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✠ | CAPÍTULO UNO. | ✠
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El dolor de su cuerpo era insoportable, acaricio su mejilla derecha con la terrible sensación del ardor punzante e irritación en aquella zona, se quejó del dolor mientras se sentaba en el suelo y recargaba su espalda en la fría pared de aquel tétrico lugar, llevaba menos de una semana encerrada en aquel lugar, una celda fría, húmeda y oscura. Una vez más el sentimiento de un vacío profundo e interminable se apodero de ella, sintiendo que había regresado a aquel lugar donde lo conoció a él, aquel lugar donde pudo haber muerto sino fuera porque aquel castaño las salvo de aquel trágico destino.
Aizen la atormentaba aun cuando él estaba encerrado en el Muken de la Sociedad de Almas, seguía estando ahí una vez más, diciéndole que no era nadie, que jamás sería nada importante, que solo era un títere sin ventrílocuo.
Sollozo, dejando el dolor de lado abrazo sus piernas y escondió su rostro entre ellas. Evitando que cualquiera cercano a ella en aquel lugar pudiera verla llorar a mares por ser patéticamente abandonada. Y otra vez, no había nadie para ayudarla.
El chirrido de la puerta abriéndose y los pasos acercándose inundaron el eterno silencio del lugar.
-Levántate- ordeno una voz masculina.
Se negaba a obedecer, pero parecía que todos tenían control sobre ella como si realmente fuese un títere. Eternamente controlada, eternamente vacía. Sin utilidad.
Miro al hombre enfrente de ella, era un joven alto de complexión delgada y largo cabello rubio que le llegaba por debajo de los hombros, con unas gruesas pestañas rubias que le daba profundidad a sus ojos verdes. Su vestimenta consistía en una capa con capucha y una gabardina blanca que le llegaba hasta la pantorrilla, con una especie de pelaje verde aguamarina que iba desde el hombro izquierda hasta el lado derecho de su cintura, aquella túnica se encontraba abrochada con un cinturón del mismo verde y con una hebilla dorada en el centro. Su atuendo completamente blanco con unos pantalones y botas del mismo color.
Su mirada verde era un mar de profunda seriedad, y su expresión estoica restaba el encanto que su atractiva apariencia le otorgaba.
Comenzó a seguirlo fuera de aquel tétrico lugar, caminando por los pasillos de un palacio congelado, desconocía a donde era llevada, solo caminaba detrás de aquel rubio inexpresivo, recorriendo aquel frio y oscuro lugar que parecía que no tenía vida.
-Pasa- ordeno mientras abría una gran puerta, dejándola entrar a una sala -Su majestad te está esperando para hablar contigo- agrego sin mirarla.
Apenas dio un paso dentro de aquella habitación poco iluminada, la puerta atrás de ella fue cerrada haciéndola sobresaltar. Miro hacia delante observando a un hombre extrañamente conocido sentado en un trono. Su cabello era oscuro, largo y lacio que llegaba un poco más abajo del hombro, sus cejas estaban rasuradas y portaba una singular barba, la cual llegaba hasta la zona bajo su nariz, aunque el resto estaba bien afeitado. Vestía unos pantalones blancos cubiertos por un abrigo del mismo color que no llegaba más debajo de sus muslos, con grandes puños abotonados. Encima de este llevaba una capa negra-rojiza que caía por los costados de su cuerpo cubriendo parte de sus hombros y brazos, calzaba unas botas altas y blancas que tenían dos filas de botones en la parte frontal. Aquel hombre la mirándola atentamente. Podía notar sus ojos rojos mirarla y atravesar su alma.
Azumi desvió la mirada hacia el costado derecho del trono, sus azulados ojos se abrieron aterrados y sorprendidos la ver el cuerpo de Halibel, arrodillada con la cabeza agachada y sus brazos elevados con unas cadenas atadas en las muñecas que la mantenían en esa posición, su cuerpo estaba cubierto de sangre, su resurrección se mantenía aun cuando su Reiatsu se debilitaba. El terror de verla así se adueñó de todo su cuerpo y mente.
-Una Quincy aleada con los Arrancar. Jamás había visto algo así...- hablo aquel hombre, tan atento a las expresiones de la mujer enfrente de él.
-¿Quién eres tú?- pregunto la peliceleste. La preocupación que sentía por Halibel carcomía su alma y mente.
-¿Por qué te importa ésta Arrancar?- sonrió con burla mientras su espada apuntaba al cuello de la morena arrodillada al lado de él.
-No te atrevas a tocarla- agrego con ira ardiendo en su mirada azulada, su Reiatsu subía inundando la habitación con una extraña mezcla de melancolía.
El rey Quincy rió a carcajadas aquella mujer le parecía sumamente interesante, sus expresiones no concordaban con lo que verdaderamente sentía, su valentía flaqueaba cuando sus ojos se conectaban y su cuerpo temblaba como si el frío de su palacio le calara hasta los huesos; ¿podría ser tan ingenua como para tener la esperanza de poder derrotarlo? Aquella pregunta que invadió su mente solo lo hizo querer reír más, sin duda, aquella mujer era sumamente ingenua.
