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38.46% Life and Death #3: Después del amanecer / Chapter 20: DESERCIÓN

Chương 20: DESERCIÓN

Habían cruzado el portal y estaban a salvo. Los habían enviado a alguna especie de casa de asbesto, hasta eso no era nada pequeña, todos podían moverse a sus anchas por ella. Y sin embargo, prefirieron quedarse hechos hielo otra vez. Era como su forma de evadir las malas noticias.

Se sentaron allí la noche entera, como estatuas llenas de pavor y pena, y Pamphile no llegaba.

Todos estaban al límite, frenéticos en su absoluta inmovilidad. Apenas si habían sido capaces de llamar a Carine para saber dónde estaban, les aseguró que todo iría bien aunque no estaba segura de cuando volverían a Forks con la manada de Sam ahí presente. Cuando se hizo mención de lo acontecido únicamente sirvió para que les pareciera aún peor, incluso Eleanor se quedó en silencio y quieta a partir de ese momento.

El rostro de Beau permaneció paralizado en la máscara fija que había llevado puesta toda la noche. No estaba seguro de recuperar la capacidad de sonreír nunca más. Y entonces alguien cruzó la puerta apenas bien entablada.

—¿Erictho? —preguntó Edward en voz monótona—. ¿Qué haces aquí?

Y entonces todos los demás rompieron el hielo, justo como el día de ayer; ya que sin darse cuenta, había amanecido detrás de ellos. Eleanor y Royal se tomaron de la mano y miraron con la misma firmeza con la que Edward miraba a Erictho.

Otra de las brujas y amigas de Eleanor y Royal, por sus rasgos quedaba claro que no era mexicana y mucho menos americana, aunque claro caminaba con elegancia hacia los vampiros con total naturalidad. Los Cullen se habían llevado una sorpresa al ver que fue ella quien llegó y no Pamphile quien supuestamente sería el brujo que los acompañaría al viaje.

Erictho era hermosa, con sus cabellos dorados revoloteando mientras se dejaban caer con tanta divinidad sobre sus hombros y se extendían por toda su espalda. Su piel era igual de fina que sus dedos y Beau se preguntó si sería igual de suave al tacto; el color de sus ojos era morado y a diferencia de otros brujos, su piel no era tan gris como se esperaría.

—Pamphile me pidió que viniera, así que no, no me invité sola —ofreció una dulce sonrisa con aquellos dientes tan blancos y bien alineados—. Aunque debo admitir que esto me intriga tanto como a ustedes.

Su mirada estaba fija en la de Beau. Si el vampiro aun fuera humano se hubiera sonrojado de inmediato, estaba tan agradecido que la sangre ya no corriera por sus mejillas ni por ninguna otra parte de su cuerpo. El chico estaba sorprendido de que Edward no hubiera podido leer con facilidad la mente de la bruja, pero luego recordó que esos seres tendían a aplicar la magia incluso en ellos mismos, de forma que ni siquiera un telépata leería sus mentes.

—Y hay algo más que deben saber —la bruja recorrió con su mirada a cada uno de los presentes, hasta terminar en los ojos de Edward.

—Alice —dijo él.

Erictho tardó un poco en soltar la información, y su ritmo cardíaco le impacientó a Beau. No quería tiempo para pensar en lo que estaba pasando. Deseaba estar en movimiento, haciendo algo.

Quería poder poner sus brazos alrededor de Alice, saber sin lugar a dudas que se encontraba a salvo.

Todos observaron cómo de la bruja salía disparada una aureola que desbloqueó sus pensamientos, la mirada de Beau fue a parar al rostro de Edward que se puso blanco cuando leyó lo que Erictho estaba pensando. La bruja le ignoró, mirando directamente a Eleanor cuando se detuvo y comenzó a hablar.

—Justo después de medianoche, Alice y Jasper vinieron hasta Amblys, por supuesto yo estuve ahí, y le pidieron que les abriera un portal de ensueños. Todos saben lo riesgoso que puede ser cruzar un portal como ese, porque quien lo cruce debe estar muy concentrado al lugar exacto al que quiere ir. De todas formas Amblys se los concedió, como si supiera el motivo por el que lo hacen.

