—¡Devuélvelo! —la voz de Annie resonó, cruda y desesperada, mientras extendía la mano hacia Damien. Su corazón latía fuerte en su pecho, sus manos temblaban al verlo sosteniendo a Ryan, meciéndolo.
El rostro de Damien era frío, una cruel sonrisa asomaba en la esquina de sus labios. —¿De verdad pensaste que una medio-mestiza como tú podría ser mi pareja? —Su voz estaba llena de desdén, cada palabra como un puñal en su corazón—. Tú no perteneces aquí, Annie.
—¡No! —gritó ella, lanzándose hacia adelante, pero una fuerza invisible la arrojó hacia atrás. El aire a su alrededor parecía espesarse, asfixiándola mientras el mundo se volvía borroso. Los lobos a su alrededor, miembros de la manada que alguna vez pensó que podría llamar familia, estaban mirando, juzgando. Sus ojos eran fríos, carentes de empatía.