Indira no logro sacarle más información a la recepcionista por más que lo intento, sumar monedas de oro tampoco le dio mejores resultados pese a lo imaginado.
—"Si en verdad no sabes lo que buscas, tu expresión valdrá la pena, cuando lo veas si compartes mi opinión puedes volver y ofrecérmelas de nuevo, con gusto las aceptaré."—, fue lo que dijo la recepcionista que no paraba de reírse.
Finalmente Indira se retiró frustrada y recorrió las calles de la ciudad mientras esperaba que la hora fijada llegase.
Faltando varios minutos Indira llegó a la plaza y para su sorpresa pudo advertir que varios grupos de personas al igual que ella compartían su dirección o ya estaba ahí esperando. Pero su impresión fue mayor cuando advirtió que varias de las personas presentes, ocultas o expuestas a plena vista, tenían un nivel de habilidad avanzando para el estándar de la ciudad. Y, si bien ninguno de ellos representaba una amenaza considerable para Indira, juntos podrían ser una molestia.
Los minutos pasaban y el tiempo esperado se acercaba, en la plaza reinaba un silencio absoluto y todo esto no paraba de intrigar a Indira. Pareciese que una batalla campal estuviera a punto de iniciar, los curiosos y misteriosos individuos, el campo de batalla, una hora fijada, todo tenía pinta de novela heroica.
Conforme los segundos pasaban las miradas de todos se tensionaban, la santa no pudo evitar tocar su espada con el borde de sus dedos y prepararse.
El segundo exacto llegó y de pronto una alegre melodía resonó por la plaza, un tarareo infantil sin más. De pronto, de una esquina un pequeño niño con un carrito de comida que jalaban de una soga avanzaba lentamente.
Todas las miradas de la plaza se centraron en el niño, nadie se movió y el sueñecito congeló la situación. El único indiferente ante la tensión no era otro que el infante.
El pequeño en cuestión, tendría de unos doce o trece años, sus prendas eran simples pero limpias y su cabello era negro como la noche. El carrito era estructura sencilla y de un metal común, sin adornos innecesarios más que un simple cartel se enmarcaba en la parte superior que contenía dos palabras.
Indira no pudo evitar abrir la boca de la sorpresa al ver el título que poseía, "Restaurante Celestial".
En un mundo gobernado por dioses el uso de los términos divinos era delicado, el mal uso o intento de jactarse con ello podría traer al propietario serios problemas. Por ejemplo, si una escuela marcial se llamase "Espada Divina" y la voz se corriera, no pasaría mucho antes que diferentes escuelas versadas en el arte de la espada los visitasen con la finalidad de retarlos y destruir su honor. Claro que esto no significaba que si la escuela tuviese la fuerza necesaria para defender su título pudiera conservarlo. Una clara muestra de ello era que
a lo largo del mundo habían varias organizaciones y lugares que ostentaban títulos divinos. Pero, como bien decía el refrán, siempre hay un cielo sobre el cielo y un hombre sobre otro hombre, nadie en su sano juicio osaría clamar el título del más fuerte y por ende, a excepción de algunas potencias, el uso de títulos divinos o palabras jactanciosas era algo muy raro.
Al ver el título del carro de comida del niño, la santa no pudo evitar pensar cómo no había sido obligado a cambiarlo por los demás restaurantes de la ciudad dado que la única palabra que se le ocurrió para describir el título ese momento, fue pretensioso.
El niño parecía no sentir la atención de todos los presentes y durante unos minutos rodeó la plaza buscando un buen lugar, debajo de la sombra de un árbol y donde la brisa corría ligeramente, el niño paró. Saco del carrito un blanco mandil que se puso y una gran sartén, encendió la hornilla, empezó a cortar rápidamente con un cuchillo los ingredientes mientras por segundos iba sacando el arroz y una salsa negra.
Indira observaba incrédula como la mirada de todos los presentes continuaban en el niño, sin embargo, no se movió y permaneció atenta.
Cuando el aceite estuvo caliente el niño colocó el arroz con los demás ingredientes y empezó a mover la sartén con habilidad. El contacto de los ingredientes con el aceite hirviendo genero que un delicioso olor invadiera la plaza lo que hizo que los ojos de Indira se abrieron como platos, asimismo, al sentir el olor su letárgico estómago despertó y dio un imponente un rugido.
El estómago de Indira era el estómago de la santa, es decir, un estómago santo..., un estómago que había probado las delicias y exquisiteces que los chefs imperiales y más famosos del reino y reinos extranjeros pudieron ofrecerle, preparados con ingredientes de la mejor calidad e incluso algunos ingredientes mágicos.
¿Como era posible que un niño en un carrito de comida ambulante podía estimular el estómago santo de tal manera?
Pero cuando estaba distraída con tantas preguntas que rondaban por su cabeza, advirtió que los presentes empezaba a a moverse lentamente hacia el carrito formando una larga fila de espera.
Indira quedó estupefacta, ¿Acaso todos estos sujetos venían a comer en el carrito del niño?
Tras pensarlo, decidió probar la comida, avanzó rápidamente hacia el carrito sin pensarlo cuando a unos metros, una intenta aura asesina se dirigió a su espalda, si bien no era fuerte era densa como si de un ejército o una jauría se tratase, rosando el dedo con su espada voltio rápidamente para observar que todos los presentes la miraban furiosamente.
