—Siempre hemos sido distintas. Esto no es emocionante para mí —dijo Anna, quedando confundida sin comprender qué tenía de especial el campo. Podrían haber muchos insectos presentes solo esperando tocarlas.
—Es porque te quedas sentada sin hacer nada. Ven conmigo —dijo Rosa, levantándose mientras una idea la iluminaba—. Podemos correr.
—No somos niñas, Rosa. ¿Y si alguien nos ve correr como si hubiésemos perdido el juicio? —intentó Anna esconderse detrás de su madre.
—No hay nadie más que las criadas y los guardias. Debes acompañarme —dijo Rosa, tomando las manos de Anna para levantarla—. No será divertido si no estás a mi lado.
—Madre —se quejó Anna pero permitió que Rosa la levantara—, Rosa, si me caigo deberás quitar cada brizna de hierba de mi cabello y no te lo perdonaré si algún pretendiente me ve así.
Rosa ignoró la advertencia de Anna y la arrastró más al campo para correr entre las flores. Escuchó a Anna riendo detrás de ella a pesar de no gustarle la idea al principio.