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88.88% Los viajes de Alaric / Chapter 24: La Caída de los Imperios

Chương 24: La Caída de los Imperios

El aire estaba cargado de tensión. Alaric y los líderes dominitianos, Mytravael y Zulikiga, se preparaban para lo inevitable. A pesar de las palabras de paz, la realidad del conflicto ya estaba sobre ellos. Desde lo alto de las colinas que rodeaban Atalcoa, los guerreros dominitianos observaban cómo el ejército realista de Oftalmolecusamp se acercaba, imponente y aterrador.

—No estamos preparados para esto... —murmuró Mytravael, su rostro sombrío mientras observaba el horizonte.

El ejército realista era una visión apabullante. Miles de hombres vestidos con brillantes armaduras metálicas, alineados con una precisión escalofriante, portaban rifles cargados, mientras marchaban como una máquina de guerra bien engrasada. En contraste, los guerreros dominitianos y tihuahenses, con sus arcos, lanzas y cuerpos desnudos, no tenían ni la mitad del equipo ni la organización. Sus armas, aunque eficaces en otras batallas, parecían obsoletas frente al poder de fuego y la estrategia militar de Oftalmolecusamp.

Zulikiga, quien había sido un líder orgulloso y lleno de vigor, compartía la misma mirada de resignación que su amigo Mytravael. Sabían lo que venía.

—Esto no es una batalla justa —dijo Zulikiga en voz baja, mirando a Alaric—. Esto es una masacre.

Alaric no podía hablar. Sentía un nudo en la garganta, sabiendo que no había podido detener el desastre. Su mirada iba del ejército realista a los guerreros dominitianos, todos con un aire de valentía que no merecían tal destino.

El sonido de los rifles rompiendo el aire fue el preludio del caos. Las primeras descargas cayeron sobre las filas de los dominitianos y tihuahenses, que avanzaban valientemente con sus lanzas y arcos, pero cayeron como hojas ante el viento. A pesar del coraje con el que combatían, el resultado estaba predeterminado. No importaba cuántos disparos lanzaran los realistas, siempre habría más refuerzos, más soldados listos para tomar sus lugares.

—¡Aguanten! —gritó Mytravael, tratando de mantener la moral alta, aunque sus propias manos temblaban al sostener su lanza.

—¡Por Atalcoa! —se escuchó otro grito desde las filas, mientras los dominitianos corrían hacia el enemigo, lanzando flechas y lanzas que apenas llegaban a las filas de soldados realistas.

Los disparos continuaron y el sonido de los rifles retumbaba en todo el valle. Alaric, que se encontraba en un lado de la batalla, contemplaba con horror cómo su nación, cegada por la codicia, estaba destruyendo a dos grandes civilizaciones.

Tras horas de combate, la batalla terminó, pero no fue una victoria honorable. Las fuerzas de Oftalmolecusamp, con su avanzada tecnología, habían aplastado a los ejércitos dominitianos y tihuahenses. Las tierras estaban cubiertas de cadáveres, y la sangre se mezclaba con la tierra.

El silencio que siguió a la batalla era aún más perturbador que el propio combate. Mytravael, con el rostro cubierto de polvo y sangre, contempló el campo de batalla. Sabía que todo había terminado. Alaric se acercó a él, su corazón lleno de dolor.

—Lo siento... —susurró Alaric, con la voz quebrada—. No era esto lo que quería.

Mytravael, sin mirarlo, respondió en un tono que parecía vacío.

—No es tu culpa, Sir Alaric... Es la naturaleza humana. Siempre buscando más, siempre hambrientos de poder. Y ahora, todo lo que hemos construido, todo lo que hemos protegido, está en ruinas.

Con un gesto solemne, Mytravael dio una última orden a sus hombres.

—Borrad los caminos. Nadie debe encontrar Atalcoa —dijo, con la voz rota pero firme—. Que nuestra capital se pierda en la selva, que el legado de nuestra gente quede protegido en las sombras de la historia.

Zulikiga, herido pero de pie, asintió en silencio. Sabía que debía hacer lo mismo.

—Haré lo mismo con Naltea —dijo Zulikiga—. Los tihuahenses también desapareceremos de los mapas, y solo quedaremos en las leyendas.

Así, los pocos supervivientes de los dominitianos y tihuahenses comenzaron a borrar los rastros de sus civilizaciones. Los caminos hacia Atalcoa y Naltea fueron destruidos, y las capitales, llenas de riqueza y cultura, se perdieron en la densa vegetación. Lo que una vez fueron grandes imperios, ahora solo serían recuerdos en las mentes de aquellos que lucharon por protegerlos.

Alaric, destrozado por la culpa y el dolor, regresó a su barco, sabiendo que nunca podría borrar las imágenes de esa batalla. Mientras navegaba de vuelta a Oftalmolecusamp, se juró a sí mismo que haría todo lo posible por preservar la memoria de Mytravael, Zulikiga y los imperios que su reino había destruido por la codicia de un rey cegado por el oro.


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