—¿Cómo... podría decir eso tan calmadamente? ¿Con tanta indiferencia?
Me quedé mirando los ojos verdes que parecían un estanque sereno. No había ni una onda, no había cambio alguno. Era aterrador y triste al mismo tiempo.
—¿Qué...?
Intenté abrir la boca para decir algo, pero sentí como si mi garganta se bloqueara con un trozo de carbón caliente. Mientras lo miraba desconcertado, él inclinó la cabeza y de repente extendió la mano para acariciar mi cabeza.
—¿Eh? —Parpadeé y levanté la ceja en confusión—. Parecías angustiado. El Padre solía hacer esto a los niños en la iglesia.
Uhh... No sabía qué pensar al respecto, pero su movimiento inesperado me hizo reír a carcajadas. Después suspiré y lo miré con una sonrisa irónica. Aún tenía la cara inexpresiva, pero podía decir que su acción era genuina. Quizás esto era lo que hacía que los soldados en su unidad se sintieran bien con él; parecía un niño ingenuo y despistado que había sido utilizado injustamente por el reino.