curiosidad, solo puedo decir que me siento atraído por lo desconocido.
--Tama, hijo de --Bufó como un animal--... ¡Por los Sagrados! ¿Por qué no nos mencionaste nada?
--No me correspondía.
El hombre se levantó, desenvainando por la locura que ahora invadía gran parte de su razón, sin embargo, un poderoso lamento lo colocó en una postura defensiva, con las piernas moviéndose por voluntad propia. No solo fue él, todo el campamento fue despertado, salvo los campesinos que ahora hacían de soldados, quienes seguramente se orinaron por el miedo extremo.
--Señor --Tartamudeó-- ¿Cómo terminó la historia?
--Ten un poco de paciencia y, tal vez lo observes con tus propios ojos. --Dijo, volteando a mirar a la eterna oscuridad del horizonte.
∆∆∆
--¡Basta, maldición! --Incrementó el poder de su hechizo, provocando que los gemidos fueran más intensos.
--Anciano de porquería --La baba se escurrió por sus comisuras y barbilla, mostrando la locura en su mirada--, te mataré, destrozaré tu cuerpo... ¡AAAHHHGG!
Hizo por romper las cadenas que sujetaban sus cuatro extremidades, logrando solo lastimar sus muñecas y tobillos.
--Voy a matarlos ¡Todos están muertos! ¡¡Muertos!!
Con un estallido de su poder convocó que su habilidad congénita liberara todo su potencial, al tiempo que caía al suelo desmayado.
Cosut suspiró con cansancio, cayendo abatido de rodillas. El dolor en su corazón aumentó cuando escuchó los lamentos y gemidos afuera de la tienda, entendiendo que el esfuerzo de Dur por lastimar a los demás había sido conseguido.
--Ten piedad de los desafortunados. --Lanzó una plegaria al aire al tiempo que acariciaba el brazalete de su brazo izquierdo.
La oscuridad mantenía el final de su protagonismo, dando paso a la jovial luz que comenzaba a asomarse desde el horizonte más lejano.
Orion, como de costumbre temblaba su cuerpo en el patio frontal del palacio, luego de haber templado su mente. Podía apreciar la libertad con la que su cuerpo se movía, sin embargo, en una comparativa con la movilidad que poseía en el laberinto, sería equivalente a comparar a una tortuga con un relámpago, siendo la tortuga la representación de su movilidad actual. Por supuesto, no estaba sorprendido por la cuantiosa diferencia, entendiendo que sus ahora estadísticas, las cuales no podía observar, eran como sumo, uno o dos puntos mayores a las iniciales que tenía después de revivir en ese maldito y oscuro lugar.
Hasta ahora había perdido todos sus encuentros mentales en contra de esos monstruosos jefes de las salas iniciales, recordaba con sumo detalle sus ataques, habilidades y burlas hacia su persona y, aunque, se sentía indispuesto a aceptar sus varias derrotas, también sabía que por el momento su poder era insuficiente.
Desapareció ambas dagas de sus manos, recuperando el aliento.
--Amo. --Apareció una esclava, de estatura baja y cabello negro, mostrando una charola en alto con dos telas blancas y una camisa seca sobre la superficie, mientras agachaba la mirada.
Sin pensar demasiado agarró una de las telas, humedeciéndola con su sudor al deslizarla por todo su cuerpo semidesnudo. Se vistió de inmediato al terminar de secarse, despidiendo a la esclava que continuaba mirando al suelo con nerviosismo. Extrajo una chaqueta de cuero de su inventario, luego de un par de guantes negros del mismo material, el frío era intenso, tanto que le costaba respirar, no obstante, no sintió necesario ocupar más capas de ropa.
Con una única mirada observó los diversos combates que transcurrían a unos pasos de su posición actual, sabiendo el resultado final de cada uno con solo observar sus posturas.
--Los números no serán suficientes para vencerme. --Sonrió, despidiéndose de la escena con una media vuelta tranquila.
∆∆∆
Bajó del caballo de un salto, con el ceño endurecido y pasos decididos intentó abrir la puertecita del carruaje, siendo obstruido por una mujer de gran estatura que había bajado de la posición del cochero para interceptarlo.
--Suelta mi brazo. --Dijo con un tono seco, faltó de emoción y que al buen conocedor sería equivalente a una amenaza.
--La durca Sadia ha dado la orden de no molestarla, sea quien sea, señor General. --Respondió con un tono respetuoso que a oídos de Lucian sonaba más a una burla.