Aunque cierta parte de él se vio atraída por la momentánea valentía que brillaba en aquellos orbes azulados, parecían vacíos y llenos de melancolía, pero aquellas emociones desaparecieron cuando se vio obligada a defender a la reina de Hueco Mundo.
La observo atentamente, la brillante luz azul iluminaba el bello rostro de la mujer parada enfrente de él a escasos metros de distancia, solos en aquella sala, rodeados de una inmensa oscuridad y con poca iluminación a su alrededor, con ello Azumi podía distinguir lo que los rodeaba, muros altos de un color blanco, con nieve congelada en las esquinas, el ambiente pesado y la mirada carmesí de aquel hombre hacia que su cuerpo temblara. Su mano izquierda sostenía su arco de Reishi, con la flecha apuntando hacia él, su valentía flaqueo un momento cuando sus ojos se desviaron hacia Halibel, sus brazos temblaron y sentía que fallaría en el primer tiro. Aun cuando su puntería era casi perfecta cuando se encontraba bajo la presión de una arriesgada batalla.
El hombre sonrió con arrogancia al verla dudar, observando su comportamiento nervioso y sus brazos temblando, la tensión y su posición perfecta de ataque lo hizo entender que aquella mujer estaba yendo muy en serio con su amenaza.
-Eres valiente al atreverte a apuntarme con tu arma. Pero no eres suficiente para derrotarme, ni siquiera para salvar a tu patética reina. ¿Es ésta mujer la que consideras como un líder?
-Deja de insultar a la señorita Halibel- levanto la voz, sus ojos cristalinos y las enormes ganas de llorar fueron evidentes.
Algo que para aquel hombre fue sumamente patético, no esperaba mucho de aquella mujer, aun cuando su mano izquierda apretaba con firmeza el arco y la flecha estaba tensada en la cuerda, apuntándole directamente, esperaba más que amenazas vacías y aquel estúpido intento de dar lastima. No era alguien piadoso, ni mucho menos le interesaban los seres insignificantes como aquella mujer.
Azumi se sintió débil una vez más, sin poder hacer nada para ayudar a aquella rubia que la apoyo por tanto tiempo, logrando que aquella parte suya que había muerto cuando Aizen fue derrotado comenzara a vivir nuevamente, haciéndola sentir que nunca en su vida volvería a ser el títere de nadie. Que era dueña de su propia vida, ahora solo podía rendirse; lo sentía con solo verlo. Aquel hombre era aterradoramente fuerte, no podía derrotarlo ella sola, eso estaba totalmente claro.
Su temblorosa mano sostenía la flecha a la altura de su rostro, el brillante reishi azul iluminaba su cara logrando que sus expresiones fuesen más visibles para aquel hombre que la miraba con desinterés, soltó la flecha que viajo velozmente por la habitación llenando el tenso y silencioso ambiente con un zumbido momentáneo que se extinguió en cuanto la flecha fue detenida por la mano del rey Quincy. Su acción no cambio el resultado, aquel hombre se burlaba en su cara con aquella sonrisa arrogante extendiéndose en sus gruesos labios.
Miro la flecha en su mano maravillándose por la perfecta puntería que tenía la mujer, aun cuando sus manos temblaban violentamente pudo haberle enterrado aquella flecha en el ojo izquierdo sino fuera porque la detuvo con tanta facilidad. La ira consumió momentáneamente el cuerpo del pelinegro haciendo que su puño se cerrara con fuerza sobre la flecha brillante de reishi azulado, rompiéndose cual cristal y desapareciendo en el aire como el polvo inexistente.
-Tienes talento- halago con una sonrisa -Me pregunto qué tanto podrías hacer solo para salvar a esta mujer- agrego mientras apuntaba de manera amenazante a la morena a su lado derecho, levantando con el costado de su espada la cabeza de Halibel, dejando que Azumi pudiera ver lo herida que estaba, con la sangre escurriendo a los costados de la cara de la rubia.
Aquella acción solamente aumento la ira de la peliceleste, la punta de tres flechas se materializo junto al arco de Reishi, apuntando hacia el rey Quincy.
Pudo ver que la determinación de la mujer retomaba brillo en su azulada mirada de la mujer, sonrió cuando la vio nuevamente levantar su arma hacia él.
No dudo más, en cuanto la cuerda se tensó lo suficiente soltó las tres flechas que se dirigían con una rapidez impresionante hasta donde el hombre se encontraba sentado en su trono, dos fueron desviadas por el pelinegro como si no fuesen la gran cosa, la tercera la detuvo una vez más con su mano y la destruyo rompiéndola como el más frágil cristal. Sonrió burlándose de la mujer frente a él, creyendo que tan débiles ataques eran lo suficiente para derrotarlo. Su momento de diversión se vio interrumpido cuando ella volvió a atacarlo con una rápida y silenciosa flecha de Reishi que logro rasguñar el costado de su mejilla derecha creando una pequeña e insignificante herida que regenero con rapidez gracias a su Blut Vene.
-Ya me he cansado de ti, mujer- agrego con molestia mientras se levantaba de su trono.
