"Mi destino no es pelear contigo,
mi destino es pelear por ti."
Desde que puedo recordar, nunca me he interesado lo suficiente por otra persona que no sea yo. Nunca me importó tener una familia, amigos o pensar en una novia. Gracias a mi madre y su obsesión con mi padre yo no tenía la posibilidad de amar, alguien nacido bajo los efectos de la Amortentia nunca podría conocer el amor.
Lo único que me quedaba era el poder, la vida eterna, liderar un mundo libre de aquellos impuros que no merecían algo tan maravilloso como la magia; dejar de ocultarnos de los muggles, seres tan inferiores pero que siempre habían logrado que vivamos ocultos.
Todo cambió el día en que conocí a Ainhoa en aquella librería del Callejón Diagon. Tan compleja, tan inteligente, con un carácter de los mil demonios y un espíritu inquebrantable.
Todo había comenzado como una atracción física, luego fue una mezcla de odio con algo que no podía identificar. Quería matarla con mis propias manos por siempre estar metida en medio de mis asuntos, quería lastimarla hasta que suplicara piedad por siempre frustrar mis planes; pero las cosas fueron cambiando, sin si quiera pensarlo me encontraba siguiéndola por el castillo y tratando de meterme en su mente todo el tiempo.
Ainhoa no tiene nada especial, es una hechicera más con un apellido perteneciente a una familia poderosa. La típica ojiverde de cabellos cobrizos y que ríe con sus amigos por todos los rincones del castillo, pero cuyos ojos esconden miles de secretos. Siento que, si quizás ella no me hubiera odiado desde el primer instante en que me conoció, no hubiera sentido tanta curiosidad por ella.
Su mente era una maldita fortaleza impenetrable, me obsesioné con ella, debo admitirlo. Un día nos estábamos retando con la mirada en clase de pociones, otro día ella me apuntaba con su varita, al otro nos encontrábamos peleando en medio de un pasillo. Podía herirla, podía levantar mi varita contra ella para lastimarla o retenerla, pero ni si quiera por broma podía pensar en matarla.
Las cosas fueron empeorando, la quería para mí en todo momento. Quería que todas sus sonrisas fuesen para mí, que el idiota de Dolohov no la tocara, quería matar al asqueroso león de Potter. Entonces lo entendí después de la maldición de Grindelwald. Amaba a Ainhoa como nunca había amado a nadie, como creí que nunca podría amar a alguien.
Yo Lord Voldemort, había olvidado mis planes por una chica, había dejado todo por ella. A mí que nunca me había importado si alguien vivía o no, me encuentro aquí en la enfermería de la escuela rogando porque Madame Anabela le salve la vida a Ainhoa.
Yo que siempre le tuve miedo a morir, solo puedo pensar en que si Ainhoa deja este mundo solo es eso lo que quiero; porque después de Ainhoa Grindelwald, ya no existe nada y nada volverá a tener sentido nunca más.
Maldigo la hora en que tuvo que aparecer en mi vida, ella con su espíritu inquebrantable y su cerebro digno de mi admiración. Sin Ainhoa hay una parte de mí que desaparecerá y no sé qué tan fuerte sea este vínculo, solo sé que ella es necesaria para mí, sin ella ya no puedo vivir.
Al final del cuento el lobo se enamoró de caperucita, un lobo tan idiota, amando a la única persona capaz de destruirlo aprovechando que es su única debilidad.
Siento frío, un frío que me cala hasta los huesos. Escucho voces que se confunden entre ellas, pero que se pierden en un murmullo lejano. Froto mis antebrazos para entrar en calor; pero es en vano, el frío persiste y hasta podría jurar que va en aumento. Busco con la mirada algo familiar a mi alrededor, pero hacia donde dirija la vista solo hay oscuridad y vacío.
-Ainhoa, es hora de que recuerdes. – Me sobresalto al escuchar esa voz, una voz suave y fina. Busco desesperada de donde proviene. Delante de mí aparece una luz blanca tan potente que me obliga a cerrar los ojos al sentir que me lastimaba la vista.
- ¿Qué se supone que tengo qué recordar? – Intento abrir los ojos, pero no puedo debido a la intensidad de la luz.
-Tienes que recordar. No saldrás de tu mente hasta que no recuerdes al menos a tu hermano. - ¿Hermano? Yo nunca tuve un hermano. – Sí lo tuviste, tienes que recordar. Ainhoa, tu destino y el de Riddle está escrito; pero para salvarlo tienes que recordar quién eres en verdad.
- Dímelo tú que pareces saber mucho, yo nunca tuve un hermano. – La cabeza comienza a dolerme, como si me la estuvieran partiendo en dos.
