Las piezas que había puesto en movimiento debían seguir desarrollándose. La humanidad, ahora consciente de su potencial, comenzaba a dar sus primeros pasos en este vasto y peligroso mundo. Los humanos eran volubles, y su sed de poder, una vez despertada, no tenía límites. Ian lo sabía bien. Ellos seguirían comprando, seguirían cultivando, y con cada intercambio en el sistema de defensa de la Tierra, él también se volvería más fuerte.
Las ganancias que obtenía a través de las transacciones en el sistema eran sustanciales, pero no se trataba solo de los puntos energéticos. El verdadero plan de Ian era mucho más profundo. Cada arma, cada técnica y cada método de cultivo que los humanos compraban eran fragmentos de poder que él podía controlar. El sistema estaba diseñado para alimentar sus propios avances, a medida que la humanidad avanzaba en su lucha por la supervivencia y el poder.
Pero había algo más que lo preocupaba. A pesar de su deseo de regresar al infierno interdimensional, su crecimiento había sido demasiado rápido. Su cultivación, aunque poderosa, necesitaba estabilidad. Sabía que, para mantener el equilibrio en su propio poder, debía consolidar sus avances antes de buscar más. No quería arriesgarse a perder el control o a que su base se volviera inestable.
Dejó escapar un suspiro mientras se levantaba de la silla y observaba la vasta red de información que Nagios le mostraba. La Tierra estaba cambiando rápidamente, y su plan estaba funcionando mejor de lo que esperaba. Sin embargo, ahora era un momento crucial para decidir sus próximos movimientos.
"Nagios", dijo, su voz resonando en la habitación silenciosa, "teletranspórtame al último piso de la torre".
Ian sabía que debía quedarse en la tierra por un tiempo para consolidar su verdadera fuerza ya que había aumentadosu fuerzasin estabilidad. Por ahora, él se quedaría, observando, consolidando su poder y esperando el momento adecuado para regresar al infierno. Los humanos debían hacerse más fuertes, pero Ian también debía prepararse.
Al llegar al piso 100, Ian sintió un calor sofocante que lo envolvía por completo. Frente a él se extendía un paisaje infernal, un volcán gigantesco con ríos de lava que recorrían sus laderas. El aire estaba cargado de energía mágica y espiritual, casi como si cada respiración lo llenara de poder. Este lugar, diseñado para ser la prueba final de los humanos, no era un simple reto, sino una auténtica pesadilla.
Los monstruos que habitaban este piso eran criaturas imponentes, sub-dragones enormes que, aunque carecían de alas, llevaban en su sangre una pisca de los dragones ancestrales. Sus escamas brillaban con un resplandor rojizo, como si la lava misma corriera bajo su piel. Todos estos seres estaban en la etapa 3 inicial e intermedia, su presencia emanaba una fuerza abrumadora, suficiente para desatar el pánico en cualquier humano que se atreviera a enfrentarlos.
Sin embargo, lo que más llamaba la atención de Ian era el jefe de este nivel. Una bestia majestuosa, con la apariencia de un. Wyrms gigantesco, pero con alas poderosas que batían el aire caliente con furia. Este ser se encontraba en la etapa 3 final, su aura era abrumadora, y su poder superaba por mucho al de los sub-dragones que lo rodeaban. Esta criatura era, sin duda, la prueba final, el obstáculo supremo que los humanos tendrían que vencer para completar la torre.
Ian, observando la escena, sintió una mezcla de admiración y expectativa. Este lugar estaba diseñado para ser la culminación de la torre, el último reto antes de que los humanos pudieran acceder al infierno interdimensional. Sin embargo, para él, todo esto no era más que una representación vacía. Era el dueño de la torre, y los monstruos ni siquiera podían verlo. Sus pasos eran silenciosos, invisibles a los ojos de las criaturas que rugían.
"Así que esta será su última prueba..." murmuró Ian para sí mismo, mientras observaba cómo la lava caía lentamente por las rocas, iluminando el suelo. Sabía que, cuando los humanos llegaran a este punto, estarían enfrentando su mayor desafío hasta la fecha, pero también que sólo los más fuertes y valientes lograrían superar esta etapa.
Ian se acercó lentamente al portal en el centro del piso 100, donde la energía espiritual se filtraba mas intensas corrientes. Lleno de una energía que podía sentirse en cada fibra del cuerpo. Él sabía que este lugar era perfecto para fortalecer su cultivo templarlo, y no había mejor momento para aprovecharlo. Mientras la lava brillaba a su alrededor, sacó a sus esclavos de alma.
Los seres, fieles a su dueño, emergieron de la oscuridad: el lobo, el mono, la avispa reina, el goblin brujo Tarek, y el resto del ejército de criaturas. Ian, tranquilo y con la seguridad de que todo estaba bajo su control, les dio una simple orden:
"Exploren como quieran el piso, hagan lo que deseen... pero no maten a los monstruos.
Las criaturas, obedeciendo a su amo, se dispersaron, explorando cada rincón de este infernal paisaje. Ian, por su parte, se sentó cerca del portal, en un área donde la energía espiritual fluía más intensamente. Sacó algunas herramientas de su inventario personal: un cojín de cultivo especial y una pequeña mesa donde colocó varios objetos cómodos para la meditación.
Antes de sumergirse por completo en su práctica, llamó a Tarek.
"Tarek, me voy a recluir. Este lugar es totalmente seguro. Puedes hacer lo que quieras, explorar el piso como gustes, pero recuerda, no maten a los monstruos y no bajen de este nivel."
Tarek asintió con respeto. "Entendido, amo. Cuidaremos el lugar mientras te dedicas a tu cultivo."
Con esas palabras, Ian cerró los ojos y comenzó a absorber la energía espiritual que lo rodeaba. El flujo era denso, potente, y su cuerpo, ya acostumbrado a absorber esta energía, empezó a fortalecerse casi de inmediato. Cada inhalación era como una ola de poder que llenaba su ser. Este piso, diseñado para ser la prueba final para los humanos, era para Ian una fuente de energía pura.
Mientras sus esclavos de alma exploraban el piso, Ian se sumergía cada vez más en su meditación, dejando que el poder que fluía del infierno por el portal llegara a el, sin preocuparse por nada más que su propio crecimiento.