Axel
Debido a que se acercaba el primer aniversario de la galería, nos encontrábamos reunidos en una lluvia de ideas para realizar una celebración. Nos costaba creer que estábamos a punto de cumplir un año desde que alcanzamos nuestros sueños. Isaías, quien esa tarde había salido temprano de su trabajo, también aportó una que otra idea interesante, mientras que Verónica y Mariana, sumidas en la emoción, fueron quienes más cosas querían llevar a cabo.
—Nos parece bien que quieran invitar a artistas locales, ofrecer música en vivo y hacer una pequeña feria de libros, pero optemos mejor por una celebración sencilla —sugerí.
—Estoy de acuerdo —dijo Miranda—, apenas es nuestro primer aniversario. El camino a recorrer es largo si las cosas siguen así de bien.
—Sí, es verdad, pero la gente debe conocer el talento de los artistas surgentes y la nueva generación que se graduó hace poco en el instituto —comentó Verónica.
—Es verdad, y ni hablar de nuestra generación —continuó Mariana—, ni siquiera se han dado la oportunidad de conocer a José Luján.
—No es que no nos demos la oportunidad de conocerlo —repliqué—, es que tenemos una lista de artistas a los cuales queremos darle espacio en la galería, aquellos quienes depositaron su talento y confianza primero.
—Bueno, sí —dijo Verónica—, no podemos negar que hay artistas que llegaron primero.
Para la inauguración, quería realizar una subasta en beneficio del asilo, y aunque ya no estábamos en crisis económica ni política como en años anteriores, me pareció buena la idea de apoyar económicamente a los abuelitos.
Por otra parte, Miranda quería que mis padres asistiesen al evento, esto con el objetivo de apresurar nuestro encuentro y también conocerlos, pues jamás los había visto en persona.
Verónica quería pasar desapercibida y pasarla bien con Isaías. Mientras que Mariana invitó a sus padres para que viesen la labor que llevaba a cabo, pues estos pensaban que perdía el tiempo con su profesión.
—Tengo hambre —dijo Verónica de repente—, ¿qué les parece si vamos a Lucio's? Yo invito.
—Me gusta la idea —respondió Miranda.
—Y, ¿si mejor vamos por unas hamburguesas? Hace tiempo que no como una. A dos cuadras de aquí hay un restaurante de comida rápida —sugerí.
—Prefiero una hamburguesa —dijo Isaías al apoyarme.
—Bueno, ya que queda cerca, es la mejor opción. ¿Vienes con nosotros, Mariana? —le convidó Miranda.
—Ah, no, lo siento… Me encantaría, pero tengo cosas que hacer todavía —respondió ella.
—Bueno, te traeremos algo de todos modos —continuó Verónica.
Salimos de la galería y nos dirigimos al restaurante de comida rápida en medio de una grata conversación, como si fuésemos amigos de toda la vida. Creí que Ciudad Esperanza me estaba compensando por todo el mal que me obligó a enfrentar. Sin embargo, esa noche aprendí que los giros inesperados existen y llegan cuando menos lo esperas, que por muy bien que uno esté, nunca está de más estar prevenido de las desgracias.
La distracción, o mejor dicho, el hecho de dejarme llevar por un momento tan agradable y en compañía de gente a la que apreciaba, no me permitió prepararme para una desgracia que no esperábamos enfrentar.
Fue tan repentina la manera en que Isaías detuvo su paso para luego caer estrepitosamente al suelo con el cuello empapado de sangre; murió al instante. Miranda y Verónica se quedaron paralizadas del miedo, mientras que a nuestro alrededor, el grito alarmado de varias personas nos hizo comprender la realidad del momento.
—Miranda, entra con Verónica al restaurante y llama a la policía —le ordené con nerviosismo.
Por suerte, Miranda acató la orden de inmediato y yo me quedé viendo al sujeto que estaba junto al cadáver de Isaías, con un enorme cuchillo en la mano con residuos de sangre. Era el indigente con el que me había topado frente a la galería. En su mirada penetrante se notaba el trastorno mental que padecía, pues no parpadeaba y me veía fijo a los ojos.
—¿¡Por qué hiciste eso!? —pregunté nervioso, mirándolo a él y por instantes el cuerpo sin vida de Isaías.
—¡Verónica me pertenece! —respondió, mostrando una expresión aterradora que no desapareció en ningún momento.
—¿Quién eres? —insistí nervioso y confundido.
El sujeto no respondió, solo miró a su izquierda y se quedó mirando la manga flácida de su suéter harapiento. Supe enseguida quién era, y me sorprendió verlo tan cambiado, con cicatrices en la cara, esa barba que cubría casi todo su rostro y la larga cabellera despeinada.
