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89.28% Experimento (Rojo peligro) #1 / Chapter 50: 23 Rojo

章節 50: 23 Rojo

Había mucha tensión que sus palabras dejaron, sobre todo en Rojo y Adam quienes eran los únicos del grupo cuyas miradas se mantenían endurecidas y atenta s a cualquier extraña acción de ellos. El resto de nosotros estábamos hechos un manojo de nervios mientras ellos dos se mantengan inmóviles, y peor estaba 16 que se ocultaba detrás de mí, aferrándose a mi espalda, susurrándome una y otra vez una pregunta: ¿Quiénes eran ellos?

Lo mismo me preguntaba, pero estaba claro que la única pregunta que importaba aquí era, ¿por qué razón estaban aquí? Apenas pasó un día desde que Adam mandó mensajes de ayuda desde la Tablet o, mejor dicho, eso intentó.

Quizás sus esfuerzos por contactarse con algún sobreviviente del laboratorio habían surtido efecto. Quizás eran ellos.

— ¿A qué han venido? — preguntó Rossi—. ¿Recibieron nuestro mensaje de ayuda?

—Responderé las preguntas una vez que bajen sus armas. No estamos aquí...— pausó mirándonos nuevamente a cada uno de nosotros—, para matarlos.

Mi garganta repentinamente se me secó cuando soltó aquello con un atisbo de voz divertida y escalofriante.

— ¿Cómo podemos estar seguro de ello? — Adam escupió la pregunta, echando una mirada a cada uno de ellos que nos señalaban con sus armas, sobre todo al naranja en el que fijé la mirada con más claridad al darme cuenta de que estaba mirándonos a Rojo y a mí, como si de pronto fuéramos algo interesante.

Eso solo me consternó más que, tuve que mirar a Rojo para saber si él se había dado cuenta de su mirada, pero no. Rojo pasaba su mirada a cada uno de ellos, atento y cuidadoso. Pestañeé y volví la mirada a él solo para saber que ahora, con severidad, miraba a Adam.

— ¿Cómo sabremos que no dispararan si nos están señalando? — Adam completó su pregunta.

Un instante fue silencio para que al siguiente esa extraña risa removiera nuestras entrañas y llenará el bunker perturbadoramente.

— ¿No es lo mismo que están haciendo ustedes?

—Con la única diferencia de que ustedes son más que nosotros— recalqué.

Eso hizo que él estirara aún más su sonrisa, y que esa sonrisa perturbadora le llegara hasta los ojos, marcando aún más todas sus arrugas.

—La única forma en que yo los mataré será sabiendo que están infectados— dicho esas palabras con su grave voz, no pude evitar estremecerse del miedo, sentirme más asustada que antes al recordar que Rojo seguía teniendo los colmillos.

Tuve miedo, mucho miedo, los colmillos no se le habían caído y no desaparecieron, pero la batería había dejado de crecer en su interior o, mejor dicho, ya no estaba en el cuerpo de Rojo. Habían pasado muchos días y él se devoraba las galletas con gusto cuando en el área roja, las escupió con un gesto de asco. Era claro que estaba sano, ya no estaba contaminado, pero la pregunta era, ¿ellos querrán lastimarlo al ver sus colmillos?

Ni un experimento tenía por naturaleza colmillos, ¿cierto? Creo que Michelle o Rossi lo hubiesen mencionado antes cuando recién nos encontraron.

—Pero los experimentos termodinámicos ya los revisaron así que estoy consciente de que están sanos— Y con eso, retiró una de sus manos de su arma, alzándola junto a su cabeza de una forma que todos vieran el movimiento de sus manos. Una indicación que hizo que todos ellos bajaran sus armas.

Miré a cada uno de ellos, había tantos hombres y mujeres experimentos vistiendo los mismos chalecos, todos con una mirada endurecida, otros pocos, como ese experimento de orbes naranjas y el hombre al mando, manteniendo una leve torcedura de sus labios con malicia. Ese sin duda era un gesto bastante inquietante como para desconfiar de sus palabras.

Algo no me gustaba de ellos.

