Damien estaba aquí.
Ella se apretó la espalda contra la puerta, intentando calmar su respiración, pero su mente corría. ¿Cómo la había encontrado? Después de todos estos años, después de todas las precauciones que había tomado, ¿cómo había logrado rastrearla?
Sus manos temblaban mientras tomaba una manta de la cama y se envolvía en ella.
—Cálmate, Anne —se susurró a sí misma, cerrando los ojos y tomando una respiración profunda—. Él no te vio. No sabe que estás aquí.
Pero las palabras reconfortantes hicieron poco para aliviar la tensión que se arremolinaba en su pecho. El aroma de Damien había estado tan cerca, tan abrumador, que casi había sacado a su lobo a la superficie. Si no hubiese girado y corrido en el último segundo, él podría haber captado su olor, y todo habría terminado.