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47.05% El secreto que nos separa / Chapter 8: No se da por vencido

Chương 8: No se da por vencido

[Capítulo 8]

—¿Quién es Luciano, mami? ¿Por qué nos escondemos de él? —preguntaron los niños al ver lo inquieta que se veía su madre. 

Lentamente, Roxana volvió en sí y les acarició la cabeza, sonreía como si todo estuviera bien.

—No es nadie importante. Es solo que siento cierto rencor hacia él. Quiero que ambos se escondan cada vez que escuchen su nombre, ¿sí? 

—De acuerdo, mami —asintieron los niños.

Luego de que la mujer apartara la mirada, los pequeños se miraron con curiosidad. «¿Qué pudo haber sucedido entre mamá y papá? Parece que un gran malentendido». 

Mientras ella continuaba pensando sobre lo que podría sucederle a Magalí, los niños volvieron a hablar:

—Mami, nos fuimos con mucha prisa. Si ese hombre comienza a sospechar, podría revisar las cámaras de seguridad y encontrarnos con facilidad —recordó Andrés. 

Ella se tensó al instante.

—¡Dios mío! Lo olvidé por completo, ¿qué hago? 

«Estaba tan concentrada en huir que olvidé las cámaras. Luciano ya podría estar aquí. No puedo quedarme. Tengo que llevar a los niños a casa ahora mismo». 

Al ver la reacción de su madre, los niños se dieron vuelta para ocultar sus sonrisas y, solo después de que lo hicieron, la consolaron. 

—No te preocupes, mami. Yo me encargaré de esto. —Bautista tomó su portátil y comenzó a escribir en el teclado. En poco tiempo jaqueó las cámaras de seguridad del restaurante y eliminó todas las imágenes—. Terminé. 

Luego de eliminar la grabación, el niño miró a su madre con los ojos brillantes, esperaba con ansias que lo halagara. Después de suspirar aliviada, Roxana abrazó a sus hijos.

—Gracias a Dios que los tengo. Acaban de salvarme. 

Los pequeños eran conscientes de que ella seguía nerviosa, así que dejaron que los abrazara un poco más de tiempo. 

—¿Ya nos vamos, mami? ¿O deberíamos esperar a que salga la tía Magalí? —preguntó Andrés después de que Roxana lo soltara. 

Luego de calmarse, la mujer miró hacia la entrada del estacionamiento vacío.

—Esperemos un poco más. 

Los niños asintieron con la cabeza en respuesta. 

Mientras tanto, dentro del restaurante, Luciano no pudo obligar a Magalí a que confesara, por lo que solo pudo sofocar la hostilidad que surgió dentro de él. 

—Disculpe mi rudeza. Gracias por ayudarme a encontrar a mi hija. Muy bien, ahora nos vamos. Disfrute la comida con sus amigos —dijo de forma distante. Luego, se volvió hacia la niña—. Vamos, Ela. 

Estela hizo una mueca reacia y saludó a Magalí de forma cortés antes de ir con su padre. Luciano arqueó un poco las cejas, pero no dijo nada más, sino que se marchó con la niña y su grupo de subordinados. Después de salir del lugar, intentó llevar a Estela al auto; sin embargo, la niña lo evitó mientras resoplaba. Al verla, Camilo se apresuró a intervenir y se hizo cargo de la situación, luego, el auto se puso en marcha. Sentado en el asiento trasero, Luciano se acercó a su hija y la colocó sobre su regazo. Dado que no tenía a dónde huir, Estela solo pudo dejar que la cargara, aunque continuó su rabieta silenciosa y se negó a mirar al hombre. 

—Dime, Ela, ¿había otra mujer además de la que estaba contigo hace un instante? —preguntó él con dulzura. 

La pequeña lo miró y se enfureció aún más al pensar que esa hermosa mujer la había dejado por culpa de su padre. Luciano le pellizcó la mejilla, divertido al ver que el ceño fruncido de la niña se profundizaba. 

—Ni siquiera estoy enfadado contigo por huir de casa, pero ¿tú sí te enfadas conmigo? ¿No sabes lo preocupado que estaba? ¿Me dirás por qué huiste? 

No obstante, ella apartó la mano de su padre y volvió a voltearse hacia otro lado, ignorándolo. 

«Parece que en verdad está molesta». El hombre frunció los labios de la frustración, sin saber qué hacer.

—No tienes que contestarme si no quieres, pero prométeme que no volverás a huir de casa. —Se volvió hacia Camilo, quien estaba sentado al frente—. Consigue los videos de las cámaras de seguridad del restaurante. 

«Está claro que no se ha dado por vencido». 

—Sí, señor Fariña —respondió Camilo con impotencia. 


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