En un instante, Ni Yan cortó un par de hermosos recortes de papel para decorar ventanas, más exquisitos que los que se compran en la calle.
Mo Qishen exclamó sorprendido:
—¡Yangyang, eres realmente asombrosa!
—¿Quieres aprender? Puedo enseñarte. —Ni Yan lo miró levantando la cabeza.
—Vale. —Mo Qishen asintió, su obediencia parecida a la de un gran perro atónito, muy lejos de su comportamiento habitual.
Ni Yan le entregó un par de tijeras:
—Primero, dobla el papel rojo como lo hice yo, y luego córtalo así...
Su voz era clara y melodiosa, transmitiendo una suavidad reconfortante. Sin embargo, Mo Qishen no podía concentrarse para nada en la tarea de recortar papel. Deseaba poder doblarla y esconderla en su bolsillo, lejos de la mirada de cualquier otra persona.
Así que, cuando todos los pasos se completaron, el recorte de papel de Ni Yan formó un conejito de aspecto vivaz, mientras que el de Mo Qishen era solo un desordenado pedazo de papel rojo.