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章節 185: 9 Pensión

De: PeterWiggin%personal@hegemon.gov

A: Champi%T'it'u@NacionQuechua.Freenet.ne.com

Sobre: La mejor esperanza de los pueblos quechua y aymara

Querido Champi T'it'u:

Gracias por aceptar reunirte conmigo. Teniendo en cuenta que te llamé Dumper como si todavía fueras un niño de la Escuela de Batalla amigo de mi hermano, me sorprende que no me expulsaras en el acto.

Como prometí, te envío el borrador de la Constitución del Pueblo Libre de la Tierra. Eres la primera persona fuera del círculo más interno de la Hegemonía en verlo, y por favor recuerda que es sólo un borrador. Agradecería tus sugerencias.

Mi objetivo es tener una Constitución tan atractiva para las naciones que son reconocidas como Estados como por los pueblos que todavía no tienen Estado. La Constitución fracasará si el lenguaje no es idéntico para ambas. Por tanto hay aspiraciones a las que habríais de renunciar y reclamaciones que tendríais que abandonar. Pero creo que verás que lo mismo se cumplirá con los Estados que ocupan territorio que reclamáis para los pueblos quechua y aymara.

Los principios de mayoría, viabilidad, vecindad y densidad os garantizarían un territorio autogobernado, pero mucho más pequeño de lo que reclamáis ahora.

Pero vuestra reclamación actual, aunque históricamente es justificable, es también insostenible sin una guerra sangrienta. Tus habilidades militares son suficientes para garantizar que el enfrentamiento estaría mucho más equilibrado de lo que esperan los Gobiernos de Ecuador, Perú, Bolivia y Colombia. Pero aunque consigas una victoria completa, ¿quién sería tu sucesor?

Hablo con sinceridad, porque creo que no sigues un delirio sino que te embarcas en una empresa específica y factible. El camino de la guerra podría tener éxito durante un tiempo (y la palabra clave es

«podría», ya que nada es seguro en una guerra), pero el coste en sangre, pérdidas económicas y rencor durante generaciones sería demasiado alto.

Por otro lado, ratificar la Constitución de la Hegemonía os garantizará una patria, a la que aquellos que insisten en ser gobernados solamente por líderes quechua y aymara y en criar a sus hijos para que hablen quechua y aymara puedan emigrar libremente, sin necesitar el permiso de nadie.

Pero ten en cuenta la cláusula irrevocable. Puedo prometerte que se tomará muy en serio. No ratifiques esta Constitución si tu pueblo ni tú estáis dispuestos a cumplirla.

En cuanto a la pregunta personal que me hiciste: no creo que importe que sea yo quien una al mundo bajo un solo gobierno. Ningún individuo es irremplazable. Sin embargo, estoy bastante seguro de que tendrá que ser una persona exactamente igual que yo. Y en este momento, la única persona que cumple ese requisito soy yo.

Comprometido con un Gobierno liberal con el más alto grado de libertad personal. Igualmente comprometido con no tolerar ninguna ruptura de la paz ni la opresión de un pueblo sobre otro. Y lo bastante fuerte para que eso se cumpla y hacer que se sostenga.

Únete a mí, Champi T'it'u, y no serás un insurrecto oculto en los Andes. Serás un jefe de Estado dentro de la Constitución de la Hegemonía. Y si eres paciente, y esperas a que yo haya conseguido la ratificación de al menos dos de las naciones relacionadas, entonces tú y el mundo podréis ver lo pacífica y equitativamente que pueden manejarse los derechos de los pueblos nativos.

Sólo funciona si cada parte está decidida a hacer los sacrificios necesarios para asegurar la paz y la libertad de todas las otras partes. Si una sola parte está decidida a seguir un camino de guerra o de opresión, entonces algún día esa parte se encontrará bajo toda la presión que puedan ejercer las Naciones Libres. Ahora mismo eso no es mucho. ¿Pero cuánto tiempo crees que pasará antes de que yo consiga tener una fuerza considerable?