»Mientras Amblys abría el portal, Alice nos dijo que era de la mayor importancia que no le contáramos nada a nadie de que les hab��amos visto hasta que habláramos con ustedes. Nosotros debíamos esperar aquí a que vinieran a buscar su debida información sobre el caso de Beaufort Swan y entonces teníamos que darte esta nota. Nos dijo que la obedeciéramos como si todas nuestras vidas dependieran de ello.

—¿Amblys vino contigo?

Erictho negó con la cabeza.

—Como te dije, Amblys parecía confiar mucho en lo que sea que Alice estuviera haciendo. Como si también fuera su deber ayudarles o… ayudarlo a él —señaló a Beau con sus ojos—. Así que se fue junto con ellos y no han regresado.

El rostro de Erictho mostraba una expresión sombría cuando le tendió un papel doblado e impreso entero con un pequeño texto en negro a Eleanor. Era una página arrancada de un libro y la vista aguda de Beau leyó las palabras cuando Eleanor lo desdobló para leer el otro lado. La página que daba hacia Beau era una copia de "El mercader de Venecia"; de ella se desprendió algo del propio olor de Beau cuando Eleanor estiró el papel. Beau se dio cuenta de que era una página arrancada de uno de sus libros. Beau se había traído unas cuantas cosas desde la casa de Charlie a la cabaña: conjuntos de ropa normal; todas las cartas de su madre, y sus libros favoritos, entre los cuales figuraba su baqueteada colección de libros en rústica de Shakespeare, que hasta ayer por la mañana había estado en la estantería de la pequeña sala de estar de la casita…

—Alice ha decidido dejarnos —susurró Eleanor.

—¿Qué? —chilló Royal.

Eleanor le dio la vuelta a la página de modo que todos pudieran leerla.

«No traten de encontrarnos, no hay tiempo que perder. Recuerden: Tanya, Siobhan, Amun, Alistair y todos los nómadas que puedan hallar. Nosotros buscaremos a Peter, Charlotte, Diego y Bree de camino.

Sentimos muchísimo dejarlos de esta manera, sin despedida ni explicaciones, pero es el único modo de hacerlo. Los queremos».

Volvieron a quedarse paralizados en un silencio sepulcral, salvo por el sonido del corazón extraño de la bruja y su respiración. Sus pensamientos también deberían haber sido en voz alta. Edward fue el primero en moverse otra vez, contestando a lo que había oído en la mente de Erictho.

—Sí, las cosas están así de peligrosas.

—¿Tanto que tengas que abandonar a tu familia? —preguntó Erictho en voz alta, con la censura implícita en el tono. Estaba claro que no había leído la nota antes de dársela a Eleanor. Se mostraba enfadada, parecía arrepentida de haberle hecho caso a Alice.

La expresión de Edward era envarada… y lo más probable es que a Erictho le pareciera airada o arrogante, pero Beau podía percibir el dolor en los planos endurecidos de sus rasgos.

—No sabemos qué fue lo que vio —replicó Edward—. Alice no es insensible ni cobarde. Simplemente dispone de más información que nosotros.

—Yo no… —comenzó Erictho.

—Sabemos que los brujos son muy ermitaños, y que cuando unen lazos nunca se vuelven a apartar, pero las relaciones que mantienen entre ustedes es distinta a la nuestra —le interrumpió Edward con brusquedad—. Nosotros mantenemos libre nuestra voluntad.

Erictho alzó la barbilla.

—También ustedes deberían hacer caso del aviso —continuó Edward—. Esto no es algo en lo que les gustaría verse implicados, tampoco pueden evitar lo que haya visto Alice.

Erictho sonrió forzadamente.

—Pamphile y Amblys están tan seguros de ayudarles a ustedes tanto como yo.

—No dejes que masacren a tus amigos por orgullo —intervino Beau en voz baja. Erictho miró a Beau con una expresión más suave.