—Ahora quiero que ustedes hagan lo mismo— pidió viéndonos con severidad. Le di una mirada a Rojo, notando como mantenía su postura peligrosamente quieta y alerta, con la mirada clavada en ellos, estudiándolos. Creo que él tampoco confiaba en ellos... Adam estaba igual y por la forma en que sus cejas se arqueaban y fruncían, preocupado. Sus manos apretaron y arma ese dedo en el gatillo temblaba, sin embargo, bajo esa mirada azulada demandando que obedeciera, Adam retiró el arma, enfundándola en su cinturón, Rossi hizo lo mismo, y luego les seguí yo.

No quería bajar el arma, pero debía hacerlo, de otro modo estaríamos en problemas. Si nos poníamos en contra, no saldríamos vivos, era seguro...

Por otro lado, mirar a mi derecha donde se encontraba Rojo, me retuvo la respiración, él seguía en la misma posición, con sus brazos estirados sosteniendo el arma, su cabeza levemente cabizbaja, su mirada oscura y endemoniada clavada amenazadoramente en una única persona, esa misma que se mantenía mirándolo con interés, y una escalofriante diversión, eso sin duda me dejó espantada.

Rojo se miraba dispuesto, firme a disparar, y me pregunté por ese momento, por la forma en cómo miraba al hombre, si ya lo conocía. Pese a si lo conocía o no, él tenía que bajar el arma, debía, o lo lastimarían.

—Baja el arma—Rojo no hizo ni un gesto a la orden de Adam, se mantuvo imponente y peligroso, desconfiado, ante todo, decidido a no bajarla. Eso solo hizo que aquel hombre alzara su brazo nuevamente, y tan solo vi la intensión que tenía cuando el soldado naranja y otro experimento de ojos verdes levantó su arma señalando a su cabeza, mi cuerpo se invadió de horror, sentí mis huesos rasgados por una terrible sensación porque él dispararía.

No. No iba a dejar que le dispararan.

De inmediato mis manos volaron a su brazo, tomándolo con delicadeza, un solo tacto que hizo que él pestañara, y que los ojos de aquel hombre se posaran en mí. Lo ignoré, poniendo atención únicamente en Rojo, rogando que girara y me mirara.

—Rojo... Baja el arma— pedí por lo bajo, mirando como su pecho se inflaba con fuerza, para exhalar y así, bajar el arma al fin. Obedeciéndome. Eso me hizo sentir solo un poco de alivio, solo un poco porque aquel hombre habló.

—Así que este enfermero rojo ya tiene dueño, interesante— No me gustaron esas palabras, y mucho menos el tono en que lo dijo, tan tentativo como para levantar el arma y dispararle a la boca—. También tengo algunos experimentos que también tienen dueño humano, ¿no es así Doce? — sostuvo el viejo, pronunciando ese último numero en un extraño tono que me amargó la boca. Dio una mirada de rabillo al experimento de orbes naranjas que, de todos, él era quien más daba miedo. Él no tardó en clavarle una mirada de rabillo al hombre de mayor edad, severa y fría.

Y quedé sorprendida. ¿Él tenía una humana por pareja también? ¿Tenía una relación amorosa con una humana, como Rojo y yo?

—Ahora responde— Adam alzó la voz, dando un paso adelante, más cerca del hombre de lo que estuvo antes—. ¿A qué han venido a este bunker?

— ¿Vinieron a causa de nuestro mensaje? —repitió Rossi la pregunta, algo que estiró más esa sonrisa maliciosa del hombre.

— ¿Mensajes? Mis hombres y yo solo salimos a buscar provisiones para la gente que cuidamos, sabemos que los bunkers guardan grandes cantidades de alimentos en su almacén por eso vinimos— replicó él, en un tono espeso, casi altivo. Sus palabras terminaron sorprendiéndonos, dejando que sus palabras se repitieran una y otra vez en nuestra cabeza. ¿Eso quería decir que había más sobrevivientes que ellos, qué nosotros, qué los de la base?

— ¿Cuántas personas son? — La pregunta resbaló de mis labios. Esos orbes azules pasaron de ver a Adam, a verme a mí, sus labios curvados, se tensaron un poco cuando repararon en todo mi aspecto.

—Si no te importa— volvió a pausar, esta vez, dejando que su arma le colgara de una mano—. Primero tomaremos por lo que vinimos, después responderemos sus preguntas una vez lleguemos...

— ¿Una vez lleguemos? ¿Nos llevaran con ustedes? — cuestioné, lanzando una corta mirada a Rojo, cuyas cejas se mantenían fruncidas, y sus labios apretados en una mueca perturbadora.