Si estás conmigo, Champi T'it'u, no necesitarás ningún aliado. Sinceramente,

* * *

Peter.

Algo molestaba a Bean, le roía el fondo de su mente. Al principio pensó que era debido a la fatiga, por dormir tan poco de noche. Luego lo achacó a la ansiedad porque sus amigos (bueno, los amigos de Ender y Petra) estaban implicados en una lucha a vida o muerte en la India, donde no podrían ganar todos.

Y por último, mientras cambiaba los pañales a Ender, se le ocurrió. Tal vez era por el nombre del bebé. Tal vez, pensó amargamente, por lo que tenía en las manos.

Terminó de cambiar al niño y lo dejó en la cunita, donde Petra, dormida, lo oiría si lloraba.

Entonces fue en busca de Peter.

Naturalmente, no fue fácil que lo recibiera. No es que hubiera una gran burocracia en Ribeirão Preto. Pero ya era lo bastante grande para que Peter pudiera permitirse pagar unas cuantas capas de protección.

Nadie estaba allí plantado montando guardia. Pero un secretario aquí, un empleado allá, y Bean se encontró dando explicaciones tres veces a las cinco y media de la mañana) antes de poder ver siquiera a Theresa Wiggin.

Y, pensándolo bien, quería verla.

—Está al teléfono con algún pez gordo europeo —le dijo—. O está haciendo la pelota o se la están haciendo a él, depende de lo grande y poderoso que sea el país.

—Así que por eso todo el mundo está levantado tan temprano.

—Él trata de levantarse temprano para aprovechar una buena parte del día de trabajo en Europa, cosa que es difícil, porque sólo son unas pocas horas de la mañana. De la mañana de ellos.

—Entonces hablaré contigo.

—Vaya, qué misterio —dijo Theresa—. Un asunto tan importante como para levantarte a las cinco y media para ver a Peter, y al mismo tiempo tan nimio como para poder hablar conmigo cuando ves que está hablando por teléfono.

Lo dijo con tanta elegancia que Bean podría haber pasado por alto la amarga queja que escondían sus palabras.

—¿Así que sigue tratándote como a una madre ceremonial? —preguntó Bean.

—¿Consulta la mariposa con la crisálida?

—Entonces... ¿cómo te tratan tus otros hijos? —preguntó Bean. Su rostro se ensombreció.

—¿De eso querías hablar?

Bean no tuvo claro si la pregunta era una ironía afilada (como diciendo, eso no es asunto tuyo) o una sencilla pregunta: ¿has venido a hablar de eso? Decidió que lo primero.

—Ender es mi amigo —dijo Bean—. Más que nadie, excepto Petra. Lo echo de menos. Sé que hay un ansible en su nave. Sólo era una suposición.

—Tengo cuarenta y seis años —respondió Theresa—. Cuando Val y Andrew lleguen a su destino, yo seré... vieja. ¿Por qué iban a escribirme?

—De modo que no lo han hecho.

—Si lo han hecho, la F.I. no ha considerado adecuado informarme.

—Son malos carteros, que yo recuerde. Parecen creer que la mejor terapia familiar es el método «ojos que no ven, corazón que no siente».

—O no se puede molestar a Andrew y Valentine. —Theresa tecleó algo—. Ya está.

Otra carta que nunca enviaré.

—¿Para quién escribes?

—A quién. Los extranjeros os estáis cargando el idioma inglés.

—Yo no hablo inglés. Hablo común. Hay expresiones distintas.

—Le escribo a Virlomi y le digo que aproveche que Suriyawong sigue enamorado de ella y que no tiene sentido jugar a ser dios en la India cuando podría serlo de verdad casándose y teniendo hijos.

—Ella no ama a Suri—dijo Bean.

—A otra persona, ¿entonces?

—Ama la India. Para ella es algo más que patriotismo.

—Matriotismo. Nadie en la India se considera padre de la patria.