—Como Edward ha señalado, nosotros no tenemos la misma clase de lazos de sangre de la que ustedes disfrutan. Beau es ahora tan parte de nuestra familia como de la suya. Amblys no puede desprotegerlo por algún motivo y yo no le abandonaré a él —sus ojos se movieron hacia la nota de Alice, y sus labios se apretaron hasta formar una fina línea.

—¿Y por qué Amblys no puede desproteger a Beau? —replicó Edward.

—¿Acaso crees que me importe? —inquirió Erictho con rudeza.

Beau puso una mano en el hombro de Edward.

—Tenemos mucho que hacer, amor. Sea cual sea la decisión de Alice, resultaría estúpido no seguir ahora sus recomendaciones. Pongámonos a trabajar.

Edward asintió y su rostro pareció en ese momento menos rígido por la pena.

Beau no sabía cómo se podía llorar con este cuerpo, porque no podía hacer otra cosa que mirar. No había aún ningún sentimiento. Todo le parecía irreal, como si estuviera durmiendo otra vez después de todos estos meses, teniendo de nuevo una pesadilla.

—Gracias, Eri —señaló Royal.

—Lo siento —respondió Erictho—. Sí hubiera forma de avisarle a Amblys que regresen…

—Hiciste lo correcto —le replicó Eleanor—. Alice es libre de hacer lo que desee y ninguno de nosotros jamás le denegaría el ejercicio de su libertad. Ni siquiera Carine.

Beau siempre había pensado en los Cullen como un todo, una unidad indivisible. De repente, recordó que no siempre había sido así. Carine había creado a Edward, Earnest, Royal y Eleanor, Edward había creado a Beau. Estaban físicamente conectados por la sangre y la ponzoña.

Beau nunca había pensado en Alice y Jasper como entes separados, como si hubieran sido adoptados por la familia, pero lo cierto era que Alice había adoptado a los Cullen. Había aparecido con un pasado a cuestas que no tenía nada que ver con los demás y también había traído a Jasper con el suyo, y había encajado en una familia que ya existía. Tanto ella como él habían conocido otra existencia fuera de la familia Cullen. ¿Acaso había escogido comenzar otra vida después de haber visto que su camino con los Cullen había terminado? ¿O buscaba la forma de que ningún lazo entre ellos quedara en pie y fue por ello que Amblys había accedido?

Entonces, estaban malditos, ¿era eso, verdad? No había ninguna esperanza en absoluto. Ni un solo rayo, ni un pequeño atisbo que hubiera convencido a Alice de que tenía una oportunidad a su lado.

El alegre aire de la mañana se había vuelto oscuro de repente, más denso, como si la desesperación de Beau lo hubiera teñido de un modo físico.

—Pues yo no voy a rendirme sin luchar —rugió Eleanor entre dientes—. Alice nos ha dicho lo que tenemos que hacer, así que manos a la obra.

Los demás asintieron con expresiones voluntariosas y Beau se dio cuenta de que confiaban en la oportunidad que Alice les había dado. Y también de que no iban a rendirse por pura desesperanza ni aguardar a la muerte de brazos cruzados.

Sí, todos lucharían, ¿qué otra cosa podían hacer? Y además, daba la impresión de que iban a arrastrar a otros en su caída, porque eso era lo que había dicho Alice antes de dejarlos. Pero ¿cómo no iban a seguir el último aviso de Alice? Julie, Seth y Leah también pelearían a su lado por causa de Beau.

Los Cullen lucharían, los brujos también, y todos morirían. Beau no sentía la misma resolución que los demás. Alice conocía las probabilidades y les estaba dando la única oportunidad que podía ver, pero era tan remota que ni ella misma apostaba a su favor.

Beau ya se sentía vencido cuando le dio la espalda al rostro crítico de Erictho y siguió a Edward hasta otra habitación.

Avanzaban ahora de forma automática, sin la prisa llena de pánico que les había embargado antes.

—¿Por dónde empezamos? —dijo Beau.

Hubo un largo silencio, como si Edward estuviera considerando cuidadosamente sus siguientes palabras. Miró a Beau, casi como si desconfiara de él. ¿Edward pensaba que Beau no podría ayudar? ¿Tenía miedo de que la gente sospechara de él?

