No sabía en qué momento comencé a cabecear, pero si sabía que estaba muy cansada y que había pasado mucho tiempo desde que quedamos atrapados en el almacén. El cuerpo me pesaba y ni hablar del dolor en la espalda o, de todo lo demás.
Pellizqué mis mejillas para despertar. No podía quedarme dormida sabiendo que cinco experimentos nos buscaban, sin cansancio. Cinco monstruosidades que pasaban de un corredizo a otro cercano, olfateando y abriendo sus oídos para encontrarnos.
Miré alrededor, pestañeado mucho al sentir que hasta mis parpados me estaban traicionando, quería concentrarme en algo, lo que sea, con tal de seguir al tanto de cada pequeño ruido. En tanto vagaba para entretenerme, lancé una rápida mirada al cuerpo de Rojo. Él se hallaba sentado y recargado en una esquina del almacén, con la cabeza contra la pared, manteniendo sus rodillas dobladas y piernas separadas, con un brazo únicamente acomodo sobre una de ellas. La posición que mantenía y su cuerpo vestido de ropas juveniles, estaba inquietándome.
Más humano no podía parecer. Pero eso no era lo que me inquietaba. Mencionando que su figura siempre tenía esa imponencia que te hacía sentir inferior como una pequeñísima hormiga a punto de ser pisoteada, estaba también, su forma de actuar. Esa manera impredecible en la que actuaba me tenía muy agitada.
Cuando me tocaba de la nada, cuando me miraba de esa forma y cuando se acercaba a mí, eran cosas que no podía controlar, que me tomaban por sorpresa y me confundían mucho. Ni siquiera podía creer que le dije después, mis propias palabras me tomaron por la espalda.
Aquí no... Aquí no...
¿Qué quise decir con eso? Tomé una fuerte respiración y exhalé. No quería volver a pensar en ello, tal vez, una vez estando a salvo aclararía mis pensamientos y le diría a él lo que quería decir realmente. Solo si él mencionaba algo al respecto.
Torció su cuello en una esquina del techo del almacén, poco después un golpe sordo se escuchó justo ahí. Me levanté como resortera cuando vi todas las escobas, tubos y trapeadora sacudirse con el golpe, titubeé en extender mis brazos con la intención de atrapar alguna en dado caso de que se cayeran.
Cosa que si sucedía, estaríamos muertos. Pero al final, ni uno solo se despegó de su sitio. Rojo también se levantó, pero sin abrir los ojos y moviendo su cabeza en la misma dirección. Otro golpe, otra sacudida, y dos tipos diferentes de gruñidos hicieron que mi corazón saltará.
Habían vuelto otra vez a este pasillo.
Se acercó en mi dirección, sus orbes reptiles se concentraron en mí después de que dejara de ver un lado del techo. Negó con la cabeza repentinamente, no dudé en estudiar su rostro, su gesto serio. Su quijada no estaba apretada o endurecida como otras veces hizo cuando supo que algo malo iba a pasar o estaba pasando. Sin embargo, esos golpes volvieron a escucharse, aunque más lejos, provenían del pasillo que rodeaba el almacén.
— ¿Son los mismos? —pronuncie a labios mudos. Él asintió, y maldije en mis entrañas. ¿Cómo era posible que esos experimentos no se dieran por vencidos? Quería saber, también saber cuánto más estarían rondando por aquí —. ¿Saben qué estamos aquí?
Esperé su respuesta, una que no llegó al instante y me atemorizó.
Ladeó el rostro y se quedó escudriñándome por un largo silencio que me mantuvo con los nervios de punta. Aún tenía su frente surcada en sudor, y ni hablar del color pálido que habían adquirido sus labios carnosos. Rojo estaba empeorando.
Por voluntad, llevé mi mano a su frente y ante el simple tacto de nuestras pieles, él cerró sus ojos y se tensó. La fiebre no parecía en aumento, pero aún seguía en él, insistente, debilitándolo cada minuto más. A este paso, se estaría desmayando.
