- Cariño, tanto tiempo sin verte - la voz rasposa y seductora del hombre rompió el silencio de la habitación.
- Hola Jáizer - el tono frío iba acompañado de un rostro sin emociones, los ojos como estanques de agua profunda, era imposible leer sus intenciones.
- ¿A que debo tu repentina visita? Creí que ya habías pagado tu deuda de sangre con la familia... - En su voz había un tono malicioso, su mirada afilada parecía quemar a cualquiera de mente débil, sin embargo, ella no era fácil de intimidar.
- Ya sabes, solo pase a saludar - sin esperar respuesta, se sentó en el lugar opuesto, cara a cara - necesitó el código.
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Finalmente un mes después Elena arribó a su hogar. Ofelia informaba diariamente del estado de Carlos pero no se atrevía a hablar con el, quizás su personalidad dura no lo seria si hablaba con el. Hacia tanto tiempo que jugaba esta doble vida que empezaba a fragmentarse en dos personalidades, incapaz de separarse del mundo oscuro y violento, temía que Carlos fuera succionado a la vorágine de sucesos inciertos, él era una variable que no se permitía poner en juego mucho antes de aclarar sus emociones, solo quedaba él a su lado. A veces el mar de sangre la levanta de noche, sudando frío y sacudiéndose las manos de forma automática como si en verdad estuviera el rojo líquido sobre ella. Otras tantas gritaba el nombre de Alejandro y veía como era rodeaba por una niebla que la asfixiaba, haciéndola incapaz de reaccionar, hasta que despertaba gritando. El peor sueño era el del accidente, una catástrofe que ocurrió por confiar demasiado.
Con un vestido palo de rosa, largo hasta las rodillas, de tela tan suave y ligera que pareciera flotar cuando caminaba, mangas ligeramente abombadas y cuello redondo con solapas blancas, Elena se dirigió al cuarto de Carlos. Su personalidad siempre había sido seria desde la muerte de su familia, pero ahora parecía que recuperaba un poco de aquella joven alegre y juguetona, quizás una capa de cebolla había sido apartada finalmente.
- ¡Elena! - dijo en voz alta con una inmensa alegría el joven que irradiaba belleza y ternura a pesar de estar con ropa de hospital - Finalmente estas aquí.
Su sonrisa era algo que adoraba, junto con su aroma y sus abrazos.
- Si, al fin - suspiro, respondiendo con una sonrisa- ¿como te has sentido?
- ¡Mal!- respondió con cara de sufrimiento. La joven lo miro con desconcierto, su hermana, a quien llamaba todos los días, le había dicho que estaba mejorando rápidamente y los dolores eran inexistentes al fin. El joven al ver su rostro, sonrio internamente, quería hacerla sentir un poco culpable por haberlo dejado en tal estado.
- Mal porque me abandonaste y ni siquiera me llamaste - la cara de cachorro a medio morir hizo sonreír ligeramente te a la chica "es un bebe después de todo", pensó dándose cuenta que el siempre había sido así y jamas cambiaría. En sus momentos de debilidad, el parecía ser una pared irrompible, como su escudo y con infinita paciencia para ayudarla a salir adelante pero cuando se trataba de llamar la atención, sacaba esa parte infantil y dulce que lo hacia parecer suave como algodón, para ella era como un oso de peluche, suave y abrazable cuando se portaba así.
- Eres una gomita - la dijo la joven.
- ¿gomita? ¿porque? - su rostro de sufrimiento ahora era de desconcierto.
- Porque eres un blando y empalagoso, jajajajaja.
No había logrado mover su parte tierna " ummm, esta mujer si que regreso a su estado normal", Carlos suspiro pero se alegro, la otra Elena le asustaba mas, parecía demasiado... no se.
Finalmente la joven lo abrazo y lo beso, mujer tan directa no había en el mundo, si quería hacer algo lo hacia sin buscar un pretexto, al final si no funcionaba, no había arrepentimientos ni drama. Había que ser simples y prácticos.
- Te extrañe - le susurro al oído
- Yo también...