La luna llena emitía un resplandor inquietante sobre el bosque, su luz pálida filtrándose a través del denso dosel de árboles. El silencio era casi sofocante. Oberón salió de las sombras, su corazón latiendo con fuerza en su pecho. Algo en su interior se sentía mal, una inquietud que no podía sacudirse. Había intentado ignorarlo, pero el impulso se había vuelto abrumador.
La sed de sangre surgía dentro de él, un hambre incontrolable arañando sus entrañas. Necesitaba cazar, hundir sus dientes en la carne y saborear el calor de la sangre. Impulsado por este instinto primordial, trotó hacia el bosque, sin importarle a dónde lo llevaran sus patas. El bosque era un laberinto de sombras y olores, y él seguía su nariz, la promesa de una matanza impulsándolo hacia adelante.