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85.18% Los viajes de Alaric / Chapter 23: La Ira del Imperio y el Castigo de la Traición

Chương 23: La Ira del Imperio y el Castigo de la Traición

En la densa selva del Imperio Dominitiano, Mytravael y Zulikiga se encontraban en una reunión estratégica. El aire estaba cargado de tensión, y el sonido de la naturaleza parecía opacado por la seriedad de su conversación.

De repente, un mensajero irrumpió en la sala, su rostro pálido y agitado.

—¡Señores, noticias urgentes! —dijo el mensajero, jadeando—. Los oftalmolecusanos han desembarcado en nuestras costas. Están invadiendo nuestras tierras.

El rostro de Mytravael se enrojeció de furia al escuchar la noticia. Se levantó de su asiento con rapidez, su expresión marcada por la ira.

—¡No lo puedo creer! —exclamó—. ¿Cómo se atreven a invadirnos?

Zulikiga, también preocupado, miró a Mytravael.

—Debemos actuar de inmediato. No podemos permitir que nuestro territorio sea tomado. Prepararemos nuestras tropas y repeliremos a los invasores.

En un frenético esfuerzo, Mytravael y Zulikiga movilizaron a sus fuerzas. La batalla que siguió fue feroz y agotadora. Los guerreros dominitianos lucharon con valentía para proteger su tierra, enfrentando a los oftalmolecusanos en una serie de intensos enfrentamientos. Finalmente, lograron forzar a los invasores a retirarse, devolviendo temporalmente la paz a las tierras dominitianas.

El Explorum Nova Tevra había atracado con dificultad en las costas del Imperio Dominitiano. La tripulación, exhausta y preocupada, desembarcó rápidamente. Alaric, al frente del grupo, se dirigió al templo donde esperaba encontrar a Mytravael y Zulikiga. Sin embargo, en lugar de una recepción amistosa, fueron rodeados por soldados dominitianos, que los apresaron sin mediar palabra.

—¡Dejadme ir! —gritó Alaric mientras lo arrastraban por los pasillos del templo—. ¡Soy Sir Alaric Stormwind, vengo en son de paz!

Los soldados, implacables, lo empujaron hasta que cayó frente a Mytravael, que lo observaba con una mezcla de furia y decepción.

—¡Traidores! —espetó Mytravael, su voz resonando en la sala—. Vienen en son de paz, y luego nos atacan. ¿Qué clase de engaño es este?

—¡No sé de qué hablas! —respondió Alaric, confuso—. ¡Yo no he ordenado ningún ataque!

Pero Mytravael no quería escuchar. Con un gesto brusco, ordenó que Alaric fuera encarcelado.

Lo llevaron a una oscura celda de piedra, cerrando la pesada puerta tras él. Alaric, atrapado y desesperado, empezó a reflexionar sobre la traición que lo había puesto en esa situación. El sonido de los pasos de los soldados alejándose resonaba en su cabeza como un eco de su impotencia. Pasaron unos minutos en silencio, y la frustración se apoderó de él.

Finalmente, Alaric decidió que no podía quedarse allí sin hacer nada. Se levantó y llamó con fuerza a uno de los guardias que custodiaban la celda.

—¡Por favor, escúchame! —exclamó, golpeando las gruesas barras de hierro—. No soy un traidor. ¡Déjame hablar con Mytravael antes de que sea demasiado tarde!

Uno de los soldados, tras dudar un momento, se acercó, su rostro lleno de incertidumbre. Algo en la desesperación de Alaric parecía genuino.

—¿Qué quieres decir? —preguntó el guardia, mirándolo con recelo.

—Hay algo que Mytravael debe saber —dijo Alaric, bajando la voz para enfatizar la urgencia—. No soy yo el responsable de este ataque. ¡Es el ejército realista de Oftalmolecusamp! No saben lo que está ocurriendo, ¡pero Mytravael tiene que saber la verdad!

El soldado, después de un tenso silencio, asintió lentamente. Sin perder tiempo, salió a informar a Mytravael. Poco después, la puerta de la celda se abrió y Mytravael, con el rostro aún tenso, apareció acompañado de dos soldados más.

—Habla, oftalmolecusano —ordenó Mytravael, mirándolo fijamente—. Este es tu único momento para explicar.

Alaric respiró hondo y comenzó.

—El ataque que sufriste no fue una orden mía —dijo, sin apartar la mirada de Mytravael—. Fue el ejército realista de Oftalmolecusamp, enviado sin mi conocimiento. Kyllia I ha sido cegado por la ambición. No me dijo nada de sus planes. Cuando me enteré, vine lo más rápido posible para detener esto, pero… llegué tarde.

Mytravael lo observó en silencio, procesando sus palabras. La tensión en la sala era palpable.

—¿Y cómo podemos saber que no mientes otra vez? —preguntó Mytravael, con tono desconfiado.

Alaric sacudió la cabeza con frustración.

—Si quisiera mentir, ¿por qué arriesgaría mi vida para venir hasta aquí, solo y vulnerable? Podría haberme quedado al margen, pero estoy aquí para detener una guerra. Tú me conoces, Mytravael. No busco destrucción, sino paz.

Hubo un momento de silencio. Los ojos de Mytravael buscaron los de Alaric, como intentando leer su alma. Finalmente, tras unos segundos eternos, asintió.

—No confío completamente en ti, pero… tus palabras tienen sentido. Habrá una reunión con Zulikiga para decidir qué hacer a continuación.

Mytravael se dio la vuelta, señalando a los soldados para que liberaran a Alaric de la celda. Mientras lo escoltaban hacia el exterior, Alaric sentía que, aunque estaba lejos de estar a salvo, al menos había logrado plantar una semilla de duda en la mente de Mytravael. Ahora todo dependía de lo que sucediera en la próxima reunión con los líderes dominitianos.


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