Patricia tocó a la puerta de Lisa sin saber qué esperar. Había notado las emociones sobrepasar el temperamento tranquilo de su vecina con anterioridad, pero no creyó que un espectáculo le haría derramar lágrimas. Fue bello, claro, pero tampoco creyó que sería para tanto.
Patricia se dedicaba a la lectura de cartas, piedras y otras adivinaciones a través de llamadas y correo; siempre creyó en poderes más allá de sí misma e intuía que tal ves había algo más pasando con Lisa.
La puerta se abrió con la imagen de Lisa ya arreglada. Su casa era pequeña y sencillamente decorada. Algunos retratos colgados en la pared o posados sobre los muebles eran testigos del camino que la pequeña familia había recorrido. Lidia veía caricaturas en el televisor… algo sobre un extraterrestre y un niño de cabeza gigante.
—Buenas tardes—saludo, dándole un beso en la mejilla y Lisa respondió igual. Había algo de nerviosismo en su voz. Lisa la miró unos momentos antes de cerrar la puerta e invitarla a sentarse en el sofá de la sala.
—Yo se que esto parecerá una locura—comenzó, tensa—, pero no se a quien más podría contarle esto sin que me tomen por loca o algo peor.
Patricia la miró a los ojos con seriedad, mientras Lisa explicaba lo que había sentido la noche anterior.
—¿Sabes? Eduardo siempre había querido que mi hija estudiara alguna carrera con prestigio, así que su fascinación con el espacio era algo que lo esperanzó y siempre la impulsó al lado de la ciencia, pero... yo sabía que ella lo que añoraba era ser artista. Ella quería pintar el cielo de estrellas, no ir allá, como dijo aquel chico... ¿Efímero?
Patricia asentía y Lisa solo continuaba contando eso más el sueño que tuvo con ella, y el nombre de la artista.
Cuando hubo terminado, Patricia la miró con pena y algo de angustia.
—No me crees ¿Verdad?
—Mira Lisa, no puedo creer que sea yo quien lo diga, pero a veces las cosas pasan y... no tiene que haber una razón. Es mera casualidad, estás relacionando cosas que muy probablemente no tienen nada que ver.
Lisa dejo de verla para mirar al piso. No podía creerlo.
—Tampoco es que crea que estás loca—aclaró Patricia—De hecho Andrés se sentía así anoche respecto a Efímero. Yo lo convencí de ir a ver el espectáculo para comprobar que no era así... y no los culpo ¿Sabes? La verdad es que ese tal Arrebol... no puedo evitar recordar a mi hijo cuando lo veo.
Lisa la miró de nuevo.
—Lo extrañamos mucho ¿Sabes?—declaró, melancólica—Pasamos por una tragedia y apenas logramos mantenernos en pie juntos... no me imagino haber estado sola como Andrés y tú... así que cualquier cosa que necesites, puedes decírmelo, Lisa.
Ella sonrió con sinceridad al hablar, así que Lisa le creyó.
—Gracias—musitó—pero realmente siento que esto va más allá que el recuerdo de mi hija... Andrés tampoco es que estuviera más tranquilo después de ver el espectáculo de Estrella Fugaz ¿Sabes? Parecía que tendría un ataque de pánico antes de que le hablara.
Patricia la miró de vuelta, confundida.
-Pero al salir se veía completamente normal...
-Si, una vez le hable recupero completamente la compostura, fue tan... raro.
Y una pequeña luz de alarma se encendió en la cabeza de Lisa.
Patricia notó el cambio en su expresión, pero decidió no preguntar.
Esa noche habían más personas en el grupo que iba hacia el bosque mientras los últimos rayos del sol desaparecían en el horizonte. A diferencia de la noche anterior, la familia de Luca había decidido ir también y, para sorpresa de Lisa, Andrés había venido por segunda ocasión.
La madre de Luca ya era soltera desde antes de la tragedia, pero contaba con la ayuda de su madre y sus hermanas para cuidar de su inquieto hijo y sus hermanas mayores.
Patricia se encontraba en medio del grupo, a ojo avizor de los niños que se movían dentro del grupo. La temperatura había descendido estrepitosamente desde el día anterior, así que tampoco es que hubiera mucho movimiento; las espesas chamarras y suéteres protegían a los niños del frío, pero limitaban su movimiento. Vaho salía de sus bocas como humaredas de una chimenea, y Lidia se sintió como un dragón exhalando vapor.
Sus narices enrojecidas por el viento frío proveniente del norte hasta cierto punto se aliviaron de la ausencia de puestos afuera de la carpa; en lugar de eso, Arrebol había instalado el carrito de bocadillos justo en la entrada, y un agradable vapor les comunicó qué tal vez hasta podrían disfrutar un chocolate caliente, un café o incluso un té con la función de esa noche.
