La gran sala blanca y transparente parecía como si estuviera tallada en un pedazo gigante de cristal. De un vistazo, era claro, pero sin fondo como un manantial profundo.
—¡Su Alteza! —el guardia de mediana edad se arrodilló sobre una rodilla.
—¿Hay algo... interesante que haya pasado? —una mujer se sentó en un trono alto hecho con cristales y piedras preciosas. Sus pies descansaban sobre el pedestal que estaba tan alto como la cabeza del guardia.
Esta chica parecía tener unos 19 años. La piel revelada por su vestido largo azul hielo sin mangas era más blanca que la nieve. Con sus manos en guantes de seda y descansando en su regazo, se veía digna y elegante como una estatua de una diosa.
Con su aspecto juvenil, era difícil conectarla con esa existencia legendaria.
—¿Sí? —su mirada bajó hacia él con frialdad.