—Y tú eres la matriarca. Dispensando consejos maternos a los graduados de la Escuela de Batalla.

—Sólo a los del grupo de Ender que son ahora jefes de Estado o líderes insurrectos o, en este caso, deidades inexpertas.

—Hay una pregunta que quisiera hacerte.

—Ah. De vuelta al tema.

—¿Ender recibe pensión?

—¿Pensión? Sí, creo que sí. Sí. Desde luego.

—¿Y qué está haciendo su pensión mientras él se mueve a la velocidad de la luz?

—Acumulando intereses, imagino.

—¿Entonces tú no la administras?

—¿Yo? Creo que no.

—¿Tu marido?

—Soy yo la que maneja el dinero —dijo Theresa—. Más o menos. Nosotros no tenemos pensión. Ahora que lo pienso, tampoco tenemos salario. Sólo estamos de paso. Somos ocupas. Los dos pedimos la baja en la universidad porque era demasiado peligroso que unos rehenes potenciales anduvieran sueltos donde nuestros enemigos pudieran secuestrarnos. Naturalmente, el secuestrador principal está muerto, pero... aquí nos quedamos.

—Así que la F.I. se está quedando con el dinero de Ender.

—¿Adonde quieres ir a parar? —preguntó Theresa.

—No lo sé. Estaba limpiándole el culito a mi pequeño Ender, y pensé que había un montón de mierda.

—No paran de tragar. El pecho no parece hacerse más pequeño.

Y ellos chupan más de lo que pueden sin que el pecho se convierta en una pasa.

—Y entonces pensé: sé cuánto tengo de pensión, y es bastante. No tengo que trabajar mientras viva. Y Petra tampoco. La mayor parte simplemente la invertimos. Y la volvemos a invertir. Aumenta rápidamente. Muy pronto nuestros ingresos por las inversiones serán mayores que la pensión original que invertimos. Naturalmente, eso es en parte porque tenemos mucha información interna. Ya sabes, qué guerras están a punto de comenzar y cuál fracasará, ese tipo de cosas.

—Estás diciendo que alguien debería controlar el dinero de Ender.

—Te diré una cosa. Voy a preguntarle a Graff quién se está encargando.

—¿Quieres invertirlo? —preguntó Theresa—. ¿Vas a dedicarte a la bolsa o las finanzas cuando Peter haya conseguido la paz mundial?

—No estaré aquí cuando Peter...

—Oh, Bean, por el amor de Dios, no me tomes tan en serio y no hagas que me sienta mal por actuar como si no fueras a morirte. Prefiero no pensar en tu muerte.

—Sólo estaba diciendo que no soy una buena persona para manejar la... cartera de Ender.

—¿Entonces... quién?

—No sé. No tengo ningún candidato.

—Y por eso querías hablar con Peter. Bean se encogió de hombros.

—Pero eso no tendría ningún sentido. Peter no sabe nada de inversiones y... no, no, no. Ya veo adonde quieres llegar.

—¿Cómo, cuando yo mismo no estoy seguro?

—Oh, claro que estás seguro. Crees que Peter está financiando parte de todo esto con la pensión de Ender. Crees que está haciendo un desfalco a costa de su hermano.

—Dudo que Peter lo llamara desfalco.

—¿Cómo lo llamaría entonces?

—Para Peter, Ender probablemente está comprando bonos del Gobierno emitidos por la Hegemonía. Así que cuando el Hegemón domine el mundo, Ender recibirá el cuatro por ciento cada año, libre de impuestos.

—Incluso yo sé que eso es una inversión pésima.

—Desde un punto de vista financiero, Peter tiene a su disposición más dinero que las escasas limosnas que las pocas naciones dispuestas pagan todavía a la Hegemonía.

—Hay alzas y bajas.

—¿Te lo ha dicho?

—John Paul está más al tanto de estas cosas. Cuando el mundo se preocupa por la guerra, el dinero fluye hacia la Hegemonía. No mucho, sólo un poco más.

