El cielo estaba cubierto de nubes oscuras y empezó a llover. Todo Aalto estaba oscurecido por la fina capa de un velo, como si la naturaleza también estuviera llorando por el joven músico.
El carruaje fúnebre negro tirado por los cuatro toros siguió avanzando lenta y constantemente. Más y más personas se reunieron a ambos lados de la calle bajo la lluvia, viendo salir el carruaje fúnebre.
El espléndido concierto que hizo enloquecer a toda la ciudad se celebró hace solo unos días, y las melodías interpretadas aún perduraban en el aire. La gente sentía que aquello era como un sueño, un sueño más que doloroso.
Por el espíritu de perseverancia que Lucien Evans les llevó, y por la valiosa y pura alegría que Lucien Evans presentó, las personas estaban de pie voluntariamente a ambos lados de la calle para despedir al joven y talentoso músico.
Finas gotas de lluvia cayeron sobre sus caras, mezclándose con sus lágrimas.