—¡Freddy! No…, no tenías que caer tan bajo —exclamé aterrado.
—Maldito… Mira todo lo que me hiciste, arruinaste mi vida —replicó.
—Freddy, fue por proteger a Verónica… Lamento que todo haya pasado como pasó —dije en un vago intento de bajar mi guardia.
—Bastaba con retenerme, no tenías por qué golpearme de esa manera —su voz se quebró—, me arruinaste, me quitaste un brazo y me dejaste irreconocible… ¡Maldita sea! Es a ti a quien debo matar.
—Freddy…
—¡A la mierda tus excusas! —reclamó al interrumpirme.
—Freddy, cálmate… La policía llegará en cualquier momento, no empeores las cosas.
—Uno de los dos tiene que morir, y ese no seré yo.
—¿Qué dices? No tenemos que morir, ni debiste caer tan bajo —me trabé por unos instantes—, cometiste un grave error.
—Él me quitó a Verónica, llevo semanas vigilándolo y esperando este día.
—Verónica te odiará… Y eso es algo que nunca hizo a pesar de lo que le hiciste.
—Ya no hay nadie que se interponga entre ella y yo.
De repente, dio unos pasos hacia mí, razón por la cual retrocedí alerta y a la expectativa de un ataque.
—Baja ese cuchillo, por favor… Resolvamos las cosas como hombres civilizados —dije a modo de súplica.
—¡No! Porque no fuiste capaz de hacerlo aquella tarde —replicó.
—Entiendo que cometí un error, pero, permíteme enmendarlo… Entrégate a la policía y te juro que te visitaremos seguido. Además, no irás a la cárcel. Irías a un lugar en el que te puedan tratar, no estás bien de la cabeza.
—¡No estoy loco! Sé perfectamente lo que hago.
—¡Entonces razona! No permitas que el pasado influya en este presente. Si es por lo que te hice, te pido que me perdones y me dejes compensarlo… Eso y la ausencia de tus padres, sé que eso también te afecta.
Cuando mencioné a sus padres, el semblante de Freddy cambió por completo. Sus ojos se humedecieron y su mirada se tornó pacífica, incluso me pareció percibir que consideraba el perdón que le había pedido.
—Ayúdame…, no quiero seguir sufriendo —musitó de repente.
—Te ayudaré —dije dando unos pasos hacia él con cautela—, pero debes soltar ese cuchillo.
—Ya no lo soporto —musitó de nuevo.
—Tranquilo, amigo… estoy aquí para ayudarte —dije conforme seguía acercándome.
Me debatía entre esa vulnerabilidad y la frustración que me causaba ver el cuerpo de Isaías, a quien consideraba un preciado amigo que no merecía sufrir ese destino. Esa fracción de segundo concluyó en el mayor error de mi vida: confiarme de la más vil manipulación de alguien que ya no tenía control sobre su psique.
Creí que podía arrebatarle el cuchillo, realmente lo creí, pero cuando estuve a punto de quitarle el arma, Freddy hizo un amague rápido y me dio una certera apuñalada en el abdomen. Miré hacia abajo con asombro toda la hoja incrustada, asimilando que aquello era producto de mi descuido mientras el dolor se intensificaba y la sangre empezaba a manchar mi camisa.
—Fre…, Freddy —musité con voz temblorosa.
Freddy no dijo nada, solo esbozó una sonrisa y, sin piedad, sacó el cuchillo.
El dolor fue cien veces más intenso y la pérdida de sangre aumentó.
Así que me dejé caer al suelo creyendo que disminuiría el dolor, pero Freddy pisó mi abdomen y estrujó su pie sobre mi herida.
Dejé escapar un grito desgarrador, justo cuando el sonido de las sirenas, a lo lejos, anunciaba la cercanía de la ambulancia y las patrullas.
—Eso es por todo lo que me hiciste —dijo—, y espero que tu muerte sea lenta y dolorosa.
Mi respiración estaba demasiado acelerada como para poder responderle, y además empezaba a debilitarme. No me quedó más que aceptar que mi destino final se acercaba. De repente, el rostro de Miranda apareció frente a mí, por lo que la miré a sus hermosos ojos con la intención de hacerle saber que seguía consciente.
—¡Axel! Cariño… ¡No! Resiste… La ambulancia está cerca —dijo en medio de la desesperación y el llanto.
Quise preguntarle por Freddy y Verónica, pero no tuve fuerzas para hablar y menos en ese instante en que la vista se me nubló y las voces de los curiosos que presenciaron todo y no intervinieron en nuestra ayuda, se hacían distante. A partir de entonces, no recuerdo nada de lo que sucedió, ya que desperté luego de varios días en una habitación blanca con un enorme sentimiento de culpa.