— ¿No es eso lo que todos quieren en esta porquería de lugar? Y por lo que veo, es lo que ustedes necesitaban — Arqueé una ceja con su comparación tan extraña. Aun así, lo entendí, pero seguí confundida, dudosa de ellos, entonces no nos harían daño, ¿o sí?

El hombre dio una serie de pasos hacia mí, pero cuando Rojo se enderezó y se corrió de tal forma que cubriera la mitad de mi cuerpo, se detuvo. No tenía que bajar la mirada hacia sus manos para saber de qué forma apretaba su arma, poco faltaba para que la alzara y comenzara a disparar, agujerando el cuero del hombre.

En cuanto esos ojos azules se clavaron en él, el soldado naranja dio zancadas para estar junto al hombre, en una posición amenazadora, apretando el arma en sus manos.

—Tranquilo— No supe a quién le decía esas palabras, si al experimento naranja o a Rojo, pero el soldado naranja apartó volviendo a su antiguo lugar, el hombre también retrocedió, pero alzando sus manos y viendo a Adam—. Escuchen, somos más de 100 sobrevivientes, sumando a los experimentos. Ya tenemos un plan para salir de este laboratorio, así que ayúdenos a cargar comida, mantas y todo tipo de material metálico que pueda servirnos, y vengan con nosotros. Las personas también son un importante recurso...

Las mismas palabras que Adam una vez dijo, y eran ciertas, entre más personas seamos usando armas, más podemos sobrevivir en el laboratorio, repleto de monstruos. Pero, aun así, seguía desconfiando de ellos, tal vez eran sus posturas frías y amenazadoras, o esas miradas y la forma en que permanecían formados sin inmutarse, sin mirar si quiera detrás de ellos para revisar del otro lado del umbral del bunker si un experimento contaminado se acercaba a ellos o no.

No se les miraba no una pisca de miedo en sus rostros y no solo hablaba de los experimentos, sino de las personas uniformadas.

—De aquí, tu pareces ser el más sensato— dijo, acercándose a Adam una vez que le dio toda una mirada a su cuerpo varonil—, tú y tu grupo vendrán con nosotros al primer bunker, solo si quieren, por supuesto no obligamos a nadie a venir, aunque en estas circunstancias todos quieren estar en un lugar a salvo y con otr...

—Iremos—El hombre ni siquiera había terminado de hablar cuando Rossi exclamó. ¿En serio acababa de decir que iremos? Yo no estaba del todo de acuerdo. Adam le dio una mirada molesta, y ella volvió a exclamar, sonriente—. Todos iremos con ustedes.

— Sin embargo, no te pregunte a ti— enfatizó con frialdad, viendo de reojo a Rossi quien había quedado estática y pálida, y entornando la mirada a Adam—. ¿Qué vas a responder tú?

Hubo mucha tensión que su pregunta dejó en el ambiente mientras ellos dos se compartían una mirada turbia.

—Tengo más de una docena de hombres cuidando fuera, no puedo hacerlos esperar si no me respondes— Entorne asombrada la mirada al umbral, ¿tenía más hombres afuera del bunker? Por eso ni se preocupaban de cerrado la puerta. Pero, ¿cuántos eran en total? No podía imaginar el número, debían de ser más que los sobrevivientes de la base.

— ¿Y si decimos que no? — Esa pregunta no salió de los labios de Adam, sino de los carnosos labios de Rojo que incluso había alzado su mentón un poco, casi como una mirada intencional en la que demostraba que no les temía.

—¿Hablan en serio? ¿Planeamos salir de aquí y ustedes simplemente prefieren quedarse? Pues... Nos llevaremos toda su comida y armamento, y los dejaremos aquí, desafortunadamente solos y hambrientos— terminó diciendo, y solo no pude creer que dijera que se llevaría nuestras armas. Eran nuestras, no suyas, ¿con qué íbamos a defendernos? —. Pero nosotros no queremos eso, y ustedes tampoco, ¿verdad?

Envió una mirada de suficiente seguridad a Rojo quien terminó apretando sus puños y endureciendo esa quijada. Por supuesto, haría lo mismo, el bastardo solo nos estaba tentando, dejando ninguna opción para quedarnos en el bunker. Era claro que al final, tampoco nos dejaría quedarnos. Así que al final no había motivos ni para responderle.