-Golpéame, písame, mátame si eso es lo que quieres. Pero no te atrevas a amenazar a la señorita Halibel- sentencio con la determinación que alguna vez creyó extinta.
El rey Quincy rió fuertemente, tomo a la mujer por el cuello apretando con fuerza su alrededor negándole el poder respirar con normalidad. Violentamente estampo el pequeño y débil cuerpo de la mujer contra la pared, el seco sonido del impacto hizo eco en la habitación poco iluminada, el muro escarchado y de un blanco color se agrieto ante la fuerza del golpe. Azumi se quejó del dolor, sus manos intentaban inútilmente apartar la gran mano del hombre de su cuello, deseaba respirar, si seguía manteniendo esa presión en su cuello moriría; se sentía tan patética como siempre.
Su espalda dolía al igual que su cabeza, el costado derecho de su cara sangraba por una herida que fue ocasionada con tan brusco impacto, la desesperación creció a medida que el aire le faltaba cada vez más, comenzó a patalear intentando liberarse de él.
-Nunca le he tenido compasión a ninguno de mis subordinados. ¿Por qué te tendría compasión a ti o a tu patética reina?- le miro con frialdad brillante en sus orbes carmesí, sonrió de manera sádica al verla tan desesperada por respirar.
Su agarre en el cuello de la mujer se aflojo permitiéndole respirar, la peliceleste jadeo y con desespero respiro profundamente llenando nuevamente sus pulmones con tan bendito oxígeno, el dolor y la momentánea falta de oxígeno la hizo sentir mareada.
-N-no te es-estoy... pidiendo... compasión...- agrego con voz entrecortada la molestia era notoria en su voz, cosa que molesto al hombre.
-¿Es así? ¿Entonces no te molestará que destroce a tu preciada líder?- amenazo, con lo que podía cumplir sin el más mínimo remordimiento.
Ella pudo verlo en su mirada carmesí, aquel cruel hombre era capaz de hacer lo que fuera, era despiadado y una horrible persona. Tan solo era capaz de entenderlo con el breve momento que tenia de conocerlo.
El miedo recorrió su cuerpo haciéndola temblar, millones de imágenes recorrían su mente ante lo que podría pasarle a Halibel, no podía permitir que algo le pasará. Su vida le importaba tan poco a comparación de todo lo que podría arriesgar para salvar a la líder de Hueco Mundo, aquella mujer que la guio, que la ayudo y motivo a seguir adelante.
La idea que rodeaba su mente no era la mejor, pero su desesperación era aun mayor con la vida de Halibel en riesgo. ¿Podría salvarla? Dudo, era lo suficiente para poder salvarla, no importaba lo que pasara con ella y su vida, no importaba nada, solo ella, la reina de Hueco Mundo.
Sus ojos brillaron con tristeza por lo que estaba a punto de hacer.
-Hare lo que sea...- susurro con su orgullo nuevamente destrozado.
Arriesgar su libertad para salvar a la mujer que apreciaba como a una madre y mentora. Dejaba su libertad de lado una vez más. Pero estaba segura que podría arriesgarlo todo para salvar la vida de la rubia. Una vez más se sintió patética, sin vida, simplemente vacía. Las lágrimas se acumulaban en sus ojos azules mientras levantaba la mirada para encontrarse con los orbes carmesí de aquel hombre.
El rey Quincy se vio desconcertado al escucharla decir aquellas palabras. La observo atentamente, podía ver que ella tenía un gran potencial, a su lado aquella mujer sería sumamente fuerte e imparable. Era la primera que se atrevía a retarlo, herirlo y ahora a mirarlo a los ojos.
Ella era sumamente interesante a su parecer, la melancolía que se mezclaba en su presión espiritual lo alentaban a querer conocerla. Saber si alguna vez fue feliz más allá de la tristeza e ira. Era extraño el sentimiento que le causaba aquella débil mujer.
Débil. ¿Si quiera creía que ella era débil? Tuvo el valor de enfrentarlo, y sorprenderlo cuando aquella flecha logro hacerle una mínima herida.
-¿Harás lo que sea...? ¿Para qué? ¿Para salvarla?- pregunto mientras de reojo miraba a la rubia que parecía tener un poco de conciencia en ese momento.
Halibel levanto lentamente la cabeza para mirar a la peliceleste que aún era sostenida contra la pared. Ella pudo ver que el dolor de la morena era evidente aun cuando esa característica seriedad se apodero de su rostro para mirarla.
-Azumi...- susurro débilmente la rubia queriendo decirle que no lo hiciera. Pero fue golpeada por el rubio de expresión estoica que hacía pocos minutos había entrado a la habitación, antes de que pudiera decir algo más.
La peliceleste asintió cabizbaja a las preguntas que le hizo el hombre frente a ella; aquella valentía había desaparecido. Una vez volvía a ser el títere de alguien más, sin vida propia, solo serviría para ser la muñeca con la que se divertían los hombres poderosos.
Primero fue Aizen, y ahora era el rey Quincy. No tendría voz en ningún momento de su vida, tan corta y patética.
