Faana tenía lágrimas fluyendo de sus ojos. ¡Ella no quería convertirse en la herramienta de nadie! Temía que la forzaran a atacar al hombre que amaba. Afortunadamente, el contrato sobre ella le permitiría morir antes de que eso ocurriera. Pero no deseaba que jamás llegase a suceder. Sólo podía quedarse allí parada y llorar. Se sentía impotente. Era una vez más un ser inútil que solo podía sufrir bajo las manos de su propia gente...
—¿Hmm? ¿Alguien quiere decirme por qué mi esposa está atada de esta manera y llorando? ¿Faana, quién te intimidó? —Una voz muy familiar llegó a los oídos de Faana. Cuando escuchó esta voz, quiso girar la cabeza y mirar al hombre que tanto amaba, ¡pero no pudo! No podía hacer nada. Quería decirle que corriera, que huyera y nunca volviera. ¡Que no dejara que estos dracónicos se apoderaran de él!
—¿¡Quién eres tú!? —Darla no reconoció el olor de este hombre. Pero olía muy peligroso.