—Iremos con ustedes— espetó Adam con el mismo disgusto.

(...)

Vaciaron todo el sótano, tomando las cajas de provisiones y materiales sanitarios, lo mismo hicieron en cada una de las habitaciones, vaciándolas, llevándose hasta las camas con todo y colchón, algo que sin duda me dejó desconcertada, los experimentos tenían una fuerza sin igual cargando tanto metal como cajas y sacándolas del bunker hacia el pasadizo, sin queja alguna, incluso hubo quienes arrancaron trozos de paredes metálicas, no imaginé para que las necesitarían, pero, en fin.

También quedé perturbada al saber el número de personas que cuidaban el exterior cuando un par de linternas del tamaño de un brazo se encendieron y posicionaron en cada lado del umbral del bunker, alumbrando todo a su pasó. Una que otra de esas personas y experimentos entraba para ayudar con las provisiones, pero el resto mantenía una firme posición en la que apenas se les podía ver respirar.

Solo recordar el número de cuerpos destrozados en el comedor, me hacía creer que lo que miraba era solo parte de mi imaginación, pensé que la gran mayoría de los trabajadores habían muerto y que solo una muy pequeña parte sobrevivió, pero vaya equivocación, ¿cuántas personas con exactitud trabajaban en el laboratorio? Fuera cual fuera el número, ya no era importante, sólo los sobrevivientes.

—Yo no confió en ellos, Pym— la voz baja y grave de Rojo, con su crepitado al final, recorrió mi cuerpo entero como una descarga eléctrica—. ¿Y tú?

Retiré la mirada de los experimentos que cargaban las últimas cajas de comida del primer pasadizo junto al sótano para girar y subir el rostro a ese par de orbes que se hallaban clavados donde mismo.

—Supongo que sí, tienen armas, tienen seguridad y planean salir de aquí, además hay muchos experimentos y saber que los dejan usar armas me tranquiliza— comenté, con inseguridad soltando una exhalación—. Dicen que hay más personas que cuidan de ellos en otro bunker.

Eso dijo el hombre después de que Adam le contestará muy forzadamente, y después de que él extendiera una sonrisa y palmera el hombro de Adam como si fuera un buen amigo. Mencionó que el lugar donde se protegían era el segundo bunker que construyó el laboratorio, el cual se encontraba junto a este, separado por una larga pared. Dijo, también, que su objetivo era llegar por la primera entrada, pero vieron que el techo del túnel en el que estaba nuestro bunker, había colapsado y cubierto el otro lado de la entrada, por lo tanto, tuvieron que tomar otro camino para llegar hasta nosotros.

Confesó también, que más de 100 sobrevivientes lo habitaban, y más de la mitad de ellos estaban con él ahora mismo, dejando únicamente a los infantes y algunos guardias de seguridad. Eso era algo que también nos había sorprendido, que hubiera experimentos infantes a su cuidado. La pregunta era saber cómo los trataban. Si como animales, o como personas, pero viendo como el hombre al mando, trataba a todas esas personas con insultos, dudaba.

—Hay algo que no me gusta— Sentí pronto después de su murmuro, sus dedos acariciando mi cadera para anclarse en ella y acortar los centímetros entre nosotros, una distancia tan pequeña que poco faltaba para que nuestros labios se rozaran—. Tengo un mal presentimiento, y él no me cae bien.

Con él, se refería a ese hombre canoso. Para ser franca también tenía un muy mal presentimiento de ellos, después de todo el hombre nos Obligó a acompañarlos, cuando pudo haber utilizado otras palabras para conversarnos de ir con ellos.

—Siento lo mismo— susurré, apenas audible, aunque sabía bien que él me había escuchado.

Y entonces recordé algo, recordé la forma en que Rojo miró al hombre minutos atrás después de que Adam decidiera por todos nosotros ir con ellos, la manera en cómo lo fulminaba era como si quisiera matarlo.

— ¿Conoces a ese hombre? — inquirí, viendo a sus enigmáticos orbes y encontrando seriedad en ellos.

—Si— respondió, espesamente, mirando un momento a mis pies y luego a mis labios que permanecían abiertos de la sorpresa. En ese instante, un asqueroso sabor regresó a la punta de mi lengua, y maldije en mi interior cuando esas desgraciadas nauseas volvieron, justo en el momento menos indicado.