—"¿Ah?"—, no pudo evitar exclamar Indira.
—"Haz tu cola muchacha, o sentirás el filo de mi espada."—,dijo gruñendo un hombre calvo con una gran espada en su espalda.
—"Estos jóvenes de hoy en día, ya no conocen modales."—, dijo otro anciano de aspecto débil mientras jugaba con su larga barba, aunque el aura que emanaba podía poner los pelos de cualquier guerrero en punta.
Indira no pudo evitar suspira y sonreír incómodamente, lentamente avanzó hacia el final de la fila y espero pacientemente.
Los minutos pasaron y finalmente el niño empezó a servir, las caras de felicidad empezaron a brotar, Indira no pudo evitar pensar en lo raro del suceso, ver a hombres fornidos, gordos adinerados, ancianos misteriosos y mujeres hermosas sonriendo como niños por un plato de comida, era raro.
Finalmente tras varios minutos llegó el turno de Indira, la Santa había ya previsto tras una detallada evaluación de los clientes que el pago consistía en 2 monedas de oro. Primero, Indira había pensando que era una locura, dos moneda de oro equivalía a aproximadamente a un año de trabajo de un campesino, si es que la cosecha era buena y delante de ella una cola de más de 40 personas pagaba sin rechistar dos monedas por un pequeño plato de arroz. Pero luego, al ver llegar su turno, no pudo evitar que la baba empezara a salir de su boca teniendo al frente el misterioso manjar, cada grano de arroz frito parecía de hecho oro, los dorados pedazos de la tortilla de huevo parecían contener el sol ardiente del firmamento y la carne con las verduras contenían la esencia del mundo.
Indira se llevó las manos a la boca y miró al niño que acababa de crear esa obra de arte, el niño le devolvió la mirada y levantó una ceja curioso, —"Hermana, nunca te había visto, ¿Eres nueva por acá? Sería una moneda de oro por ser tu primera vez, estoy acá todos los días a la misma hora, puedes volver cuando quieras."—, dijo sonriendo alegremente.
En ese momento Indira entendió la tranquilidad del niño, con esa comida y dichos clientes, levantar la mano al niño será ofender a todos los expertos y poderes de la ciudad. Era muy probablemente que esto hubiera ya ocurrido antes, por ello era que todos los presentes parecían tan tensos al momento de la comida, entre todos se controlaban y bloqueaba impidiendo que se establezcan un monopolio sobre el niño, permitiéndoles a todos disfrutar la comida continuamente.
Indira asintió rápidamente y salió de la cola al sentir la presión de los clientes que esperaban su turno, buscó una banca tranquila y empezó a comer.
La comida brillaba y emanaba una hermosa aura, Indira estaba segura que los materiales no podían ser comunes,como sino un arroz frito podría billar. Pero, ¿como un niño tan pequeño podía conseguir ingredientes mágicos? ¿Tendría un maestro? ¿Podría ser el niño el héroe profetizado? Alguien debía estar respaldándolo.
Pensamientos confusos divagaban por la mente de Indira tratando de conectar y vincular su misión y las palabras de la diosa suprema, cuando tras una acción instintiva su lengua sintió la comida que se había llevado a la boca.
En ese momento una flagrancia inundó su alma y asaltó su sentido del gusto, la combinación del los hermosos granos con la tortilla y las carnes crearon una explosión en su boca como nunca había sentido.
—"Oh por Dios, ¿como es posible que un arroz frito sea tan delicioso?"—, exclamó con aún comida en la boca. Instintivamente quiso llorar de alegría.
Totalmente inmersa en su comida empezó a devorar velozmente el manjar divino que se encontraba delante suyo sin poder parar.
—"Nom, nom..."—
Su cara estaba casi dentro del plató y en su hermoso rostro varios granos de arroz habían montado guardia.
—"Delicioso!"—, exclamó al terminar el plató, no dejando ni un solo arroz libre de su casería. Sin embargo, Indira no pudo evitar querer más, aunque siendo una dama y cuidado su figura siempre había comido porciones pequeñas, esta era una de las pocas veces en las que no se sentía satisfecha.
Voltio a ver la cola que poco a poco iba llegando a su fin y rápidamente se acercó para volverse a formar. No obstante, al llegar el fornido hombre delante suyo la miró y sonrió, —"El dueño no sirve segundos platos, por más dinero que le ofrezcas. Sino hace rato que hubiéramos comprado todo su stock."—
Indira se llevó las manos a la boca horrorizada, ¿Acaso debía esperar un día entero para volver a probar otro pequeño plato?
Imposible, no había forma, luego de probar dicha comida era inaudito que comiera en otro lugar y menos esperar...
—"UN MOMENTO!"—, sonrió maliciosamente.
—"El niño debe ser el héroe, no hay duda alguna. Y conforme a las instrucciones de la filosa suprema DEBO entrenarlo y guiarlo. Lo que conlleva a que DEBEMOS viajar juntos y DEBERÁ seguirme por su seguridad."—, rio diabólicamente como nunca antes una santa lo había hecho.
Pero cuando Indira se acercaba directamente al niño a darle la maravillosa noticia, un hombre inmensamente gordo se interpuso en su camino y mirando al niño dijo, —"Alista tus cosas muchacho, te vienes conmigo."—