En lugar de palomitas, papas o dulces, el joven ofreció pan dulce y galletas en el módico precio de siempre mientras repartía vasos de unicel a la multitud y caóticamente aceptaba billetes y monedas. Parecía un ingenioso número extra de malabarismo.
Cuando Patricia y su esposo habían comprado un chocolate caliente y una dona caramelizada para cada uno, se dirigieron a los asientos que habían ocupado la noche anterior. Para su sorpresa, Lisa y Andrés también se dirigían hacia a ellos, en silencio. Lisa sentó a Lidia en sus piernas mientras ambas comían galletas y tomaban chocolate. Andrés tomaba café.
Las luces de toro de la carpa se apagaron poco a poco, excepto un reflector que daba al centro de la pista, igual que la noche anterior. Efímero apareció entre las sombras con pasos confiados y alzó su sombrero en reverencia de nuevo.
—Buenas noches, de nuevo, mis honorables invitados—saludó, volteando a ver a la multitud alrededor de él—esta velada será muy distinta a la noche del día de ayer.
El resto del escenario se iluminó con más reflectores y Arrebol se acercó a su maestro de ceremonias, luciendo su vistoso traje que recordaba a un cielo de atardecer, y se quitó la máscara para saludar al público con una reverencia. Al alzar la vista, sus ojos se encontraron con los de Patricia, y su corazón dio un vuelco de la impresión.
No.
No podía ser.
—Arrebol, como sabrán a continuación, es un magnífico entrenador, pero su método no se basa en fuetes ni varas puestas en la posadera de pobres animales, sino en su capacidad de abrir y expandir su corazón para albergar a quienes necesitan ayuda; firme creyente de las segundas oportunidades y en el potencial de todos: ¡Reciban con un aplauso al espectáculo de Arrebol y sus fieles perros salvajes!
Arrebol dió un silbido prolongado y uno a uno, del borde del escenario, salieron corriendo 16 perros de distintos tamaños, complexión y pelaje, colocándose en el borde de la pista, formando un círculo mientras Efímero abandonaba el escenario.
Trompetas invisibles tocaron un "¡ta-rán!" y la música comenzó a sonar. Arrebol giró su listón en el aire y Patricia notó que a su lado, Gerardo —su esposo— se tensó al punto de hacer sonar su vaso de unicel. Afortunadamente este ya estaba vacío.
—¿Qué pasa, cariño?—preguntó.
—¿Es que no oyes, amor?—Gerardo la volteó a ver con ojos dolidos, y Patricia reconoció la melodía; esta era parte del instrumental de un juego que su hijo jugaba en un Play Station que le dieron en su cumpleaños algunos años atrás…
La música era tocada por clarinetes y trompetas en su mayoría, con algunas flautas y violines sonando en el fondo. Esa música sonaba cuando el protagonista entraba a una habitación con varios esqueletos y su hijo podía permanecer horas jugando ahí.
Arrebol hizo sonar su listón y los perros comenzaron a correr alrededor de él; cada uno a diferente velocidad dependiendo de su tamaño de tal forma que la misma distancia se mantenía entre ellos. Su entrenador dio otra señal y los perros comenzaron a dar vueltas como si persiguieran sus colas. Arrebol silbó de nuevo y los perros se aglomeraron en torno a él. El joven de nuevo comenzó a girar su "látigo" en el aire, y los perros se dispersaron de nuevo; todo siguiendo el ritmo de la música, como una coreografía.
Habían plataformas y pendientes sobre las cuales los perros saltaron y giraron en distintas formas; uno de ellos, el más pequeño, dio un salto tan alto qué pasó por encima del perro más grande, y así, un acto se había dividido en varios, demostrando la destreza de cada uno; saltando a través de aros, caminando en dos patas (tanto las delanteras como las traseras), compitiendo en velocidad y fuerza, y todo excelentemente coordinado. Arrebol entonces ató una larga cuerda al un poste y silbó de nuevo; de inmediato, los perros se alinearon en torno a esta y cuando el joven la giró, los perros comenzaron a saltar, todos al mismo tiempo.
La multitud se enterneció y los aplausos no se hicieron esperar.
Arrebol comenzó a dar reverencias, y la multitud comenzó a preguntarse si ese sería el final del entretenido acto.
Almos silbó una vez más y uno por uno, los perros saltaron fuera de la cuerda para adoptar diversas poses. Los más pequeños se acercaron a Arrebol y este se inclinó para dejarlos subir en sus hombros y la música anunció su pronto final al repetir el motivo de un inicio.
El público aplaudió y Arrebol agradeció con un gesto ligero, cuidadoso de no tirar a los perros sobre él.