—Cuando llegué aquí por primera vez estabais Peter, vosotros dos y los soldados que traje conmigo. Un par de secretarios. Y un montón de deudas. Sin embargo Peter siempre tenía dinero suficiente para enviarnos en los helicópteros que trajimos. Dinero para combustible, dinero para municiones.

—Bean, ¿qué se ganará si acusas a Peter de quedarse con la pensión de Ender?

Sabes que Peter no se está haciendo rico con eso.

—No, pero se está haciendo Hegemón. Ender podría necesitar el dinero algún día.

—Ender nunca volverá a la Tierra, Bean. ¿De qué le servirá el dinero en el nuevo mundo que vaya a colonizar? ¿Qué daño está causando?

—Entonces estás de acuerdo en que Peter estafe a su hermano.

—Si está haciendo eso. Cosa que dudo. —La sonrisa de Theresa era tensa y sus ojos relampaguearon un instante. Mamá oso, protegiendo a su cachorro.

—Protege al hijo que está aquí, aunque esté engañando al hijo que está fuera.

—¿Por qué no vuelves a tu habitación y cuidas de tu propio hijo en vez de meterte con el mío?

—Y los pioneros colocan en círculo las carretas para protegerse de las flechas de los indios.

—Te aprecio, Bean. También me preocupas. Te echaré de menos cuando mueras. Haré todo lo que pueda para ayudar a Petra a superar los tiempos difíciles que le esperan. Pero mantén tus manos de tamaño de hipopótamo apartadas de mi hijo. Tiene el peso de una nación sobre los hombros, por si no te has dado cuenta.

—Creo que no voy a tener que entrevistarme con Peter esta mañana después de todo.

—Encantada de serte útil.

—No le digas que he venido, ¿de acuerdo?

—Con mucho gusto. De hecho, ya se me ha olvidado que has estado aquí.

Se volvió hacia el ordenador y volvió a teclear. Bean esperó que estuviera escribiendo palabras sin significado y cadenas de letras, porque estaba demasiado enfadada para escribir nada inteligible. Incluso pensó en asomarse, sólo para ver.

Pero Theresa era una buena amiga que protegía a su hijo. No había ningún motivo para convertirla en una enemiga.

Se marchó. Sus largas piernas lo llevaban mucho más lejos, mucho más rápido que a cualquier otro hombre que caminara tan despacio. Y aunque no se movía rápido, todavía sentía su corazón bombear aceleradamente. Sólo con recorrer un pasillo era como si hubiera corrido un poco.

¿Cuánto tiempo? No tanto como tenía ayer.

* * *

Theresa lo vio marchar y pensó: amo a ese muchacho por ser tan leal a Ender. Y tiene todo el derecho a sospechar de Peter. Es el tipo de cosa que haría. Por lo que sé, Peter consiguió que la universidad nos pagara nuestro salario completo, pero no nos lo dijo, y ahora está cobrando nuestros cheques.

O tal vez le está pagando en secreto China o América o cualquier otro país que valore sus servicios como Hegemón.

A menos que valoren sus servicios como Lincoln. O... como Martel. Si es que estaba escribiendo realmente los ensayos de Martel. Algo así encajaba con los servicios de propaganda de Peter, pero la escritura no parecía típica de él, y difícilmente podía ser Valentine esta vez. ¿Había encontrado otro escritor sustituto?

Tal vez alguien estaba contribuyendo a lo grande a la causa de «Martel» y Peter se estaba embolsando el dinero para hacer avanzar la suya propia.

Pero no. La noticia de esas contribuciones acabaría por filtrarse. Peter nunca sería tan tonto como para aceptar dinero que pudiera comprometerlo si se descubría.

Lo comprobaré con Graff, veré si la F.I. le está pagando la pensión a Peter. Y si es así, tendré que matar a ese muchacho. O al menos le pondré mi cara de decepción y luego lo pondré verde delante de John Paul cuando estemos a solas.

