Islinda no podía permanecer enojada con Isaac para siempre porque tan pronto como tiró de las grandes puertas dobles de la biblioteca, el aliento se le escapó de los pulmones. Debía haber entrado al cielo.
La biblioteca era cautivadora y sorprendente ya que un etéreo resplandor de suave luz del sol titilante entraba a través de las numerosas ventanas. Era vasta y el estante que estaba hecho de cristales se alineaba a lo largo del pasillo y se extendía, casi llegando al techo.
Islinda tuvo que estirar el cuello para estudiar la longitud del estante, tragando saliva. ¿Cómo esperaban que sacase el libro que necesitaba de esa altura? No era precisamente un mono. Sin embargo, Islinda se dio cuenta de que esta biblioteca estaba hecha para un Fae, no para un humano y apostaba a que tenían una forma especial de conseguir el libro que necesitaban.