— ¿Por qué no comes? —Leyó mis labios, y mientras permaneció en silencio como si estuviera discutiendo algo en sus propios pensamientos, me di cuenta de que los golpes y los gruñidos dejaron de escucharse.
Hizo una media mueca antes de acercarse mucho a mí, inclinar su rostro, y acomodar sus labios contra mi oído derecho, casi como un beso.
—No quiero comer carne—susurró, su voz crepitante debilitó inesperadamente mis rodillas. Apreté el barandal y guíe mi cabeza en un movimiento para responderle muy cerca de su oído.
— ¿Por qué no? Te ayudará.
Su mano cerrándose en mi cadera hizo que mis huesos saltar debajo de mi piel, por instinto quise retroceder, pero él me detuvo, empujándome a él un poco más para respóndeme:
—Eso no me ayudará, solo calma mi hambre no la fiebre— respondió. Su aliento acarició parte de mi mejilla, y lo sentí, sentí de nuevo la caricia de sus labios en esa zona. Pero se apartó, esta vez, soltando mi cadera de golpe y girándose para volver al sitio en el que antes estaba.
Cuando se hubo sentado, recargó su cabeza en la pared y cerró sus ojos sin ninguna presión. Lo seguí observando, más de lo que no quería, pero es que ni siquiera podía leer sus movimientos y saber que haría después, por un momento pensé que intentaría besarme otra vez, pero terminó no haciéndolo.
Sin duda Rojo era indescifrable.
(...)
Tardé minutos en poder romper lentamente un trozo de tela de mi camiseta de tirantes, con tal de remojarla en el retrete donde había agua limpia, al menos. Necesitaba bajar la fiebre de Rojo. No sabía qué estaba sucediendo fuera del almacén y no sabía si todavía había experimentos, pero des hace minutos que Rojo no se movía más que para respirar con rapidez.
No iba a dejarlo así y saber lo que depararía después. Así que mojé el pedazo de tela, y lo exprimí sin hacer mucho ruido. Antes de salir, miré mi aspecto en ese espejo empañado colgado sobre el lavabo, todo mi rostro estaba bañado en sangre— su sangre—, al igual que el resto de mi cuerpo. Tenía una imagen muy perturbadora y mucha piel pegajosa.
Salí y me apresuré a inclinarme sobre mis rodillas para empezar a humedecer su rostro, comenzando desde su frente: esa a la que le tuve que apartar todos los mechones y acomodarlos detrás de sus orejas. Sus orejas tenían una forma un poco picuda tanto de arriba como de abajo, pero eran tan parecidas a las de cualquier otra persona.
Mojé su cuello y limpié sus pies que estaban cubiertos de suciedad y sangre: dedo por dedo, cuidadosamente hasta terminar. Me quité el suéter y lo doblé para acomodarlo en un punto del suelo. Tenía la intención de recostar a Rojo para que descansara mejor, la pregunta era saber cómo lo haría con lo mucho que pesaba. De alguna manera tenía que lograrlo.
Acomodé mis manos, una detrás del lado derecho su cabeza, y la otra debajo de su axila izquierda, aferrándome a su cuerpo para dejarlo en el suelo poco a poco. Apreté mis dientes y sostuve todo lo que pude de su peso, hasta que terminó cayendo de sopetón, y yo siendo arrastrada por su peso.
Estómago contra estómago.
El sonido fue diminuto, pero aun así estaba ahí, lo más quieta que pude, soportado que su cabeza aplastara mi mano y que parte de mi estómago descansara sobre el suyo. Miré alrededor, atenta a cualquier otro sonido. Mi corazón latiendo apresuradamente en mis sienes, era lo único que escuchaba por ahora.
Tragué y me dediqué a mirar la posición de Rojo, solo entonces una estaca de hielo me flechó el corazón. Sus ojos tan abiertos como si se fueran a abrir, sin temblores en sus pupilas rasgadas, sin pestañeos ni nada más.
