Cuando se acercaron al Valle de la Muerte, tanto a Lucien como a Natasha les resultó difícil creer lo que estaban viendo. El valle en plena oscuridad perdió la tenebrosidad por la que era famoso en los relatos. Se encontraba cubierto de niebla, y los quejidos devastadores de fantasmas habían desaparecido. Una tranquilidad indescriptible se extendía por el lugar, haciendo que los intrusos se sintieran reacios a interrumpir el sueño más profundo. Además, al ver hacia el horizonte, ellos podían divisar vagamente el suave y sagrado brillo desde el valle.
—¿Este es el Valle de la Muerte? —Natasha volteó a mirar el frío y lúgubre bosque para asegurarse de que no se encontraban en el lugar equivocado.
Rugidos escalofriantes aún hacían eco de vez en cuando dentro del bosque, indicando que los esclavos muertos del Semi-dios Lich aún estaban buscando a Lucien y Natasha.
El primero negó con la cabeza.