--Bien --Quitó su mano de mala gana, retirándose un paso atrás para recuperar el aliento que el malestar le había quitado--. Me iré, pero antes de hacerlo, quiero que le digas que por sus decisiones hemos perdido a más de doscientos soldados.
Se volteó, amenazando con irse, sujetó las riendas de su caballo, le acarició la cabeza, le miró de un modo gentil, retrasando su partida de una manera sutil.
--Espere, General --Dijo Bojana de modo apresurado--. La Durca ha permitido verle.
*Que honor. --Pensó, sonriendo con mala cara.
La guardia personal de la Durca permitió su paso, abriendo la puertecita para su fácil acceso.
--Durca Sadia --Dijo, congelando su acto respetuoso y ceremonial al mirar un rostro conocido, pero no muy familiar--... Señora...
--Gala Bastanno --Se presentó con una sonrisa nerviosa y mirada inocente--, señor Lettman.
--Es mi honor verla nuevamente, señorita Bastanno. --Sonrió con cortesía y respeto, solo para terminar observando a su madre con una mirada complicada.
--Querida, sal un momento. --Le miró con una sonrisa cálida.
Gala asintió, comprendiendo que el tema a tratarse sería algo que no podía escuchar.
--Lucian --Su expresión se transformó de inmediato al ver partir de su carruaje a la joven dama, mostrando el verdadero rostro al que su hijo estaba acostumbrado--, hay otras maneras de atraer mi atención que difamar mi autoridad frente a mis subalternos.
--Mi intención no era esa...
--Nuestra separación te ha hecho olvidar que no soy estúpida, Lucian --Interrumpió, lanzando un rápido hechizo ya preparado de obstrucción de sonido--. Así que no me trates como tal.
--No me atrevería, Su Excelencia.
--Habla. --Abofeteó al aire con el dorso de su mano, acomodando su cuerpo sobre los almohadones.
--Debe aminorar la marcha, Su Excelencia --Solicitó con calma--, los hombres del ejército ya están mostrando secuelas de la falta de sueño. Además, me gustaría conocer su respuesta a la petición anteriormente hecha por mi persona.
--Denegado y denegado. Si es todo lo que tienes que hablar conmigo, puedes retirarte.
Lucian frunció el ceño, la negativa de su madre la había intuido, pero el desinterés le comenzó a molestar de una manera no muy favorable a su propia protección.
--Por favor, recapacite --Apretó los puños--. De nada servirá un ejército cansado y, menos en un lugar tan traicionero como este. Ya hemos perdido suficientes vidas.
--Serán suficientes cuando yo lo diga, hasta entonces seguirán marchando. Entiende esto, por cada día que pasa, tu hermana sufre un tormento que ni yo quiero imaginar...
--Si es que está viva. --Musitó, desviando la mirada.
--¡Calla y ahógate con esas palabras! --Estalló en cólera, golpeando con magia el rostro del rubio hombre, que fue obligado a voltear con una línea roja saliendo de la comisura de su boca-- Jamás vuelvas a repetir algo semejante, tu hermana está viva y yo lo sé.
--Entiendo mi mal, Su Excelencia--Se limpió con el pulgar--, me he influenciado por las malas energías de estos rumbos.
--No te excuses, Lucian, conozco tu personalidad más que tú mismo, no hace falta tratar de engañarme sobre tus verdaderos sentimientos hacia tu hermana. Pero, aunque la odies o desprecies, sigue siendo mi hija y, sobre todo, mi heredera, así que guarda muy dentro de tu corazón tus opiniones y has lo que se te ordena.
--Sí, Su Excelencia. --Asintió, bajando el rostro.
--Antes de que salgas ¿Conoces la razón sobre las desapariciones y asesinatos de los soldados?
--No. --Negó con la cabeza.
--Largo de mi vista.
--Su Excelencia.
Se despidió, saliendo del lugar con una expresión de sumo malestar.
--Señor Lettman.
Alzó la vista al escuchar tan cálida y dulce voz.
--Señorita Bastanno. --Sonrió con cortesía, ignorando al segundo siguiente su tímida mirada.
--Que... Quería saber...
--Disculpe mis modales, señorita Bastanno --Se volvió con una actitud dominante--, pero, este no es el lugar para charlar o profundizar en alguna relación que usted crea que tengamos.
Se volteó de inmediato, alejándose y solo permitiendo que la tímida dama mirase su espalda sin poder detenerlo.