* * *

Bean le dijo a Petra que iba a ir a entrenar con Suri y los muchachos. Y lo hizo: fue a donde ellos estaban entrenando. Pero se pasó el tiempo en uno de los helicópteros, haciendo una llamada encriptada y codificada a la antigua estación de la Escuela de Batalla, donde Graff estaba reuniendo su flota de naves coloniales.

—¿Vas a venir a visitarme? —preguntó Graff—. ¿Quieres viajar al espacio?

—Todavía no —respondió Bean—. No hasta que haya encontrado a mis hijos perdidos.

—¿Entonces tienes otro asunto que discutir?

—Sí. Pero inmediatamente se dará cuenta de que este asunto del que quiero hablar no es asunto mío.

—No puedo esperar. No, tengo que esperar. Hay una llamada que no puedo rechazar. Espera un momento, por favor.

El siseo de la atmósfera y los campos magnéticos y la radiación entre la superficie de la Tierra y la estación espacial. Bean pensó en interrumpir la conexión y esperar otra ocasión. O tal vez dejar correr todo el estúpido asunto.

Justo cuando Bean iba a cortar la llamada, Graff volvió a ponerse.

—Lo siento. Estoy en mitad de unas negociaciones complicadas con China para dejar que emigren parejas que esperan descendencia. Querían enviarnos algunos de los varones que les sobran. Les he dicho que íbamos a formar una colonia, no a librar una guerra. Pero lo que es negociar con los chinos... Crees que oyes que sí, pero al día siguiente descubres que te dijeron no muy delicadamente y luego escondieron las manos.

—Todos estos años controlando el tamaño de su población y ahora no quieren dejar marchar a unos cuantos miles —dijo Bean.

—Tú me has llamado. ¿Qué es ese asunto que no es asunto tuyo?

—Recibo mi pensión. Petra la suya. ¿Quién recibe la de Ender?

—Vaya, vas al grano.

—¿Va a parar a Peter?

—Qué excelente pregunta.

—¿Puedo hacer una sugerencia?

—Por favor. Que yo recuerde, tienes un historial de sugerencias interesantes.

—Deje de enviar la pensión a todo el mundo.

—Ahora soy el ministro de Colonización —dijo Graff—. Recibo mis órdenes del Hegemón.

—Está tan metido en la cama con la F.I. que Chamrajnagar piensa que tiene hemorroides y se despierta rascándole.

—Tienes un enorme potencial por descubrir como poeta —dijo Graff.

—Mi sugerencia es que la F.I. entregue el dinero de Ender a una parte neutral.

—Cuando se trata de dinero, no hay partes neutrales. La F.I. y el programa colonial gastan el dinero a la misma velocidad que llega. No tenemos ni idea de por dónde empezar un programa de inversiones. Y si piensas que estoy subvencionando un fondo mutuo terrestre con los ahorros de un héroe de guerra que ni siquiera podrá preguntar por el dinero durante otros treinta años, estás loco.

—Estaba pensando que podía entregarlo a un programa informático.

—¿Crees que no lo hemos pensado? Los mejores programas inversores son sólo un dos por ciento mejores prediciendo mercados y obteniendo beneficios que cerrarte los ojos y clavarte con un alfiler las listas de stock.

—¿Quiere decir que, con toda la experiencia informática y todos los recursos informáticos de la Flota, no pueden crear un programa neutral que se encargue del dinero de Ender?

—¿Por qué insistes tanto en que lo haga un software?

—Porque el software no se vuelve avaricioso y trata de robar. Ni siquiera para un propósito noble.

—¿Y si Peter está usando el dinero de Ender (eso es lo que te preocupa, ¿verdad?), y de repente lo cortamos, no se dará cuenta? ¿No retrasará eso sus esfuerzos?

—Ender salvó al mundo. Tiene derecho a su pensión completa, cuando la quiera, si llega a quererla alguna vez. Hay leyes que protegen a los niños actores. ¿Por qué no a los héroes de guerra que viajan a la velocidad de la luz?