Patricia estaba en negación, pero Gerardo ya sollozaba desconsolado.
Arrebol silbó y los perros salieron de la pista del mismo modo en que habían llegado. La luz falló por unos instantes, y entonces una cuerda de la parte superior del escenario cayó sobre el joven, enredándose en su cuello, lo hizo tropezar y caerse. Las luces se apagaron y los presentes contuvieron el aliento, preguntándose si estaría bien. Patricia no estab mejor que el resto, así que se puso de pie, y como si eso hubiera sido una señal, las luces se encendieron para mostrar a Efímero en el centro del escenario que, para sorpresa de todos presentes, estaba completamente vacío.
Patricia miró de un lado a otro, buscando alguna señal del joven entrenador. Antes de siquiera preguntarse qué había pasado en aquellos instantes de penumbra, Efímero habló.
—Gracias, mis honorables invitados, por su preocupación—dijo, como si predijera las preguntas que el público se había hecho—, pero Ed… que diga, nuestro artista Arrebol está perfectamente bien. Estrella Fugaz y Antos lo están revisando en este momento, y no hay por qué angustiarse… ¿O sí?—agregó sombríamente—Recuerden que mañana es nuestra última noche, y en compensación les daremos una pequeña sorpresa en la mañana.
Las luces de escenario se apagaron nuevamente y cuando las de las butacas y la salida se encendieron, no había rastro de ninguno de los artistas.
Patricia volteó a ver a su marido.
"Es una mala broma" "Es casualidad" se le antojó decir. Pero no le gustaba mentir. En lugar de eso, le dió un cálido abrazo. Ambos soltaron un par de lágrimas, respiraron profundo y se dirigieron a Lisa, quien estaba esperándolos.
—Voy a hablar con la mamá de Luca—dijo, con la mano en su pecho, intentando tranquilizarse.
—Nosotros te acompañamos—respondió Patricia, tomando la mano de Gerardo, y los tres se dirigieron a la salida. Patricia y Lisa habían notado que Andrés se había retirado en el momento en que Efímero apareció entre las tinieblas.
—Tenemos que hablar—comenzó Patricia, dirigiéndose a Elena, la madre de Luca. Venía acompañada por sus hijas y su madre.
La angustia en el tono de Patricia la hizo detenerse de repente.
—Sí, pero…
—Esta noche, por favor—insistió Lisa, suplicante. Elena asintió.
—Puedo llegar con ustedes a las 11—declaró—¿En casa de Lisa?
Lisa asintió con aprobación mientras cargaba de nuevo a Lidia, quien cargaba con su premio de ayer. El grupo se dirigió de nuevo al pueblo, con el ánimo a tope. Se comentaba en especial el trato dulce de Arrebol con sus perros, y lo divertido que fue verlos saltar la cuerda, hace piruetas y saltos tan coordinados.
Patricia y Lisa no se unieron a la conversación, pues de inmediato notaron que Andrés no se encontraba por ningún lado y querían contactarlo, pues… Efímero tenía que ser entonces la viva imagen de Daniel.
—Arrebol es Edgar—murmuró Patricia. Era lo primero que había dicho en el último par de horas.
Lidia ya se había costado a dormir un tiempo atrás. Lisa les había servido té y galletas de animalitos a sus invitados, pero dejaron la bebida enfriarse sentados en silencio. El repentino comentario de Patricia fue respondido con el sonido de alguien tocando la puerta.
—Yo voy—Lisa se levantó de su silla para abrir la puerta. En la entrada, estaba Elena sola. Con expresión resuelta entró en la casa y se sentó en la silla junto a Lisa, en frente de Gerardo y su esposa.
—¿Gustas algo de té?—ofreció Lisa.
—No, gracias—respondió Elena.— Ya cené.
Cuando todos estuvieron sentados, Elena preguntó:—¿Andrés va a venir?
—No creo—dijo Gerardo—No lo hemos visto para decirle que viniera.
Elena asintió en silencio.
—Perdóname Lisa—Patricia la volteó a ver. Arrepentimiento escrito en toda su expresión.—Perdóname por dudar de ti.
Lisa negó con la cabeza.
—No te preocupes, Patty. Yo fui la primera en dudar… pero creo que ahora el asunto es más claro ahora.
Gerardo asintió pero no dijo nada.
—¿Por qué está pasando esto?
—Nuestros hijos quieren decirnos algo, Lisa.
Para sorpresa de todos, la voz de Elena era firme y resuelta.
—Quieren contarnos lo qué pasó—Patricia continuó.—Daniel… murió asfixiado, y tanto en el acto de Edgar como en el de Emily algo relacionado pasó. Algo con su… cuello.
