En el centro de la sala, un adolescente practicaba artes marciales con movimientos precisos y seguros, dignos de un cinturón negro. La figura de quien parecía ser su maestro se perfilaba en la entrada, observando con ojos de admiración.
—¿Quién diría que aquel niño enfermizo podría moverse así? —comentó el maestro, con nostalgia en la voz.
Alex detuvo sus movimientos al notar la presencia de su maestro y respondió. —¿Hum? Profe… bueno, por alguna razón, tengo que esforzarme mucho para tener apenas el mismo nivel de salud que alguien que no hace nada.
El maestro, inspirado, comenzó a darle una lección. —Recuerda que el descanso es importante, Alex. Se necesita equilibrio para...
—¡Ah, sí, sí! No empieces con esas frases de películas, viejo —interrumpió Alex, mezclando cansancio con familiaridad, agotado tanto por el entrenamiento como por las constantes enseñanzas.
Alex se dirigió al vestuario con pasos firmes pero agotados, su cuerpo aún vibrando con la energía del entrenamiento. Al entrar, se despojó del sudoroso uniforme, revelando un cuerpo bien entrenado y marcado por la disciplina. Tras rápida ducha, se puso ropa más casual y recogió su bolso, que contenía su uniforme. Echó un último vistazo a la sala, ahora en silencio, como si aún resonaran los ecos de su arduo trabajo.
Mientras Alex se dirigía hacia la salida, se detuvo un momento para mirar a su maestro con una sonrisa juguetona. —Bueno, profe, parece que he sobrevivido a tu sesión de hoy. Y ni siquiera el gimnasio estaba abierto y aun así me dejaste entrenar.
El maestro sonrió con una chispa de diversión en los ojos. —Solo asegúrate de mantener ese espíritu en tus próximos desafíos. Y recuerda, siempre hay un lugar para ti.
Alex río y, con una mirada agradecida, respondió. —Lo tendré en cuenta. Hasta mañana, profe.
Con un último vistazo a la sala, Alex salió del gimnasio, llevando consigo un sentimiento de gratitud y satisfacción por el entrenamiento. Caminaba por las calles mientras la ciudad despertaba lentamente. El sol comenzaba a asomar, bañando de luz los edificios. Los primeros autos circulaban y las luces de los semáforos parpadeaban, marcando el ritmo de la urbe. Sus pasos resonaban en la acera de concreto, mezclándose con el zumbido de la ciudad que despertaba.
Pasó junto a un hospital imponente con grandes ventanales, donde el ajetreo de médicos y enfermeras era constante incluso a esas horas tempranas. El aroma a desinfectante y el sonido distante de las ambulancias le trajeron recuerdos de tiempos difíciles. Solía pasar largas horas en ese hospital cuando se descomponía en el colegio y su madre no estaba en casa, soñando con el día en que pudiera moverse con libertad.
Los rascacielos se alzaban majestuosos a su alrededor, reflejando el cielo en sus fachadas de vidrio. Una pantalla gigante en la esquina de un edificio mostraba noticias sobre superhéroes: una mujer famosa que combatía el crimen de forma misteriosa y otro titular sobre un joven sin traje que había protegido a alguien en un accidente. Alex se detuvo un momento, observando las imágenes con asombro y desconexión. Aunque su cuerpo se había fortalecido con el tiempo, sentía que la brecha entre él y los héroes era inmensa.
Continuó su camino, pasando junto a un parque donde los primeros corredores matutinos ya estaban haciendo su rutina. Los sonidos de la naturaleza se mezclaban con el ruido distante del tráfico, creando una sinfonía que resonaba en su corazón. Recordó las veces que había observado a otros niños jugar, correr y reír, sintiéndose atrapado en su propio cuerpo frágil. Ahora, cada paso firme que daba era una prueba de su esfuerzo, de su determinación por superar sus limitaciones.
Frente a ese parque, se alzaba su hogar, una casa modesta pero acogedora, con pequeñas ventanas que dejaban entrar la luz del sol matutino. Entró en la casa, dejando atrás el bullicio de la ciudad. Las paredes estaban adornadas con fotos familiares y recuerdos de tiempos felices. La calidez del lugar lo envolvió de inmediato, ofreciendo un refugio de tranquilidad.
—Vieja, he vuelto... —anunció Alex, esperando una respuesta que nunca llegó.
Antes de subir las escaleras hacia su habitación, escuchó un ruido desde la puerta al lado de la escalera que conducía al sótano. Abrió levemente la puerta y vio una luz negra y extraña. Al bajar, encontró una habitación que parecía una biblioteca o un laboratorio, con una esfera en un rincón que no parecía estar en su lugar. La esfera tenía una textura dinámica y rara, con una superficie en constante movimiento. Un suave chirrido acompañaba cada cambio en su forma.
Al mirarla, Alex sintió una extraña profundidad, como si pudiera perderse en su oscuridad. La curiosidad lo atrajo irresistiblemente y, sin pensarlo dos veces, tomó la esfera en sus manos. Al tocarla, sintió una leve vibración, acompañada del persistente chirrido. La brillante aura negra pareció intensificarse, y la atmósfera de la habitación se tranquilizó mientras la esfera caía al suelo, perdiendo su dinamismo y convirtiéndose en gris e inerte. La ropa de Alex también cayó, pero él había desaparecido.