—Ah —dijo Graff—. De modo que estás pensando en lo que pasará cuando te marches en esa nave que te hemos ofrecido.

—No necesito que ustedes se encarguen de mi dinero. Petra lo hará bien. Quiero que ella use ese dinero.

—Lo que quiere decir que no volverás jamás.

—Está usted cambiando de tema. Software. Manejar las inversiones de Ender.

—Un programa semiautónomo que...

—No semi. Autónomo.

—No hay programas autónomos. Además, es imposible modelar la bolsa. Nada que dependa de la conducta de las masas puede ser preciso. ¿Qué ordenador podría enfrentarse a eso?

—No lo sé —dijo Bean—. ¿No predice la conducta humana aquel jueguecito mental que nos hacía practicar?

—Era software educativo muy especializado.

—Vamos. Era su psiquiatra. Analizaban ustedes la conducta de los niños y...

—Eso es. Escúchate hablar. Analizábamos nosotros.

—Pero el juego también analizaba. Anticipaba nuestros movimientos. Cuando Ender jugaba, lo llevaba a sitios que el resto de nosotros no vio nunca. Pero el juego iba siempre por delante de él. Era un software cojonudo. ¿No puede enseñarle a jugar a las inversiones?

Graff pareció impacientarse.

—No lo sé. ¿Qué tiene que ver un programa viejo con...? Bean, ¿te das cuenta de los esfuerzos que me pides que haga para proteger la pensión de Ender? Ni siquiera sé si necesita ser protegida.

—Pero debería usted saber que no lo necesita.

—Culpa. Tú, la maravilla sin conciencia, estás usando la culpa conmigo.

—Me pasé mucho tiempo con la hermana Carlotta. Y Petra tampoco es manca.

—Miraré el programa. Miraré el dinero de Ender.

—Sólo por curiosidad, ¿para qué se está usando el programa ahora que no tienen chicos ahí arriba?

Graff bufó.

—No tenemos nada más que chicos aquí arriba. Los adultos están jugando. El Juego Mental. Sólo que les prometí que nunca permitiría que el programa analizara su juego.

—Entonces el programa sí que analiza.

—Hace preanálisis. Busca anomalías. Sorpresas.

—Espere un momento —dijo Bean.

—¿No quieres que lo haga examinar las finanzas de Ender?

—No he cambiado de opinión al respecto. Me estaba preguntando... tal vez podría examinar una base de datos enorme que tenemos aquí y analizarla... bueno, encontrar algunas pautas que nosotros no vemos.

—El juego se creó para un propósito muy específico. Buscar pautas en bases de datos no fue...

—Oh, vamos —dijo Bean—. Eso es todo lo que hacía. Pautas en nuestra conducta. El hecho de que creara la base de datos de nuestras acciones sobre la marcha no cambia la naturaleza de lo que estaba haciendo. Cotejaba nuestra conducta con la conducta de niños anteriores. Con nuestra propia conducta normal. Para ver hasta qué punto nos volvía locos su programa educativo.

Graff suspiró.

—Que tus informáticos se pongan en contacto con los míos.

—Con su bendición. Nada de «esfuerzos» de humo y espejos y arrastre de pies que no lleven deliberadamente a ninguna parte.

—¿De verdad te preocupa lo que hacemos con el dinero de Ender?

—Me preocupo por Ender. Puede que algún día necesite el dinero. Una vez hice la promesa de que impediría que Peter le hiciera daño a Ender. En cambio, no hice nada mientras Peter lo enviaba lejos.

—Por el bien de Ender.

—Ender tendría que haber podido decidir.

—Lo hizo —dijo Graff—. Si hubiera insistido en volver a la Tierra, yo lo habría dejado volver. Pero cuando Valentine subió a reunirse con él, se contentó.

—Bien—dijo Bean—. ¿Ha consentido en que le roben su pensión?

