Seis meses después, Yun Shishi, acompañada por la secretaria, iba en camino a tramitar sus documentos para retomar los estudios universitarios. En el trayecto, la joven sintió un repentino y constante dolor agudo en su vientre.
Yun Shishi había entrado en labor de parto anticipadamente, a causa de las tantas emociones intensas vividas durante los últimos meses. Ya no podrían llegar al hospital privado de la familia de Mu, por lo que la secretaria la llevó rápidamente a un hospital de ginecología en la ciudad, en donde comenzaron los procedimientos necesarios.
Yun Shishi estaba tendida en la cama, con el rostro totalmente pálido. Cuando alzó la mirada, se encontró con la enceguecedora luz de una lámpara que palpitaba incesantemente frente a sus ojos. La joven comenzó a sudar frío a causa del intenso dolor. Por fin iba a ser libre, luego de ocho meses de embarazo. La secretaria la acompañó a la sala de parto, mientras le prodigaba palabras de aliento.
—Señorita Yun, ¡no tengas miedo! ¡Tú y los niños estarán bien, yo estaré afuera esperando las buenas noticias!
—Gracias...
Yun Shishi cerró los ojos y enseguida la ingresaron a la sala de parto y las puertas se cerraron.
El director del hospital era amigo de Yun Yecheng, por lo que, cuando se enteró de que la que iba a dar a luz era su hija, lo contactó de inmediato. El hombre, en cuanto recibió el mensaje, acudió rápidamente al hospital y esperó con impaciencia fuera de la sala de parto.
Cuatro horas después, se escucharon unos sonoros llantos desde la habitación.
—¡Es un hermoso y saludable niño!
La enfermera puso al bebé en una incubadora y lo llevó a la sala de recién nacidos. A Yun Yecheng no le importaba el bebé, solo daba vueltas impacientemente fuera de la sala de parto.
La secretaria se dirigió a la unidad de cuidado neonatal y, observando la sala desde el otro lado de la ventana, se giró y preguntó: —¿Y el otro bebé?
—¡Lo lamento muchísimo! —dijo una enfermera disculpándose.
—Al ser un parto prematuro, el bebé más joven estaba demasiado débil. Ya no respiraba al nacer...
—¿No hay esperanzas? —preguntó la secretaria con expresión estupefacta.
—No... —dijo la enfermera con franqueza.
La secretaria se sentía decepcionada, pero no había nada que pudiera hacer.
—Está bien. Por favor, haga lo que tenga que hacer con ese bebé.
Al finalizar su conversación con la enfermera, tomó el teléfono y contactó a su gente para que enviaran una ambulancia. La idea era transferir al recién nacido al hospital privado de la familia de Mu.
Antes de marcharse, la mujer rellenó un cheque y se lo entregó a Yun Yecheng, diciéndole amablemente: —Señor Yun, su hija ha sufrido estos últimos meses, este es el pago restante. Por favor, acéptelo.
Desconcertado, el papá de la joven aceptó el cheque. La secretaria se fue rápidamente.
Dentro de la sala de parto, Yun Shishi estaba tan exhausta que se desmayó.
La enfermera se acercó a ella con la intención de encargarse del mortinato. Sin embargo, en cuanto lo tomó en brazos, notó algo extraño. Sus pupilas temblaron y su expresión cambió drásticamente. Se apresuró en ir en búsqueda del doctor con el bebé.
—¡Doctor!
...
Seis años después.
El tiempo pasó. Los meses y los años trascurrieron en un abrir y cerrar de ojos.
Entre la bulliciosa multitud de un gran almacén, Yun Shishi miraba a todos lados con ansiedad y caminaba apresuradamente junto a su carrito de compras.
La chica solo había ido a la sección de artículos personales en búsqueda de un producto, pero, al mirar hacia atrás, el niño no estaba por ningún lado.
Al pasar por la sección de juguetes, disminuyó el ritmo para registrar toda el área. De pronto, divisó la pequeña figura. Yun Shishi se encogió de hombros y suspiró con impotencia. Las comisuras de sus labios se enroscaron y se rió para sí. Enseguida, dirigió el carrito a esa dirección y se inclinó ante la figura.
El pequeño estaba de pie frente a un estante, observando con atención un auto de carreras a control remoto con un lindo envoltorio. El niño era bastante joven, de unos cinco a seis años de edad. Llevaba puesto un uniforme escolar que le quedaba un poco grande para su delgada contextura.
Su cabello era suave como la seda, de color negro azabache, su piel con tonos levemente verdosos y su rostro joven con bellas facciones y mejillas rosadas; ¡era un niño muy hermoso!
Poseía un par de ojos enormes y brillantes que parpadeaban a ratos, cristalinos y preciosos. Sus profundos ojos estaban enmarcados por unas gruesas pestañas que se enroscaban levemente, como dos plumas de un fénix negro. Las oscuras esferas eran perfectas y libres de toda impureza.
Este encantador y hermoso niño parecía un ángel. Sin embargo, en este instante, ese pequeño ángel mantenía una expresión seria en su rostro, como si poseyera la madurez de un adulto.