-Solo... Deja a la señorita Halibel, yo haré lo que tu desees...- dijo en un susurro apenas audible, sus ojos estaban empañados por las lágrimas retenidas, se negaba a llorar frente a aquel cruel hombre.
Él se acercó a ella, podía sentir como el Reiatsu de la peliceleste se elevaba y disminuía con aquella melancolía que ya era característica única de aquella mujer débil y hermosa. Sin voluntad propia, como un títere con las cuerdas cortadas, esperando a que alguien lo repare para usarlo nuevamente.
Podía ser cruel, pero aquella mujer lo hizo sentir compasión.
-No tienes voluntad propia, solo sirves a los demás. ¿No es así?- la seriedad en su voz era notable, Azumi debió la mirada antes de asentir con la cabeza -Haschwalth, tú serás encargado de entrenarla. Tiene el potencial para ser alguien importante entre mis filas- ordeno mientras soltaba a la mujer dejándola caer al suelo como una muñeca de trapo sin importancia.
Aun sus expresiones parecían ilegibles, el rubio a escasos metros de distancia pudo notar el interés que crecía en el rey Quincy, se preguntaba qué habría pasado en el momento donde ellos dos se encontraban solos en la habitación. Algo habría hecho aquella mujer para atraer el interés de Yhwach.
El pelinegro salió de la habitación con la cabeza hecha un lio, aquella mujer le provocaba un desconocido sentimiento, ella tenía un gran potencial, podía ver a simple vista que era alguien fuerte. Tenía el potencial para ser suya, su REINA.
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Miro aquella habitación, oscura y fría, parecía que todo en ese lugar era así. No había rejillas en las ventanas que la hicieran sentir como una prisionera en aquel lugar, no sintió nada más que un enorme pesar y vacío en su corazón, una vez más volvía a ser un juguete, sin importancia, sin voz ni mente propia.
-Tu entrenamiento comienza mañana a primera hora, vendré por ti- dijo el rubio con seriedad antes de darse la media vuelta con la intención de irse y dejar sola a la mujer en aquella habitación que le fue otorgada.
-Espera...- la peliceleste se volteó para detenerlo.
La irritación era notoria en el inexpresivo rostro de aquel rubio, quien miro a la mujer por encima de su hombro, esperando a que dijera lo que tenía que decir.
-No me has dicho cómo te llamas- dijo mientras lo miraba a los ojos.
-¿Por qué te importaría saber mi nombre, mujer?- le pregunto desconcertado por las palabras de la peliceleste y su repentino interés por su identidad.
-Mi nombre es Azumi- sonrió suavemente -Solo quisiera saber el nombre del hombre que muy amablemente me trajo a mi habitación y va a ayudarme a entrenar- respondió a la pregunta del rubio, sintiéndose incomoda por el silencio que se había formado entre ellos.
-Jugram Haschwalth- dijo con seriedad antes de salir de la habitación.
Azumi suspiro cuando se quedó sola en aquella habitación apenas iluminada por la vela que se encontraba en la mesita al lado de la cama. Se sentó en la suave superficie cubierta por sabanas, mirando todo a su alrededor, apenas podía ver los muebles que había en ese lugar, un ropero grande y espacioso probablemente vacío, era algo que no podría llenar ni, aunque quisiera, en una esquina de la habitación se encontraba un escritorio completamente abandonado, como ella en ese lugar.
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Abrió sus ojos sintiéndose pesada en el denso y frío aire a su alrededor, el primer día de su tormentosa vida junto a los Sternritters, así se llamaba aquel grupo que dirigía Su Majestad. Cómo le había dicho Jugram. Aquel rubio me parecía sumamente interesante, causaba la impresión de que podías contarle lo que sea y a él le importaría muy poco.
Levantándose con pereza de la cama, comenzó su día en ese nuevo, desconocido y aterrador lugar.
Estuvo lista cuando el uniforme de los Quincys cubría su cuerpo desnudo. Termino de abrochar el boto que unía la tela y cubría su cuello, el traje era hermoso, aunque no era algo a lo que estuviera acostumbrada. Una camisa blanca de cuello largo con cierre azul que se ajustaba a la parte superior de su cuerpo, algo incómoda a su parecer, encima de esa camisa llevaba un saco con doble hilera de botones plateados, una minifalda blanca que se sostenía a su cintura con un cinturón negro de hebilla plateada con el escudo del Wandenreich. Unas medias completamente negras y botas blancas que llegaban cinco centímetros por debajo de la rodilla.
Ato su cabello azul en una coleta alta, mirándose al espejo se miró completamente diferente. Esa no era ella, ya no vestía en atuendo blanco de los Arrancars. Siempre había sido una Quincy, ella lo sabía, Aizen lo sabía. Suspiro, una vez más volvía a recordarlo; lo odiaba por estar en su mente todo el tiempo. Él la había dañado, la había lastimado. Sin embargo, parecía que también la había encantado con su infinita seducción y su extraordinaria inteligencia.
La puerta de su habitación fue tocada con suavidad y elegancia, el Reiatsu al otro lado delataba al rubio que había conocido el día anterior.