—Me encargaré de convertir el Juego Mental en un asesor financiero. El programa es complejo. Hace muchas autoprogramaciones y autoalteraciones. Así que tal vez, si se lo pedimos, pueda reescribir su propio código para convertirse en lo que quieres que sea. Es magia, después de todo. Cosas de ordenadores.

—Es lo que siempre he pensado —dijo Bean—. Como Santa Claus. Los adultos fingen que no existe, pero nosotros sabemos que sí.

Cuando terminó la conversación con Graff, Bean llamó inmediatamente a Ferreira. Ya era de día, así que Ferreira estaba despierto. Bean le contó el plan para que el programa de Juego Mental analizara la enorme base de datos de información vaga y mayormente inútil sobre los movimientos de mujeres embarazadas con bebés que pesaran poco al nacer y Ferreira dijo que se pondría a ello inmediatamente. Lo dijo sin entusiasmo, pero Bean sabía que Ferreira no era de la clase de hombres que dicen que van a hacer algo y no lo hacen, sólo porque no crean en ello. Cumpliría su palabra.

¿Cómo lo sé?, se preguntó Bean. ¿Cómo sé que puedo confiar en que Ferreira se dedique a esa búsqueda de palos de ciego una vez que ha dado su palabra? Mientras que sé, sin ni siquiera saber que lo sé, que Peter está financiando en parte sus operaciones robando a Ender. Eso es lo que me molestaba días antes de comprenderlo.

Maldición, pero yo soy listo. Más listo que ningún programa informático, incluso que el Juego Mental.

Si al menos pudiera controlarlo.

Tal vez no tenga la capacidad para manejar conscientemente una enorme base de datos y encontrar pautas en ella. Pero puedo manejar la base de datos de cosas que observo en la Hegemonía y lo que sé sobre Peter y, sin hacer siquiera la pregunta, encuentro una respuesta.

¿He podido hacerlo siempre? ¿O es que mi cerebro en crecimiento me proporciona poderes mentales cada vez mayores?

Debería examinar algunas de las ecuaciones matemáticas y ver si puedo encontrar pruebas de... de lo que sea que no puedan demostrar pero quieran.

Tal vez Volescu no está tan equivocado después de todo. Tal vez un mundo entero de mentes como la mía...

Mentes miserables, solitarias, desconfiadas como la mía. Mentes que ven la muerte acechando todo el tiempo. Mentes que saben que nunca verán crecer a sus hijos. Mentes que se dejan despistar por asuntos como cuidar de la pensión de un amigo que probablemente nunca la necesitará.

Peter va a ponerse furioso cuando descubra que esos cheques ya no van a parar a él. ¿Debería decirle que es cosa mía o dejar que piense que la F.I. lo ha hecho por su cuenta?

¿Y qué dice acerca de mi carácter que le diga que he sido yo?

* * *

Theresa no vio a Peter hasta mediodía, cuando ella y John Paul y su ilustre hijo se sentaron a almorzar papaya y queso y embutidos.

—¿Por qué siempre bebes eso? —preguntó John Paul. Peter pareció sorprendido.

—¿Guaraná? Es mi deber como estadounidense no beber nunca Coca o Pepsi en un país que tiene refrescos indígenas. Además, me gusta.

—Es un estimulante —dijo Theresa—. Aturde el cerebro.

—Además produce gases —dijo John Paul—. Constantemente.

—Frecuentemente sería el término más adecuado —dijo Peter—. Y os agradezco que os preocupéis.

—Sólo cuidamos de tu imagen —contestó Theresa.

—Sólo me tiro pedos cuando estoy a solas.

—Como lo hace delante de nosotros —le dijo John Paul a Theresa—, ¿en qué nos convierte eso exactamente?

—Quiero decir «en privado». Y la flatulencia de las bebidas carbónicas no huele.

—Él cree que no huele —dijo John Paul. Peter levantó el vaso y lo vació.