— ¿Cómo te sientes? —susurré esta vez, lejana a su oído, continuando con deslizar mi mano fuera de su cabeza hasta lograrlo y apartarme un poco más. Dejando lo suficientemente separados nuestros cuerpos.
Cerró sus ojos varios segundos, y agradecí que dejara de mirarme para poder respirar todo lo que pudiera y enderezare. Y acomodarme sobre mis rodillas.
—Ya no hay peligro cerca—exhaló a una voz un poco más fuerte, pero no lo suficiente como para recorrer el resto del almacén.
— ¿En serio? ¿Se fueron? ¿Están lejos? —pregunté, sorprendida e ilusionada con salir de aquí y buscar el área naranja. Reparó en mis facciones en esa casi sonrisa que proyectaban mis labios a causa de sus palabras.
—No se han ido, pero se están apartando —explicó en voz baja.
Apartados. Con que estuvieran apartándose eran más de suficiente para tranquilizarme. Quería decir que saldríamos de aquí entonces. Asentí, tomando el trapo y limpiando nuevamente su frente, dando leves toques en cada centímetro de su piel.
Él me siguió con la mirada en todo momento, con esos orbes rasgados y endemoniados que te seguían hasta en tus pesadillas. Pero no en las mías. Ya estaba viviendo una pesadilla, debía admitir que ya sentía menos temor de él, de su mirada, de su presencia.
Tal vez era porque se encontraba con fiebre. Débil. No sabía explicarlo exactamente. Quizás era porque empezaba a sentirme más segura a su lado, a confiar más en él.
— ¿A parte de ellos, no hay nada más acercándose? —me animé a cuestionar, mirándolo a los ojos. Deteniendo mi mano junto a su estómago donde, enseguida, sentí ese calor abrazándola. Sus dedos se habían deslizado sobre los míos. No pude ni moverme con las corrientes eléctricas que envió su tacto a través de mi cuerpo. Pero trate de concentrarme en él, ignorando sus caricias.
Sus jugueteos estremecedores.
Cerró sus ojos, y aún recostado sobre mi suéter, movió su cabeza a los lados el techo del almacén. Mientras miraba, desvié la mirada para ver de qué forma intentaba entrelazar su sus dedos con los míos.
Estiré mis dedos dejándolo entrelazarse, y jadeé cuando sentí la familiaridad del agarre. Antes ya lo había hecho, pero la pregunta era saber cuándo y con quién. Eso no importaba, lo que importaba era que yo había dejado que me tocara, que hundiera su calor en mi mano y que sus dedos acariciaran los míos.
Se sentía extraño, incomodo, me ponía nerviosa. Asustada, sobretodo, pero a pesar de ello, no me retiré.
—No—soltó, haciendo que instantáneamente volviera a mirarlo. Había sido atrapada contemplando nuestras manos enlazadas.
—Deberías descansar —comenté. Si no había ya nada cerca y los otros seguían alejándose, mejor que se repusiera para salir cuanto antes y seguir el camino. Me sorprendió verlo levantarse, moviendo nuestras manos para acomodarlas sobre su pierna en tanto se sentaba.
—No necesito descansar—repuso, rompiendo el agarre de nuestras manos para empezar a levantarse—. Salgamos de aquí ahora que están más lejos.
No dije nada porque estaba de acuerdo en irme, aunque su aspecto me preocupaba.
Le imité. Fui rápidamente a tomar la mochila y mientras él subía los escalones, busqué el arma entre tanta comida que guardamos. La tomé en mis manos, apretándola. Nos serviría de ayuda en dado caso de que Rojo no pudiera pelear, o incluso, mucho antes de que él se lanzara a pelear.
Cuando me colgué al hombro la mochila, subí sigilosamente los escalones hasta llegar a donde él me esperaba para salir del almacén.