Todos sintieron la necesidad de protestar porque no dijera los nombres de los niños… pero ninguno se atrevió. Era claro lo que pasaba.
—Yo nunca quise creerlo—musitó Lisa, con voz ahogada.
—Pero es la verdad—Elena siguió—Y no creo que hayan venido aquí para contarnos eso…
—Yo estoy de acuerdo—siguió Patricia—Los espíritus errantes suelen buscar algo, y en el caso de victimas, lo que buscan es justicia.
—Quieren decirnos quién fué—resolvió Elena—y yo tengo una idea de quién fue.
Todos la voltearon a ver. Lisa hasta cierto punto sabía a quien se refería.
—¿No crees que es muy pronto para hacer conjeturas?—preguntó Patricia—No parecen hablar de nadie en sus actos—Elena negó con la cabeza.
—No, no lo hacen.
—Ellos hablaron de sus sueños, de quienes eran…—dedujo Lisa.
—Mi Edgar siempre quiso un perro—Patricia interrumpió—nunca pudimos porque soy alérgica al pelo de los animales.
Gerardo asintió y agregó:
—solo nos están diciendo quiénes eran.
—Así es—reafirmó Elena—. Mañana le toca a mi hijo.
Apretó sus labios por el dolor, tratando de no soltar lágrimas.
—Y depende de nosotros saber quien fue.
Lisa juntó valor para decirlo, pero Gerardo se adelantó.
—No me hace ninguna gracia el condenar a alguien entre nosotros—comenzó—pero no voy a negar que Andrés se ha comportado raro últimamente.
—Yo también sospechó de Andrés—declaró Lisa—. Su hijo murió y se ha enfrentado a todo esto completamente solo… no quisiera creerlo, pero…
—Yo estoy segura de que fué él—Elena interrumpió tajantemente, recuperando la compostura. Patricia los miró incrédula, pero su expresión cambiaría al escuchar sus palabras.
—La semana que Luca… desapareció, me había contado que Andrés se le quedaba viendo y que le hablaba de repente.
«Y le dije lo primero en lo que pensé: "No te preocupes. Su hijo desapareció y seguro le gusta verte porque le recuerdas a él. Se amable con él." Me siento tan terrible, porque de haberlo escuchado… »
Lágrimas recorrieron el rostro de Elena y Lisa le pasó una mano por la espalda, intentando consolarla.
—Yo se que no es mi culpa—continuó—sino de él.
—No creo que eso sea suficiente para…—comenzó Patricia.
—Mi amor, piénsalo—interrumpió su marido—Su hijo es el único que no tiene un acto específico y fue el único en ser encontrado.
—Eso no es todo—dijo Elena, limpiándose el rostro—. Él fué quien encontró el cadáver.
Patricia la miró impresionada… siempre creyó que solo había ido a reconocer el cadáver de Daniel.
—Yo lo sé porque fui con él. Pensaron que se trataba de Luca; ambos eran un poco parecidos.
«Al llegar, él estaba extrañamente tranquilo hasta que me vió: su comportamiento cambió de repente, comenzó a llorar y a sollozar… pero no había ni una sola lágrima en su rostro. Al no reconocer el cuerpo, me enviaron fuera y decidí decirle a la policía lo que acababa de ver. Andrés entró con el cadáver y lo volvió a hacer… Le dije todo a la policía pero no me hicieron caso. Me dijeron que él había encontrado el cadáver, pero al regresar al pueblo, el le había dicho a todos que solo lo había ido a reconocer.»
—Además—agregó—esta noche, antes de irme de la carpa, Andrés se me acercó corriendo y me preguntó si yo creía en las "conjeturas de Patty y Lisa", diciéndome la tontería que sería que nuestros hijos regresaran así. No lo quería creer en un principio, pero fue demasiado raro para pasarlo por alto.
Todos escucharon en silencio hasta que terminó.
—¿Qué vamos a hacer?—preguntó Patricia.
Elena negó con la cabeza.
—No lo sé—admitió—no tenemos ninguna prueba en su contra.
—Efí… que diga, Daniel dijo que en la mañana después del acto de Luca habría una sorpresa… tal vez es una prueba—apuntó Lisa y Gerardo estuvo de acuerdo.
—Tal vez—repitió Elena—Pero por ahora no granted de actuar por su cuenta en contra de Andrés; podría terminar huyendo.
Lisa asintió con entendimiento.
—Hay que esperar—declaró Patricia—y mantenerlo vigilado hasta encontrar algo que pueda inculparlo.
Todos asintieron y se levantaron de la mesa. Se despidieron y salieron de casa de Lisa, consternados.
Lo que no sabían es que mientras regresaban a casa, ocultos en la obscuridad estarían vigilándolos atentamente.