Oberón todavía estaba rumiando sobre lo que el anciano le había dicho, estaba decidido a encontrar a su hijo pero por ahora tenía que tomar asuntos en sus propias manos.
Regresó al palacio, manteniendo una cara seria, cuidando no mostrar tonterías emocionales frente a ellos.
—Les mostraré lo que realmente significa engañar a nadie menos que al rey —se dijo a sí mismo.
Caminó hacia el palacio tan silenciosamente como había salido en primer lugar.
Al llegar a la sala de estar, vio a Selena de rodillas, su rostro húmedo por las lágrimas.
Él rodó los ojos sarcásticamente. —Tú... ¿qué haces de rodillas?
Ella sollozó. —Oberón —lo llamó.
—No te atrevas a decir mi nombre, es mi señor para ti —dijo él, sus ojos ardían pero su voz era tranquila.
—Mi señor —sollozó ella—. Juro, puedo explicar.
—¿Explicar exactamente qué? ¿Explicar tu error?
Ella negó con la cabeza. —No es lo que piensas, lo prometo, puedo explicarlo.