—Y os preguntáis por qué no me entusiasman estas pequeñas reuniones familiares.

—Sí —dijo Theresa—. La familia es un inconveniente para ti. Excepto cuando puedes gastarte los cheques de su pensión.

Peter los miró a ambos.

—Ni siquiera tenéis pensión. Ninguno de los dos. Ni siquiera tenéis cincuenta años todavía.

Theresa lo miró como si fuera estúpido. Él simplemente continuó comiendo su almuerzo.

—¿Te importa decirme de qué va todo esto? —preguntó John Paul.

—De la pensión de Ender —dijo Theresa—. Bean cree que Peter la ha estado robando.

—Así que, naturalmente, mamá lo cree.

—Oh, ¿entonces no es así? —preguntó Theresa.

—Hay una diferencia entre invertir y robar.

—No cuando inviertes en bonos de la Hegemonía. Sobre todo cuando un puñado de chozas del Amazonas tiene mayor valor inversor que tú.

—Invertir en el futuro de la paz mundial es una buena inversión.

—Invertir en tu futuro —dijo Theresa—. Lo cual es más de lo que hiciste por Andrew. Pero ahora que Bean lo sabe, puedes estar seguro de que esa fuente de financiación se secará muy rápidamente.

—Lo siento por Bean —dijo Peter—. Ya que de ahí se pagaba su búsqueda y la de Petra.

—No fue así hasta que decidiste que lo fuera —dijo John Paul—. ¿De verdad eres tan cicatero?

—Si Bean decide unilateralmente cortar una fuente de ingresos, entonces tengo que reducir gastos de alguna parte. Como su búsqueda personal no tiene nada que ver con los objetivos de la Hegemonía, parece justo que este proyecto suyo sea el primero en desaparecer. Es una tontería de todas formas. Bean no tiene ningún derecho a reclamar la pensión de Ender. No puede tocarla.

—No va a tocarla—dijo Theresa—. No quiere el dinero.

—¿Entonces te lo entregará a ti? ¿Qué harás, meterlo a plazo fijo, como haces con tu propio dinero? —Peter se echó a reír.

—No parece arrepentido —dijo John Paul.

—Ése es el problema con Peter —dijo Theresa.

—¿Sólo ése? —dijo Peter.

—O bien no le importa o es el fin del mundo. No hay término medio para él.

Confianza absoluta o desesperación total.

—Hace años que no me desespero. Bueno, semanas.

—Dime una cosa, Peter —dijo Theresa—. ¿Hay alguien a quien no vayas a explotar para conseguir tus propósitos?

—Puesto que mi propósito es salvar a la especie humana de sí misma la respuesta es no. —Se limpió la boca y dejó caer la servilleta sobre el plato—. Gracias por el encantador almuerzo. Me encanta pasar un ratito con vosotros.

Se marchó.

John Paul se arrellanó en su asiento.

—Bueno. Creo que le diré a Bean que si necesita la firma de algún pariente para lo que quiera hacer con la pensión de Ender, me alegraré de ayudarlo.

—Si conozco a Julian Delphiki, no necesitará ninguna ayuda.

—Bean salvó toda la empresa de Peter matando a Aquiles con gran riesgo personal y la memoria de nuestro hijo es tan corta que dejará de pagar los esfuerzos para rescatar a los hijos de Bean y Petra. ¿Qué gen es el que le falta a Peter?

—La gratitud siempre ha tenido corta vida en el corazón de la mayoría de la gente

—dijo Theresa—. Ahora mismo Peter ni siquiera se acuerda de que la sintió alguna vez hacia Bean.

—¿Hay algo que podamos hacer?

—Una vez más, querido, creo que podemos contar con Bean. Esperará que Peter intente vengarse, y ya tendrá un plan.

—Espero que ese plan no requiera apelar a la conciencia de Peter.

Theresa se echó a reír. John Paul también. Fue una risa de lo más triste, en aquella habitación vacía.


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