Se acercó a la puerta y antes de abrirla acomodó su falda evitando poder mostrar algo indebido. Al estar lista y decidida a confrontar el destino regaló al pelinegro; de solo recordarlo sintió un escalofrío recorrer su cuerpo por completo, esos aterradores ojos carmesí y su poderoso Reiatsu. Aún no podía creer que tuvo la destreza para enfrentarlo.
Abrió la puerta, pero no estaba aquel rubio que la ayudaría. No, aquella persona que tocaba su puerta era un grupo de chicas.
-¿Así que tú eres la nueva?- le miro con fastidio una peliverde.
Se quedó en silencio mirando a las chicas enfrente de ella. La primera era una chica alta, bien dotada con el cabello largo verde claro y ojos de este mismo color. Sus cejas están bien delineadas y se extienden en cuatro puntas. Su atuendo era una variación del uniforme típico de los Sternritters, que consistía en un traje blanco escotado, el cual lleva anudado dejando al descubierto gran parte de su abdomen. Además de vestir unos shorts del mismo color que su traje, sujeto por un cinturón negro con una hebilla en forma de corazón ubicado en el lado izquierdo de su cadera. Sus zapatos se extienden más allá de sus tobillos y una gorra blanca con la insignia Wandenreich estampada enfrente.
A su lado, una joven de largo cabello rojizo con un flequillo que cubría ambos lados de su rostro y en medio entre sus ojos del mismo color. Vestía el típico traje blanco de los Sternritter el cual está arremangado hasta la altura de sus codos, una minifalda blanca y un cinturón con hebilla en forma de corazón que sostenía la prenda a su cintura, al igual que una larga capa blanca que llegaba hasta sus tobillos y un gorro blanco con la insignia del Wandenreich estampado.
Atrás de ellas había tres chicas más. Una de largo cabello lacio de un azul oscuro, que se extiende aproximadamente hasta la altura de su cintura, con dos largos mechones que sobresalen en la parte superior de su cabeza. Piel pálida, nariz chata y con unos ojos del mismo color que su cabello. Su atuendo es una variación particular, que consiste en un suéter blanco con mangas largas y un cinturón con hebilla en forma de corazón por encima de su abrigo ubicado a un costado de su cintura. Zapatos del mismo color, junto con unos leggings negros y un pequeño gorro con la insignia del Wandenreich, similar al de sus compañeras, pero más pequeño, el cual lleva a un lado de su cabeza.
La segunda, una chica con la apariencia de una niña de no más de 10 años. Su cabello rubio llegaba hasta la altura de su cuello y sus ojos poseían el mismo color. Vestía con un vestido blanco de mangas largas que llega a la altura de la rodilla, así como también una boina blanca. Y la última es una chica alta y delgada, con una figura voluptuosa; posee larga cabellera lacia de color rosado y sus ojos tiene el mismo tono que su cabello. Su atuendo es una variación que consiste en una falda con volantes, guantes de volantes, botas con volantes, mallas, un cinturón con una hebilla en forma de corazón, un gran lazo alrededor de su cuello y una gorra blanca, que cuenta con un pico negro y la insignia del Wandenreich estampada en su frente.
-Ah... Supongo que sí. ¿Hay alguien nuevo en este lugar?- pregunto con desconcertante desinterés.
La peliverde le miro irritada. Sintiéndose que se creía la gran cosa por desafiar a Su Majestad Yhwach y salir viva.
No era más que una inmadura que se atrevía a hacerse la fuerte. Comprado con ella y los demás Sternritters, no era nada.
-No te creas mucho, humana. No eres nadie importante en esta organización- Amenazo la peliverde mientras se alejaba por los pasillos, echa una furia.
Azumi la miro alejarse, al igual que las demás mujeres que estaban frente a ella. Suspiro mientras miraba hacia el pasillo a su derecha dándose cuenta que Jugram se acercaba con pasos elegantes. Sonrió suavemente, cosa que sorprendió a las Quincys.
Cerrando la puerta de su habitación, se alejó de sus desconocidas acompañantes y se dirigió hacia donde Jugram se había quedado.
Estaba lista para comenzar su muy esperado entrenamiento.
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Jadeo pesadamente, cansada de todo lo que habían hecho. Jamás en su vida volvería a correr así, ¿había sido necesario haberle puesto tantos obstáculos?
Parecía que así era.
-Basta Jugram. Ya no puedo más...- dijo con la respiración agitada. Agachándose para apoyarse en sus rodillas mientras trataba de recuperar el aliento.
-Estas en malas condiciones físicas. Apenas llevas dos horas de entrenamiento- respondió con un tono tranquilo mezclado con la profunda seriedad de su expresión.
Mirándola, haciéndola sentir tan patética como siempre se había sentido. Suspiro mientras se ponía derecha, no iba a dejar que nuevamente creyeran que ella era un asco.
No era débil, ni mucho menos patética.
Una vez más, la determinación que tantos años había estado ausente llegó a su cuerpo, invadiendo todo y mezclándose con una infinita tranquilidad que tanto había deseado.