Evalúe su aspecto una vez más mientras abría esa puerta. Era inevitable hacerlo sabiendo lo pálido que estaba. Solo esperaba que no empeorará.
Al salir, lo primero que hice fue sacudir la cabeza en todas las direcciones posibles. Los corredizos estaban vacíos. Me acerqué al final del almacén para revisar el pasadizo que llevaba al laboratorio, y abrí tanto los ojos por lo que encontré en el suelo.
Era mucha sangre. Sangre manchando las paredes y todo el suelo hasta llegar a un punto del corredizo en el que solo se concentró más.
—Rojo— lo llamé en un susurro. Pasé la mirada una y otra vez, tratando de averiguar qué era eso.
Lo que se desangraba tenía la forma de un perro, pero más grande, más largo y ancho. Sin pelo y de piel negra. Sin cola, o tal vez se la arrancaron, como le arrancaron dos de sus patas traseras y...la cabeza.
Me pregunté qué era eso, si era o no un experimento o solo un extraño animal que tuvieron enjaulado. Lo que si estaba claro, era que eso nos estaba persiguiendo también.
—Su temperatura va bajando— escuché su gruesa voz junto a mí. Ni siquiera me había dado cuenta de en qué momento llegó.
— Pero...¿qué es eso?
Di un par de pasos más ara ver ese cuerpo sin vida más cerca. Era espantoso. Tenía púas por debajo del estómago. Definitivamente tenía que ser un experimento.
—Solo sé que no es humano.
Aunque no era la respuesta que esperaba, pregunté:
— ¿Es un experimento?
—No lo sé, pero tiene el mismo tamaño de quienes nos buscaban.
(...)
Bloque de habitaciones D. Así titulaba el pasillo delante de nosotros, mientras que el resto que se repartía a nuestros costados no llevaban nombres. Repasando el mapa que se hallaba recargado en una de las paredes, esperando a que Rojo terminara de buscar temperaturas. Estábamos muy apartados del área naranja, en realidad, el área más cercana a nosotros, pasando las habitaciones del aula D y a un corto corredizo y dos túneles más, era la blanca.
Entre más miraba el mapa, más me preguntaba por qué no enseñaba la salida de este lugar. Era muy raro, me consternaba no ver siquiera señalamientos en los corredizos como emergencia.
—No hay peligro.
Asentí. Le eché una mirada al mapa y le seguí el paso a Rojo cuando se adentró a la bloque de habitaciones.
Varias de las puertas estaban abiertas, mostrando desde un comedor hasta una pequeña cocina o una capa individual. Era perturbador pensar que aquí abajo vivían personas. Tal vez trabajadores que dedicaron su vida a los experimentos. Pero eran muchas puertas, así como muchos pasillos que llevaban a más puertas enumeradas con dígitos y la letra D.
Repentinamente paré junto a una enorme entrada sin puerta que llevaba a una amplia ducha.
Una ducha... Mi mente repitió esa palabra.
Me tenté a entrar, abrir los grifos y bañarme entera para quitarme todo rastro de sangre ¿Eso cuánto tomaría? Un minuto sería suficiente para quedar lo más limpia posible de la cabeza a los pies. El problema era que posiblemente un minuto haría la diferencia entre la vida y la muerte con el ruido que los fregadores provocarían.
—Si me doy una ducha rápida, ¿habría algún problema? — Giré para toparme con su mirada lo suficientemente penetrante como para sorprenderme —. ¿Hay peligro?
Por razones muy obvias necesitaba bañarme, no solo el olor, sino lo pegajosos de mi cuerpo y la picazón en algunas zonas a causa de ello. A parte, con la sangre en mi rostro, casi no podía moverlo.
— No. No hay peligro, puedes darte una ducha rápida.
