―¡Aun así, me llamaron ladrona!
Continuó cubriéndose la cara mientras lloraba desconsolada.
Parecía haber regresado a esa época en el orfanato cuando estaba rodeada de los otros niños y de sus crueles acusaciones.
Los recuerdos que había reprimido durante una década y media surgieron a través de sus muros interiores defensivos y la abrumaron. Podía oír y ver las ensordecedoras acusaciones, los malvados chismes y las horribles caras que la rodeaban. Acompañada de las imágenes de las duras palizas y de los humillantes regaños que había recibido, todos ellos reproduciéndose en un bucle sin fin en su mente. La forma en que atormentaban a su corazón era como el chirrido de una cierra eléctrica.
El estrepitoso ruido blanco la estaba a punto de hacer perder la cordura.Intentaba bloquear el ruido asfixiante tapándose los oídos y gritando: ―¡No soy una ladrona!; ¡ella fue la que me lo robó! Eso es mío…