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Anne salió de su habitación y se dirigió al salón principal. Los guardias apostados afuera le lanzaron miradas inquisitivas, pero nadie la detuvo. Aún era la compañera de Damien, y a pesar de la tensión que giraba en torno a la manada, eso le otorgaba un nivel de respeto que incluso Liana no podía arrebatarle.
Cuando entró al grandioso salón, sus ojos se posaron en Alfa Falcon. Estaba sentado junto a la chimenea, con los hombros anchos relajados, aunque su presencia dominaba la habitación. Se veía robusto; las líneas de su rostro acentuadas por años de liderazgo y batalla. Sus ojos oscuros, agudos y calculadores, se desplazaron hacia ella al entrar.
—Alfa Falcon —saludó Anne, con voz firme a pesar de la energía nerviosa que la recorría. Inclinó levemente la cabeza en señal de respeto.