La tentación creció en mí, y no lo pensé tanto cuando entré. Me guíe al interior de la ducha abierta y evalúe alrededor lo más veloz que pude. Había un tubo redondeado en el centro del lugar, largo y muy ancho, con grifos colgando desde lo más alto y llaves de agua a la mitad de su altura. Cuando no encontré nada extraño, deposité la mochila y el arma junto a una banca pegada a la pared. Las manos me temblaron cuando al aproximarme a la bajada que llevaba a las duchas, las llevé a las llaves. Giré una, y el agua salió desproporcionalmente fresca sobre mi cuerpo: produciendo apenas sonido.
Suspiré, cerré los ojos y sentí mi cuerpo estremecerse. Era una gran diferencia estar hundida en mucha agua helada a solo ser mojada por cierta cantidad. Empecé a tallarme el rostro, el cuero cabelludo y el resto de mi cuerpo vestido.
Quitarme la ropa era algo que no haría, solo me tomaría un minuto para que gran parte de la sangre de Rojo saliera de mí. Otra llave rechinó junto a mí y el sonido del agua se multiplico, haciéndome respingar.
La presencia de Rojo me había tomado desprevenida. Su perfil tan cercano era todo lo que podía ver, cabizbajo, con los ojos cerrados, relajado, sintiendo la presión del agua recorrer su cuerpo entero. Contemplé la sangre que resbalaba desde sus pies y continuaba por la porcelana hasta desaparecer en las rejillas de una alcantarina pequeña. El agua hacía que su polo se le pegara en todo su torso varonil, marcando, sobre todo, la parte de su pecho y sus areolas. No llevaba la bata, la había dejado junto a la mochila.
Fue inteligente, sabiendo que en los bolsillos llevaba carne y que remojarlos solo haría que se pudrieran más rápidamente. Tarde que temprano se comería esos pedazos y entonces, tendríamos que buscar más carne para él.
Bien. Estaba pensando en ello como si fuera algo normal. Que locura. Aunque sí, me perturbaba y eso no desaparecería. Por otro lado, ya lo había aceptado. Lo que no había aceptado, era lo que sentí a continuación...
Sus manos sosteniendo mis caderas, me empujaron a la pared metálica de la ducha, acorralándome de inmediato con su inmenso cuerpo. Nuevamente no me percaté de su movimiento y ese hecho de la velocidad con la que actuaba, me perdió.
Su calor, cuando pegó sus caderas a las mías, era algo que igual me perdía. Levanté la mirada de inmediato para ver esa oscurecida mirada endemoniada, y saber que él quería continuar con lo que detuve en la escalera del almacén.
Definitivamente no.
—Aquí no—traté de escapar, no quería besarlo. No podía suceder. No quería hacerlo aun sabiendo lo mucho que mi cuerpo empezaba a temblar con su agarre, a estremecerse con su toque, su calor. No, no, esto estaba mal. Era atracción sexual solamente, pero igual había miedo de por medio por el peligro existencial en el que nos encontrábamos—. Puede venir...
—No hay peligro—interrumpió, inclinando su rostro hacía mí, acortando cada centímetro de nuestra distancia hasta dejar nuestras narices rosarse, únicamente. Mis manos volaron a su pecho antes de que el mío tocara el suyo. Mientras trataba de hallar palabras, contemplé su rostro, esas facciones marcadas y enigmáticas en las que cientos de gotas de agua las recorrían. Todo su cabello estaba acomodado detrás de su oreja y por encima de su cabeza, más, oscureciendo más el tono y moldeando su atractivo masculino.
Ay no.
—A-a-aun así— detuve el aliento cuando sentí esa dura presión contra mi entrepierna. Dios. Santo. Las piernas se me volvieron agua al saber que no solo quería unos simples besos. No, no él estaba excitado.
No entendía a Rojo, no entendía como era qué se atrevía a hacer estas cosas. Por qué razones se acercaba tanto y me tocaba tanto. ¿Por qué quería besarme otra vez? ¿De dónde lo había aprendido?