No, no era el momento para vomitar frente a estas personas o salir corriendo en busca de jun baño... así que me obligué a tragar rápidamente y abrazar mi estómago, poniendo atención a Rojo.

— No quiero que estemos cerca de él, sé que no le agradan los experimentos—Sus palabras trajeron consigo confusión.

Iba a preguntarle por qué, que cosas había hecho ese hombre como para que lo hicieran desconfiar de él. Pero no pude ni mover la boca, y no era por las náuseas o porque abrazar mi estómago no había funcionado ni un poco para calmar el asco que repentinamente tenía, sino cuando algo más se escuchó por detrás. Interrumpiéndonos.

— ¿Agradarle? A Jerry ningún experimento le agrada y eso no nos importa.

Aquella voz femenina nos dejó aturdidos a ambos, estremeciendo nuestros cuerpos. Hizo que nuestro contacto se rompiera en un instante y que él levantara la mirada para ver detrás de mí, lo imité enseguida, dando un paso atrás para voltearme y quedar tiesa como una piedra al ver quien estaba frente a nosotros, a un par de metros.

—¿Solo por eso no quieren ir con nosotros? ¿Por qué desconfían de un viejo musculoso? ¿Y a dónde irían sin nosotros? No hay otra alternativa que nosotros.

Pestañeé saliendo de mi aturdimiento, no pude evitar recorrer su cuerpo, y subir con lentitud hasta esos ojos solo para saber que era un experimento... Podía reconocerla aun teniéndola varios metros lejos de nosotros, su tamaño, su belleza, y un cuerpo muy bien desarrollado y curvilíneo en las zonas perfectas, mucho más que el cuerpo de Verde 16. Un cuerpo con proporciones incapaces de pasar desapercibidas.

—Ignoren a los humanos que creen que somos animales y que no podemos emparejarnos con quienes queramos, lo importante aquí es que todos salgamos de este lugar, y eso es lo que queremos hacer.

No sabía cómo reaccionar al ver esos orbes rojos repletos de pestañas oscuras, largas y onduladas que avivaban un encanto enigmático, eran igual de intensos y perturbadores que los de Rojo, dueños de un rostro tan definido y suave que parecía haber sido dibujado por dioses, y no estaba exagerando ni un poco, hasta una mujer quedaría sin respirar.

Yo ni siquiera podía sentir mis pulmones, pero más que su belleza, era saber la imponencia que emanaba de ella.

Esa mirada tan femenina como depredadora se clavó únicamente en Rojo, estudiando desde la punta de sus pies hasta lo el último de sus cabellos alborotados, luego se clavó en mí y también me estudio.

—Tranquilos, no muerdo— aclaró—. Mi clasificación es Rojo 23, quisiera tener un nombre, pero aún no decido— no esperé su presentación, menos ese par de comisuras apenas formando una sonrisa débil en su rostro —. ¿Cuál es su nombre?

—No es de tu incumbencia— soltó Rojo entre colmillos afilados en un tono de voz grave y sutil. En ese segundo, los carnosos y curvilíneos labios rosados del experimento, hicieron una mueca, hasta ese momento me di cuenta de que había estado mirando los labios de Rojo, con sus párpados levemente contraídos. Sospechosos.

Repentinamente sus piernas largas y marcadas por sus jeans oscurecidos se movieron inesperadamente, una tras otra en su dirección, dejando el hueco de sus pasos como un largo y escalofriante silencio, sin detenerse hasta estar a centímetros de él, con una distancia de sus rostros demasiado pequeño que me inquietó. Sobre todo, cuando ella estiró esa sonrisa escalofriantemente atractiva en esos carnosos y largos labios rosados.

—Voy a pedirte que me abras tu boca— ordenó sin gritar, dejando que su aliento se implantará en cada poro de él. Ladeando su afinado rostro femenino sin dejar de mirar con esa misma intensidad a Rojo, examinando cada pulgada de él—. Abre tu boca, sino quieres que yo te la abra de otra forma. Hablo en serio.

Eso me hundió el cejo, construyendo un sabor amargo en la garganta, ¿por qué le estaba pidiendo eso? Iba a reaccionar, y estaba a punto de preguntarle el por qué...

