La mañana era cruelmente helada. La niebla espesa parecía un muro de ceniza que separaba al bosque del resto del mundo. Encargaron a los más jóvenes con las hermanas, tías y abuela de Luca y los adultos que eran escépticos, ordenándoles no salir de casa bajo ningún motivo. Sabían exactamente a que iban y de nuevo, Andrés no tenía idea de que era lo que lo obligó a ir todas esas noches. Menos sabía por que había decidido vestirse, arreglarse e ir junto a todos esa vez. Tal vez era cinismo, aunque cabía la posibilidad de que comenzaba el descenso de su locura.
Cuando llegaron al claro, notaron que la carpa de circo se veía mucho más destartalada que antes. Y el lugar parecía incluso más desolado bajo el gris fulgor de l sol cubierto por las nubes.
La luz traspasaba perfectamente a través de varios agujeros en la lona. Y como había sido prometido, los cuatro miembros del circo estaban en el centro de la pista, sus identidades ocultas de nuevo por las máscaras.
—Gracias a todos por venir—dijo Efímero por primera vez usando un tono sincero—Hoy estoy por presentarles un truco de magia. Pero primero, necesito que resuelvan un acertijo.
Todos se miraron confusos.
—Todos conocemos el cuento de Pedro y el Lobo. Sabemos que mentir no es bueno, porque al descubrirse la mentira, la gente deja de confiar en tí. Sin embargo, en este lugar ocurrió que.. fue el lobo quien dió la voz de alarma después de comerse a la primera oveja ¿Quien es el Lobo?
Andrés sintió las miradas de todos los presentes penetrando su nuca.
La paranoia ya hacía estragos en su cabeza, pero con la adrenalina recorriendo su cuerpo… tenía que hacer algo. ¿Qué podía hacer? Antes de siquiera considerar la posibilidad de correr, Efímero, Arrebol, Estrella Fugaz y Antos ya se dirigían hacia a él con pasos resueltos.
—No…—musitó—¡No se me acerquen, no!
Efímero hizo una pausa para decir:—Que curioso, todos te dijimos lo mismo.
Toda duda había desaparecido.
—¡He aquí mi truco que magia, van ustedes a ver la verdadera forma de un monstruo que tomó forma humana!
Y en un parpadeo, una brillante luz envolvió a Andrés. Los jóvenes desaparecieron junto con la carpa.
—¡¡AAAAAGH!!
La multitud dejó de ver a los alrededores para encontrar a Andrés cavando con sus manos en donde estaba el centro de la pista.
—¡FUI YO!—gritó en lo que parecía un aullido—¡FUI YO QUIEN SE LLEVÓ A SUS HIJOS! ¡YO MATÉ A MI HIJO!
Los presentes lo miraron horrorizados, mientras el comenzaba a llorar. No de arrepentimiento, ni de culpa, sino de pena por haber sido atrapado y de incredulidad por enfrentar la consecuencia de sus actos.
—¡YO LO MATÉ!—sollozó—¡LO MATÉ PORQUE LO AMABA! ¡LO AMABA COMO A SU MADRE, PERO EL NO ME AMABA ASÍ! ¡ENTONCES LO MATÉ Y LO HICE MÍO PARA SIEMPRE! ¡LUEGO LES HICE LO MISMO A SUS HIJOS, PERO NUNCA FUE SUFICIENTE! ¡SABÍA QUE TENÍA QUE DETENERME PERO NO PUDE! ¡Y A TODOS LOS ENTERRÉ AQUÍ!
Después del primer impacto, uno de los presentes llamó a la policía.
El resto dio un paso adelante y el desgraciado salió corriendo. La multitud comenzó a perseguirlo con ojos encendidos de ira.
Antes de que alguno fuera capaz de ponerle una mano encima, Andrés alcanzó a la patrulla que iba en camino al pueblo.
—¡Mátame, por favor! ¡Soy al que están buscando, mátame!—suplicó. El oficial se detuvo justo antes de atropellarlo. Frente a todos los testigos, lo esposó y lo metió en el vehículo.
El otro policía tomó testimonio de lo ocurrido, y el día se fue en desenterrar los restos de los niños, ocultos a una profundidad media, y entregárselos a los familiares.
Esa misma noche, Lisa, Patricia, Gerardo y Elena soñaron con una última despedida a sus hijos, y una promesa de reencuentro después de esa vida.