—El agua hace mucho ruido, puede atraer...—hizo que me comiera las palabras cuando con una mano, alcanzó las llaves y las cerró. El agua dejó enseguida de fluir. Ya no había ruido alguno en la habitación de las duchas, solo mi agitada respiración y ese corazón que se me saldría de la boca. ¿No iba dejarme salir de esto? ¿No se daría por vencido? ¿Qué más tenía que inventarle?
Volvió su mano a mi cadera, la deslizó por detrás de mi espalda baja arqueándola, y fue subiendo al ritmo en que lo hacía un escalofrío que me erizó la piel. Jadeé, sentí que me hacía más pequeña. Él estaba...
Los pensamientos se acallaron cuando mi oportunidad de idear otra salida se cerró con la prisión de sus labios, desesperadamente, buscando los míos. Mis dedos se aferraron a su camiseta, pero no lo empujaron. Aunque ganas no hacían falta, tampoco de continuar con el beso. Estaba enredada en sus brazos, sofocada en su boca y las constantes caricias de su lengua sobre la mía. Sus orbes carmín estaban oscurecidos en deseo, en cambió los míos, aún poseía una pisca de súplica. Quizás él se daría cuenta de ello y lo detendría, pero no había ánimos de siquiera dejar de colonizar mi boca.
Gemí, siendo incapaz de no sentirme excitada, poseída y atrapada entre la espada y la pared. Nadie en su sano juicio podía detener estos sentimientos que su mismo cuerpo estaba aclamando con más fuerza, a pesar de que una parte temía por lo que pudiera acontecer después.
Suaves, así eran sus labios, y llenos de un sabor metálico tan igual al de la sangre que terminé consumiendo. Sus colmillos hicieron presión con los míos, rozando parte de mi labio inferior. Rojo se ladeó más, intensificando la entrada ruda y hambrienta de su lengua.
Por otro lado, mi lengua despertó, lenta e insegura se deslizó en la suya. Había un gran susto guardándose en mi pecho donde el corazón me martillaba con locura, pero estaba hecho, estaba correspondiéndole. Y eso, pareció gustarle tanto que él mismo ahogó un gemido en mi boca. Uno ronco, uno que terminó quemando la parte baja de mi vientre, y jalarlo con destellos excitantes.
No, no. Basta. Esto estaba mal.
Como si algo o alguien hubiese escuchado, se detuvo, pero no por nosotros mismos. Un grito rasgador se alargó, lejano y peligrosamente en los pasillos fuera de la ducha. Tan aterrador que fue capaz de eliminar todo rastro de deseo en nosotros.
Tan horrible y escandaloso, que Rojo se apartó de mí y salió de la ducha con los puños apretados y sus parpados cerrados.
Yo no me quedé atrás, salí disparada para tomar el arma y en cuestión de segundos encontrarme junto a Rojo, con el arma apuntando a los lados del pasillo vacío.
Vacío. Todo estaba vacío. Pero, ¿de cuál había provenido exactamente? Y lo más importante, ¿el grito era humano o animal? No pude reconocerlo, pero el sonido era espeluznante: un grito engrosado, rasgado y lleno de dolor.
Las farolas parpadearon, oscureciendo al rededor unos nanosegundos. Volviendo incluso, el panorama más escalofriante como en una película de terror.
— Están ocupados.
— ¿Quiénes están ocupados? — quise saber, sin dejaré de revisar. Otro grito con la misma fuerza corrió por toda mi piel en forma de escalofríos —. ¿Ro-rojo?
Giré para verlo. Él no miraba en dirección a ninguno de los dos corredizos por donde el grito había provenido, sus orbes endemoniados estaban clavados en una habitación.
— ¿Qué sucede? — Me tenía en suspenso, y con el miedo drenando mi sangre. Entorné una mirada a ese lugar, no estaba más que a unos metros lejos de nosotros y con la puerta cerrada—. ¿Hay alguien ahí?
— Hay una serie de temperaturas moviéndose detrás de este bloque.