Cuando esa mano delgada voló de su arma a la boca de Rojo, un movimiento voraz que apenas fue detenido por la mano de él, cuando esos dedos alcanzaron a rozar sus carnosos labios lo suficiente como para levantar un poco el superior y ver un par de colmillos. Ella alzó la mirada de su agarré a esos ojos que la penetraban con severa molestia.

—No puedes ocultar esos colmillos, los vi desde el momento en que abriste la boca— informó, haciendo un mohín con sus labios, sin siquiera forcejear el agarre brusco de su muñeca, solo hasta que él la soltó.

—Él ya no está....

—No estoy infectado— terminó diciendo Rojo algo que también quería aclarar, en un tono engrosado y bajo, inclinando un poco su cabeza hacía atrás para apartarse de su rostro.

—Tal vez no— repuso, dejando por segunda vez que con su acercamiento su aliento abrazara la piel de sus labios—, pero se sabe que la bacteria puede resguardarse en los colmillos, con una mordida podrías infectar a otros, por eso te aconsejo que te los arranques.

— ¿Y crees que él va a estar mordiendo a las personas? Esta sano, no infectado— ahora era yo la que escupía la pregunta antes de que ella dijera otra cosa, logrando que esa mirada carmín se posicionara sobre mí para amoldarse en un gesto como si fuera un chiste.

—Querida, el problema no es la mordida, la sustancia que procrea a los parásitos podría salir de los colmillos e infectar el resto de su cuerpo— Muy a parte que me había desconcertado que me llamara querida, que dijera eso sobre el parasito me aflojó las piernas, un gran iceberg cayó a la boca de mi estómago—. No pondremos en riesgo a nuestros infantes en el bunker solo porque él lleva esos colmillos que el parasito misma creó.

Eso golpeó mi cabeza, me dejó noqueada. No había pensado jamás en eso, solo que los colmillos eran parte del parasito, pero no que en ellos se alojara el parasito y que esta incluso podía salir de ellos y contaminar otra vez a Rojo.

Solo pensar en eso oprimía mi pecho. ¿Realmente algo como eso podía suceder? Pero había algo que no terminó de convencerme completamente y eso hizo que ventara las siguientes palabras.

—Pero no lo entiendo, ustedes dijeron que estábamos descontaminados, si crees que sus colmillos llevan el parasito, ¿por qué no la vieron antes? —mi pregunta la hizo lanzar la mirada a Rojo mientras se apretaban sus labios de irritación.

— ¿Los dientes tienen temperatura? —arqueó una de sus delgadas cejas negras cuando preguntó—. No lo tienen, extrañamente estos colmillos son alguna clase de incubador, creados por la sustancia que desarrolla a los parásitos cuando la temperatura a su alrededor es bastante baja, por eso dijimos que no estaban contaminados, aun así, tener esos colmillos es bastante arriesgado.

Me aturdió su explicación, y me pregunté como un experimento podía saber eso, tal vez antes ya se lo habían explicado, quizás, no lo sé, pero era muy buena. Sí ese era el caso, entonces era mejor que Rojo se arrancara los colmillos.

Ese rostro blanco y de labios rosados, se aseveró, miró a sus lados a un par de experimentos se acercaban para pasarnos de largo y salir del bunker con más de dos cajas cargando entre sus brazos. Ella siguió sus cuerpos en todo momento, y cuando se sombrearon y desaparecieron, aclaró su garganta.

—Como eres de mi clasificación, y son muy pocos los de mí área, te lo estoy pidiendo como un favor— Respiró hondo y dio un paso atrás, enfundando su arma en el bolsillo de sus mezclillas—. No los van a dejar irse, necesitamos más personas para protegernos y salir de aquí todos juntos, por lo que te quitaran ellos mismos los colmillos, pero es mejor que lo hagas a tu manera. Será menos doloroso y tranquilo, volverán a crecer.

Su voz desconcertante me confundió más, parecía hablar con sinceridad y eso era lo que me confundía. Se construyó un silencio solo entre ellos en el que sus miradas se mantenían una sobre la otra, ahora esos carnosos labios femeninos ya no estaban sonriendo ni mucho menos tenía una mueca. Hubo algo que me confundió en ella y que logró que una pregunta palpara mi boca, fue exactamente lo que dijo sobre los colmillos y el dolor al quitárselos.