¿Por qué tan de repente se sentía bien consigo misma? Como si todo a su alrededor le estuviera dando el apoyo que nunca tuvo en su vida.
Miro al rubio enfrente de ella, Jugram de extraña manera lo reconfortaba.
Tenía ese algo que la hacía sentir confianza hacia él.
-¿Ahora qué es lo que te pasa?- le miro extrañado por su comportamiento.
-Me haces sentir la confianza que nunca he sentido en mi vida- sonrió mientras se acercaba a él -Sigamos entrenando- agrego más animada que antes.
Jugram sonrió de medio lado, la más diminuta sonrisa que podría haberle demostrado a alguien. No era muy expresivo con los demás, pero aquella mujer le generaba una confianza que jamás había experimentado en su vida. Confianza y respeto que solamente podría tenerle a su majestad Yhwach.
Asintió mientras se quitaba la capa que descansaba sobre sus hombros y se ponía en posición de ataque. La curiosidad de saber que tan buena era aquella peliceleste en un combate cuerpo a cuerpo era grande.
Azumi lo entendió al instante, se acercó a él rápidamente para tratar de golpearlo, pero fue detenida por la mano de alguien.
Levantó la mirada encontrándose con los ojos carmesí de aquel hombre al que se había enfrentado.
-Su majestad...- dijo Jugram con la admiración que podría tenerle a aquel hombre mientras inclinaba su cabeza levemente.
La mujer de azulado cabello miro a Jugram confundida. ¿Su majestad le había dicho a aquel hombre? No estaba entendiendo nada en esa situación, trato de alejarse del pelinegro frente a ella, pero él sostenía su muñeca con fuerza.
-Haschwalth, déjanos a solas- ordenó con seriedad el rey Quincy.
Jugram dudo, la presión espiritual que emanaba del pelinegro era peligrosa. Le causaba una inseguridad dejarlo a solas con aquella mujer, que, aunque llevará poco de conocerla. Ya la consideraba una compañera, amiga. Ella animaba aquel tétrico ambiente.
Finalmente asintió, acatando las órdenes de su majestad y saliendo de la habitación, dejándolos a solas.
Se recargo en la pared al lado de las puertas cerradas, con los brazos cruzados miro al techo. Esperando que la pequeña reunión de su majestad con aquella Quincy concluyera.
Yhwach no lo aceptaría fácilmente, pero fue un sentamiento de ira el que lo impulso a separarlos; nunca creyó que Jugram se llevaría tan bien con la peliceleste.
-¿Hay algo que desee... Su Majestad?- pregunto la mujer, aquellas palabras fueron un golpe para su orgullo.
Estaba nuevamente cayendo en lo que alguna vez deseo salir, la profundidad de un infinito vacío cread por cierto castaño la estaba carcomiendo mientras las palabras salían de su boca, como si solo fuera una maquina dispuesta a obedecer todas las peticiones de su "amo". Un sentimiento terrible a comparación de todo lo experimentado en un pasado donde fue la burla de muchos y el juguete de un manipulador y traidor.
Odiaba en lo que se había convertido, odiaba lo que se estaba obligando a ser. Pero todo era para salvarla a ella, Halibel, lo recordó. Si debía sacrificar su vida para salvarla, lo haría sin dudarlo.
Mordiéndose la lengua mientras aguantaba las inmensas ganas de llorar, nuevamente sintiéndose la más miserable en un mundo donde solo sería el juguete de los hombres más poderosos.
-Puedo recordarte cuál es tu lugar, Azumi...- susurro el pelinegro mientras se acercaba a ella agachándose hasta su altura.
Lo odiaba todo, se odiaba a si misma por ser tan débil. Porque a pesar de saber lo dañada que estaba, y lo insignificante que podría llegar a ser, seguía sin avanzar. Siempre recordándose en lo que Sōsuke Aizen la había convertido. Un títere que solamente acataba órdenes.
Solo eso, no era nadie, no tenía voz, no era importante. Simple juguete de cuerdas rotas que alguien más había encontrado y "Reparado".
Negó con la cabeza, queriendo llorar. Al menos agradecía tener un poco de su orgullo intacto, evitando que las lágrimas fuesen derramadas...
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No recordaba con exactitud cómo ni porque lloraba con tanto sentimiento. Como si alguien en su vida estuviera muriendo, como si fuese a morir ella misma. Había algo que Aizen había tocado con tanta profundidad, un tema que nunca quiso hablar con nadie más.
Ahora se arrepentía de haberle tenido tanta confianza al cruel rey de Hueco Mundo como para contarle algo tan personal.
Lloraba a mares, porque esa fue su única forma de desahogar todo lo que por años había estado guardando con tanto recelo. Débil frente a él, aquel hombre que tenía todo para dañarla de cualquier forma posible.
Sabía lo cruel que podría llegar a ser, estaba siendo verdaderamente cruel con ella, sin corazón, tan despiadado como siempre lo había sido.
"El amor es ciego", eso lo sabía. Sin embargo, aquel castaño había atado una venda alrededor de sus ojos, algo imposible de quitar. Dolía tanto estar con él, pero le dolía aún más estar lejos de él.
