El rostro de Lucien era sombrío. No dijo una palabra, pero levantó la mano izquierda. Sus dedos se estiraron, y su brazo y mano izquierdos eran como una espada.
De repente, el entorno circundante empezó a cambiar. La oscuridad se retiró y la fría luz de la luna lo envolvió. La luna de plata en el cielo, sin embargo, desapareció.
—Te has recuperado hasta cierto punto después de asimilar la divinidad de muerte de Asin, pero no es suficiente —la áspera voz de Antanas sonó como una garra afilada rasgando un trozo de chapa oxidada. Levantó el martillo de guerra cubierto por la llama gris del alma y se lo lanzó con ferocidad a Lucien.