— ¿Cómo sabes eso? ¿Hubo otro que antes estaba infectado? —quise saber, ella lanzó sus orbes carmín en mi dirección y asintió a una de mis preguntas, torciendo nuevamente esa media sonrisa que no era por felicidad, solo era perturbadora.

—Yo me infecté—confesó y contraje mi frente, mirando de soslayo a Rojo para darme cuenta de que eso a él le había sorprendido—. Me arranqué el parasito cuando estuve a punto de devorarme al hombre que me gusta...

Un escalofrió sacudió toda mi espinilla, se esparció por todo mi cuerpo hasta desboronare, lo que confesó había sido tan perturbador que toda mi mente se vació.

—Ellos nos encontraron poco después, pero me arrancaron los colmillos con pinzas, dijeron que los colmillos incubaban el parasito—contó, esta vez, mirando a Rojo— Te cortan los labios y te abren la quijada para tener más acceso a su boca, por eso es mejor que te los arranques por ti mismo—lo último pareció más una petición que soltó con seriedad, casi desvaneciendo esa sonrisa que por un momento diminuto tembló.

Quedé patinando, tratando de no imaginarme esa escalofriante escena, dudosa de creer que lo que dijo había sido cierto, hizo exactamente lo mismo que Rojo arrancándose el parasito, pero era imposible que ella supiera eso de él, así que tampoco podía está mintiendo.

Pero que le cortaran los labios y rompieran la quijada solo para quitarle todos los colmillos era... terrible. Miré a Rojo, poniendo atención en su delineado perfil, como tras unas profundas respiraciones en las que vio a la mujer en silencio, la examinó y contempló de extraña forma, torció su rostro para mirarme.

—Me los arrancaré, Pym—manifestó, también estaba de acuerdo en que lo hiciera, así el parasito no seguiría en su cuerpo. Así, él estaría fuera de peligro, aunque ya estaba agradecida de que cuando nos examinaron, no hallaron ni una migaja de contaminación en él.

—Pero no te los arranques aquí o los humanos pensara que estas contaminado, y hacen un drama de nunca acabar—soltó con cierta sorna, revisando alrededor, sobre todo al hombre canoso que a varios metros de nosotros estaba dando órdenes a uno de sus hombres—. Sera mejor que vayan tu y tu pareja a una de las habitaciones vacías para arrancártelos porque en minutos nos estaremos yendo de aquí—mencionó ella, cruzando sus brazos por encima de su pecho oculto debajo del chaleco. Rojo la vio un instante, y luego vio detrás de ella donde un largo pasadizo se extendía.

—Eso es lo que haré— aclaró, poco después de que empezara a alejarse de mí y de ella, en dirección a ese corredizo blanco en el que un par de experimentos deambulaban cargando un colchón—. Pero, Pym, no quiero que me acompañes.

Eso me confundió mucho.

—¿Por qué? —pregunté enseguida, con el entrecejo hundido y la mirada clavada en él.

—Creo que porque le dará vergüenza que lo veas chimuelo — comentó ella, mordiendo su labio inferior como si de pronto se resistiera a soltar una sonrisa.

—Pero te puedo ayudar—decidí, soltando mi estómago enseguida. Y apenas iba a dar los primeros pasos cuando él se giró y negó con una gran severidad.

—Mejor busca a 16 verde.

(...)

¿Dónde estaba ella? ¿Dónde se había metido la enfermera? Minutos atrás había encontrado a Rossi y a Adam discutiendo algo, dos personas que no me interesaban en lo absoluto, pero 16, ella ni siquiera había dado sus luces, empezaba a preocuparme, o se había ocultado o tal vez ya estaba fuera del bunker, no lo sé. Solo quería encontrarla y volver al umbral para saber si Rojo ya se había arrancado sus colmillos.

Saber si todo había salido bien, saber si le había dolido. Saber si le habían salido sus dientes, eso que todavía recordaba.

Tragué con fuerza, y aceleré mi caminar sobre el corredizo blanco, ignorando a las personas que me encontraba en el camino y que dejaban su mirada sobre mí, como si sospecharan que me fuera a escapar. Me acerqué a la siguiente habitación para abrir la puerta, después de tantas que revisé, y darme cuenta de que tenía el mismo desordenado panorama con una alacena completamente vacía.

— ¿Verde 16? — hice la misma pregunta que con anterioridad repetí en otras recamaras, mi voz recorrió todo ese cuarto, sin respuesta alguna que llegar al instante—. ¿Estás aquí? Soy Pym, no te haré daño.