-¿Seguirás llorando por algo tan patético Azumi?
Aizen la miraba como si fuese lo más patético del mundo. Estaba segura de que, si era lo más patético del mundo, llorando por lo que aquel intelectual y apuesto hombre llamaba "patético".
Sintió la cálida mano del castaño en su mejilla limpiando suavemente las lágrimas saladas que salían de sus azulados ojos y escurrían por sus mejillas.
-No llores, pareces una mujer débil y asquerosamente patética. Tú familia no es algo que deba preocuparte. Me tienes a mí, soy el único que cuidaría de ti con tanto cariño...
Respondió con dulzura mientras le sonreía, una sonrisa pacífica que la tranquilizaba como los más fuertes antibióticos.
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Sus ojos estaban abiertos la sorpresa se mezclaba con la profunda melancolía que traía aquel recuerdo a su mente. Miro a Yhwach enfrente de ella, parecía extrañamente preocupado por ella. Incluso su agarre se había aflojado.
-¿Estas bien?-le pregunto con seriedad, aun cuando la preocupación se ocultaba detrás de su fría mirada.
Asintió sin querer hablar sobre aquel delicado tema, pocos sabían de su situación con Aizen, y de lo débil que podría llegar a ser frente a él o sus recuerdos, limpio las lágrimas que escurrían como un río por sus mejillas ligeramente rojas ante el irritante sentimiento y la cercanía de cierto hombre de ojos carmesí.
Jadeo ante el pesar que se acumulaba en su pecho, sabia cuan doloroso era aquel sentimiento. Quería llorar a mares, ser consolada.
Pero a aquel hombre, poco y nada le importaba lo que le pasara a ella. Porque para él solo era un simple juguete ¿verdad?
Uno más en su ejército de Quincys, todo para una muerta ambición que alguna vez el castaño que amo había deseado cumplir. ¿Su destino? Veinte mil años encerrado en la prisión más segura del Seireitei.
Intento alejarse de él, pero le fue imposible, nuevamente fue detenida. Con su mano sosteniendo su muñeca con fuerza que la hacía querer alejarse y gritar.
-No... No necesita mostrarme mi lugar, se perfectamente cual es...
Yhwach se sorprendió por las palabras de la mujer, desconcertado y curioso por saber que era lo que tenía que decirle, que tan ciertas o cercanas eran sus pensamientos a la realidad. Lo había estado pensando toda la noche y mañana, sus pensamientos no eran los mismos desde que la vio. Herida, muriendo desangrada entre las arenas sofocantes de Hueco Mundo, casi había muerto por el filo de la espada de uno de sus soldados.
Verla enfrentarse a él con tanto valor y coraje, la determinación brillante en sus ojos azules cual zafiro. Había notado la debilidad que tenía hacia la rubia líder de Hueco Mundo, una amistosa platica tendría con ella más tarde. Deseando saber aún más de la magnífica joya que tenía enfrente.
Un enigma, alguien que se cerraba a las posibilidades de ser alabada.
Nunca había tenido empatía por nada ni nadie, era cruel y todo el mundo le temía, sin embargo, algo en él cambio cuando ella apareció. Parecía una estrella brillante en aquel tétrico lugar.
Una luz que se estaba apagando por todo su dolor personal , dolor que le gustaría compartir; poco le importaba que tan "patético" podría llegar a ser las circunstancias.
-¿Vas a terminar la oración antes de huir?- pregunto expectante, deseando saber sus pensamientos sobre la situación en la que ella misma se había metido con tal de salvar a Tier Halibel.
-¿Quieres saber lo que realmente ya sabes?- la incredulidad de reflejaba en sus ojos, carcomiendo la profunda tristeza que sentía.
-No- respondió con una mirada fría y su tono más seco que el desierto -Quiero saber lo que tú piensas que eres- aclaro con profunda seriedad en su mirada carmesí.
Pudo notarlo, él hablaba en serio. A diferencia de Sōsuke Aizen, las cosas no parecían ser una burla para Yhwach, por eso mismo la advertencia más reciente de Jugram fue, no andarse con juegos frente a él.
Azumi rió amargamente por la insistencia del rey, ¿Por qué no lo entendía? ¿Acaso quería burlarse de ella?
-Soy alguien más en tu ejercito lleno de soldados con habilidades extraordinarias y Reiatsu poderosos, ambos sabemos que jamás llegare a ser importante para nadie más. Que no soy más que un fiel sirviente para cumplir tus necesidades, un juguete que después de un tiempo ya no necesitaras- sollozo mientras desviaba la mirada, una vez más, una maldita vez más, llorando, siendo patética.
-¿Es eso lo que te hicieron creer?
Se desconcertó por aquella simple pregunta. Sí, eso era lo que Aizen le hizo creer, no era nadie más en la vida sin él.
Las lágrimas salían de sus ojos mientras su cabeza daba vueltas en los desastrosos y tortuosos recuerdos de un castaño, ella había sido manipulada y destrozada para la diversión del mas detestable ser del mundo, lo sabía.
