Cuando Gao Peng regresó a la villa de la montaña, lo primero que vio fue un bulto de plumas amarillas que se lanzaban hacia él. Doradito, emocionado, lo aplastó inmediatamente.
Gao Peng miró al pato.
—¿Todavía quieres tu pescado seco?
Doradito asintió con furia.
—¡Sí! —dijo con entusiasmo.
Gao Peng se puso de pie y se sacudió el polvo de los pantalones, luego murmuró, irritado: —Ven conmigo.
Luego llamó a Rayitas y montó en su espalda. Junto con Doradito, los tres dejaron la villa de montaña. Desde que fueron anunciados los resultados del partido, Doradito se encontraba en un estado de emoción constante.
Desde que era un pequeño patito, Doradito había comprendido el hecho fundamental de la vida de que todo lo que estaba dentro de su bolsa le pertenecía exclusivamente a él. Según esta lógica, todos los insectos que podían encontrarse en las montañas no le pertenecían, ya que podían ser comidos por otros monstruos en cualquier momento.