Me adentré sin demorarme para buscar en el baño, y al no encontrar nada, salí y revisé el resto de habitaciones de todo ese pasadizo hasta llegar al siguiente, donde también hice lo mismo, sin hallar ni un pequeño rastro de ella. ¿En dónde se metió o acaso algo malo le había sucedido? No fue sino hasta que llegué a la habitación de los guardias que un extraño sonido me dejó completamente inmóvil, con los pies clavados en el suelo.

Los oídos me retumbaron, me zumbaron solo un instante para callar y apreciar ese largo sonido femenino que terminó rasgando cada pequeña fibra de mis músculos para apretujar mi cuerpo con un ansioso nerviosismo.

Alcé la mirada de la habitación de los guardias, un poco mareada, y miré detrás de mí, estudiando el pasadizo y las habitaciones con las puertas cerradas. El corazón me saltó desbocadamente cuando ese gemido se escuchó con un poco más de fuerza y largura.

Se me helaron los huesos cuando terminó repitiéndose por tercera y una cuarta vez. Y comencé a temblar, al saber que no era cualquier gemido...

Era un gemido de placer.

Solo reconocer ese sonido, mi mente me volvió a las duchas de la base, cuando los gemidos ahogados de Rojo convulsionaron cada pequeña parte de mi interior hasta destrozarme en pedazos fragmentados a punto de volverse cenizas.

—No es él, Pym, tranquila...—susurré, tratando de tranquilizar mi desbocado corazón y el hueco que quiso aumentar en mi pecho.

Volví a mirar alrededor, sintiéndome intranquila, y solo cuando ese gemido se escuchó con más intensidad, casi como si fuera el chillido de un clímax que volvió mis piernas gelatina, mi mirada quedó clavada en una habitación en específico, asegurando que provenía de ella.

El silencio amenazo con atascarme la saliva en la garganta, inquieta e insegura, mis piernas se movieron, una y otra vez en esa sola dirección, mis dedos crispados se apretaron en mi playera con fuerza en tanto me acercaba, con el aliento entrecortado.

Otro gemido... Y algo se removió en mi interior cuando reconocí ese gemido femenino, mis ojos se abrieron en grande cuando escuché un retumbar en la pared cercana a la puerta, quedaron clavados sobre la perilla dorada de la puerta. Otro gemido más largo y retrocedí de inmediato.

Temblequeé inevitablemente.

No, claro que no iba a abrirla para averiguar de qué se trataba porque estaba claro lo que sucedía ahí dentro, y solo pensar de quién se trataba, me confundió aún más.

Ella estaba teniendo sexo, pero, ¿con quién? ¿Con quién estaba la enfermera? ¿En serio estaba teniendo relaciones con alguien ahora mismo? ¿Cuándo nos habían forzado a irnos con ellos? ¿Estaba haciéndolo con uno de ellos o con un...? ¿Un experimento? Pero estaba claro que no parecía forzada a hacerlo, sin embargo ella gemía como si lo estuviera disfrutando, como si quisiera más.

—Pym, ¿qué estás haciendo aquí?

Esa—muy —inesperada voz tan grave como ronca me hizo respingar, sentí todos mis huesos y músculos saltando debajo de mi piel por el susto, incluso ahogué un grotesco chillido que apenas salió de mis labios. Giré sobre mis talones para quedar atada a esos orbes caminar que me observaba a medio metro.

—Pensé que estarías en la entrada y cuando regresé y no te vi vine a buscarte—Mientras hablaba, mis ojos interceptaron instantáneamente sus carnosos labios que, en tanto se abrían para pronunciar una palabra, mostraba una línea bien acomodada de dientes blancos...

Dientes... No colmillos. Solo ver el aspecto que sus dientes le daban a sus labios cuando se estiraban, me dejó en una clase de ensoñación. Con sus dientes ahora parecía más humano que antes.

Un retumbar del otro lado de la puerta me sacudió los pensamientos.

—Sigo buscándola... respondí apresuradamente, y la saliva amenazó con ahogarme cuando tan solo terminé de hablar, el gemido de 16 se alzó con fuerza, de tal forma que la mirada de Rojo se entornara a la puerta, contraída, confundida—. Aunque ya la encontré... 


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