No dijo nada, pero incluso el silencio fue suficiente para responder a su pregunta. Yhwach la soltó, dejándola irse de aquel lugar.
-Puedes irte si así lo deseas- dijo sorprendiendo una vez más a la peliceleste -No puedo decirte que tu valor será alabado en el Wandenreich, sino te esfuerzas para conseguir tan grande poder...
Azumi salió de la habitación sin decir nada más, ignorando al rubio que esperaba con paciencia al lado de las puertas. Jugram se desconcertó al ver a la mujer saliendo de la habitación mientras secaba discretamente sus lágrimas. Frunció el ceño queriendo saber que era lo que había pasado ahí adentro.
Absteniéndose de preguntarle a Yhwach cuando lo vio salir unos cortos segundos después de que Azumi se haya alejada de ellos. Decidido por no interferir en un tema que no le incumbía, siguió al pelinegro por los pasillos del Wandenreich, sin decir ninguna sola palabra.
-Haschwalth reúne a los Arrancars que se han aliado a nosotros, elegiré al indicado para dar el mensaje al Segador Sustituto- ordeno Yhwach mientras avanzaba con paso firme por los pasillos de su congelado palacio.
-Como ordene, su Majestad- asintió el rubio, separándose del líder de los Quincys.
Cuando el rey Quincy estuvo completamente solo se encamino por los pasillos de su palacio hasta entrar a una habitación, ahí frente a él se encontraba la reina de Hueco Mundo. Aquella Arrancar que había estado aliada a Sōsuke Aizen siendo solamente la tercer Espada más fuerte.
-Tu...- hablo con rencor la rubia.
Encadenada y con solo una tenue luz iluminándola, la sangre seca se encontraba adherida a su piel morena, su cabello despeinado y descuidado, y su Reiatsu débil al haber mantenido su resurrección por tanto tiempo.
-Solo he venido a hablar de algo importante Halibel- hablo con la seriedad tan característica de él, su voz profunda inundo de pesar la habitación tan poco iluminada.
-¿Qué es lo que quieres?- hablo entrecortada, su cuerpo apenas tenía la fuerza para mantenerse sin caer, y su mente no era tan consiente de lo que estaba pasando a su alrededor. Todo le daba vueltas.
-Mírate, estas en un deplorable estado. Tus amados sirvientes muchos han muerto mientras otros se han unido a mí por su bien común. No tienes el derecho de hablarme como si fuéramos iguales- una cruel sonrisa invadió su rostro mientras miraba a la mujer en su más patético estado.
Halibel jadeo pesadamente, no tenía energías para discutir con aquel arrogante hombre.
-La razón por la que estoy aquí es por Azumi.
Los ojos de Halibel se abrieron llenos de terror. Aquella dulce chica, no soportaría que algo malo le hubiera pasado por su culpa. Por ser tan débil para no proteger a su reino de aquella invasión.
-Te ahorraré la molestia de preguntar. Quiero saber más de ella, ¿qué fue lo que le pasó?- pregunto con inmensa seriedad, esperando que la morena se tome aquella situación en serio -Si me das la información que necesitó, serás liberada y recibirás asistencia médica- agrego tratando de llegar a un acuerdo negociable.
Halibel se quedó en silencio, pensando. Aún cuando Azumi se estaba entregando para salvarla, por sus heridas ella moría lentamente. Entendió que su mejor opción era negociar con aquel detestable hombre.
-¿Que es lo que quieres saber de ella?- agrego rendida ante la situación.
Yhwach sonrió al verla aceptar su trato.
-¿Qué la hizo ser así?- pregunto mirando atentamente a la mujer enfrente suyo. Con la curiosidad evidente en sus ojos carmesí, aún cuando la seriedad característica de él permanecía intacta.
-¿Qué la hizo ser así?- repitió con amargura en su boca -Es simple. Sōsuke Aizen- respondió con molestia en su hablar.
El simple hecho de recordar a aquel castaño le hacía hervir la sangre de ira pura. Odiaba lo que había hecho con Hueco Mundo y lo que le había hecho a Azumi no tenía perdón.
Convertirla en un objeto, sin pensamiento propio ni voluntad de decisión.
-Azumi es insegura, no tiene voluntad de elección y solo tiene un solo pensamiento. Servir a un "Amo"- agrego mientras soltaba un suspiro, levantando la mirada para encontrarse con Yhwach.
Confundida. Por aquella expresión que se apoderaba de las facciones del Rey frente a ella.
¿Acaso estaba molesto por sus palabras?
¿O es que también le guardaba rencor a cierto castaño? No lo sabía, mucho menos le importaba.
-Intente estos diecisiete meses cambiar su pensar. Pero parece que aún no puede superar en lo que Aizen la convirtió.
La furia se apoderaba del pelinegro, ante aquellas palabras. ¿Así que tan brillante estrella había sido apagada? Aquella simple idea le hacía hervir la sangre, mientras su Reiatsu se elevaba peligrosamente.
Alertando a sus soldados, aliados y cierta peliceleste que se encontraba recostada en su cama con las lágrimas escurriendo por los costados de su rostro.
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