—Comenzaremos comunicándonos con algunas fuentes mágicas para obtener información sobre las estriges.

—¿Qué puedo hacer? Puedo ayudar —insistió Beau.

—Siempre lo haces —dijo Edward. Se aclaró la voz y agregó—. Estaba pensando, parece una pena interrumpir tu primera vez en México con esta clase de problemas y un montón de humanos delirantes. Deberías divertirte. Esto no debería llevar mucho tiempo. Volveremos antes de que incluso tengas la oportunidad de extrañarme.

—¿Cómo podría divertirme, si te metes en problemas sin mí? —preguntó Beau.

Edward todavía le estaba dando esa extraña y cuidadosa mirada. Beau no entendió nada de lo que estaba pasando.

—Puedes ir a disfrutar de Oaxaca y suponer que son unas extrañas vacaciones —murmuró Edward.

Él sonrió, pero Beau no le devolvió la sonrisa. Esto no era una broma. Incluso Royal y Eleanor notaron la terrible tensión.

Beau pensó en todas las imágenes brillantes que revoloteaban en el aire y se cruzó de brazos.

El chico había sido básicamente obligado a entrenar mientras era humano justo porque Edward estaba preocupado por su existencia. Había llegado a defenderse de los lobos; entrenó con humanos durante meses antes de lograr convertirse en un vampiro. Él ya podía ser parte de una pelea ahora que su fuerza y habilidades aumentaron.

Edward por su parte solo conocía al chico que no podía defenderse de las amenazas pero solo era porque eran problemas sobrenaturales. Él había asumido que cuando Edward luchaba a su lado, eso significaría que ahora serían un equipo. Beau no sabía qué hacer si él no quería ser un equipo, pero sí sabía una cosa.

—Edward, soy un vampiro. Entrené lo suficiente cuando aún era humano porque derrotar amenazas que podrían superarme se volvió parte de mi vida. Es la mayor parte del trabajo. Más importante aún, alguien tiene que cuidar tu espalda. No me vas a dejar atrás.

Beau de repente se sintió muy solo en la habitación. Había venido a este viaje para conocer mejor lo que era, pero tal vez le era imposible si Edward se interponía.

Tal vez Edward no quería que Beau fuera dañado. Luego de haber escuchado todo lo que Erictho le contó, Alice y Jasper dejándolos, la manada de Sam atacándolos y los Vulturis a un mes de aparecer, comprendía que no era seguro para Beau que nadie más supiera de su existencia. Debido a que habían accedido a dejar salir a Beau, fue entonces cuando las cosas se habían complicado, quizá era esa la razón. Edward tenía que proteger a su novio hasta que las cosas se pusieran otra vez tranquilas.

¿Y si Beau realmente se había convertido en una estrige?

¿Qué pasaría si en el proceso, Edward perdía a Beau por su necedad y dejaba de ser él para volverse alguien peligroso o cruel?

Edward se inclinó hacia delante y por primera vez estaba serio.

—Si vienes conmigo, puede que no te guste lo que descubramos. Puede que a ninguno de nosotros nos guste lo que descubramos.

Beau se relajó una fracción. No podía imaginarse a sí mismo alguna vez siendo cruel.

—Estoy dispuesto a arriesgarme. Entonces, ¿cuál es nuestro siguiente movimiento?

—¡Esa es la actitud! —dijo Eleanor con una sonrisa llena de gloria en la cara.

De inmediato desapareció cuando se dio cuenta de lo inoportuno que fue.

—Buscaremos algunos nombres, un lugar de reunión y/o una recolección de libros de hadas —señaló Edward—. Así que sé exactamente a dónde ir. Casi es medio día, llegaremos al mercado negro más popular y que tiene justo lo que necesitamos cuando se abra.

—Nunca he estado en un mercado, menos en uno negro —comentó Beau—. ¿Cómo son los mercados negros en México? ¿Glamurosos y elegantes?

Royal se rió.

—¡Oh, no! Son un desbarajuste total.


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