-No puedo ayudarte. Tienes que recordar tú misma quién eres, todo depende de ti. Mucha gente depende de ti Ainhoa, recuerda. – A medida que ella habla, mi dolor de cabeza se intensifica. Llevo mis manos a sostener con fuerza mi cabeza, el dolor es insoportable, comienzo a gritar con todas mis fuerzas y me dejo caer de rodillas sintiendo que no podré sostenerme más tiempo de pie. - Recuerda Ainhoa, recuerda. - Siento como el dolor rompe cada protección que hay en mi cabeza, duele demasiado, el dolor es insoportable. Abro los ojos por instinto buscando ayuda, pero me doy cuenta de que estoy totalmente sola.
Escucho voces a lo lejos que poco a poco comienzan a escucharse más y más altas, gritos que no se entienden y que solo empeoran mi dolor de cabeza. mi cuerpo comienza a ceder, el dolor es demasiado para seguir soportándolo, me dejo ir.
Una tenue luz se filtra por mis párpados y después de un momento logro abrir por completo los ojos. Me encuentro en medio de una habitación, por un momento me embarga un sentimiento de familiaridad, me levanto del suelo y busco algo a mi alrededor que me pueda ayudar a saber dónde estoy.
Por la decoración puedo percibir que es la habitación de una chica. Una cama con doseles y a los pies un baúl, un armario, un escritorio y un pequeño librero. Me acerco a uno de los veladores que hay al lado derecho de la cama, sobre él un sobre con mi nombre escrito en una perfecta caligrafía. Cuando estoy por abrirlo, la puerta se abre de golpe, no puedo evitar sobresaltarme y busco mi varita sin éxito.
- Maldita sea. – Murmuró. Me quedo inmóvil en mi lugar, la chica es idéntica a mí, camina de un lado a otro por la habitación. Al parecer no se ha percatado de mi presencia- ¿Qué hago? – Su voz denota preocupación y se le ve cansada, mira el sobre que hay en el velador y lo toma. Sin abrirlo lo hace pedazos, saca su varita debajo de una de las mangas de la blusa que lleva e incinera los pedazos de la carta. Se sienta a los pies de la cama y después de un momento escucho como empieza a sollozar. Sentía angustia y mucha tristeza, como si lo que sea que la afligiera, me afligiera a mí también. Me siento a su lado y levanto una mano para acariciar su cabello, pero solo consigo traspasarla, como si estuviera ahí pero no físicamente.
La puerta se abre despacio con la intención de no hacer ningún ruido, pero la persona que la abre falla en su intento y solo logra que ella, yo o bueno nosotras saquemos la varita en posición de ataque.
-Baja eso. – Esa voz, conozco esa voz. Estoy segura de que la he escuchado antes, pero ¿Dónde? Ella hace caso omiso de lo que él dice y sostiene con fuerza su varita. – Ainhoa, soy Liam... No puedes levantar la varita en contra de tu hermano mayor.
- Por solo 20 minutos. – Responde con una sonrisa, pero no baja la varita ni un milímetro. – ¿Qué es lo que quieres?
-Saber cómo estás, baja eso. – Su voz suena un poco autoritaria y yo sigo preguntándome en donde la he escuchado antes. – Ainhoa, no hagas berrinches, papá te está buscando.
-Sabes bien que él me matará, siempre lo has sabido. – Si ella soy yo, entonces ese de ahí es mi hermano.
-Por eso mismo tenemos que irnos. – Él extiende su mano hacía nosotras, mi instinto me dice que no deberíamos confiar en él, pero el de ella al parecer no. Guarda su varita y toma su mano, él nos guía fuera de la habitación por los oscuros pasillos de la que supongo es nuestra casa. Al parecer algo no está bien porque ella comienza a disminuir el paso hasta detenerse y hace que él lo haga. - ¿Qué pasa? – Su voz tiene un tono de vacilación, pero su postura lo hace lucir relajado.
- Sé a dónde me estás llevando. – Intenta retirar su mano de la suya, pero él ejerce presión. – Suéltame Liam. – Él ignora lo que dice y comienza a arrastrarla consigo, ella en un intento por soltarse lo golpea en las costillas con la mano que tiene libre y sale corriendo en dirección contraria. Se mete en la primera habitación que encuentra abierta.
Busca desesperada con la mirada un lugar donde esconderse y lo único que divisa es un armario, se mete en él e intenta regular su respiración. Se escuchan pasos afuera, ella se aferra a su varita y la puerta del armario se abre.
- ¡Expelliarmus! – El chico de hace unos momentos sale volando hacia el otro lado de la habitación y corremos fuera, baja las escaleras y atraviesa el vestíbulo de entrada, está a punto de llegar a la puerta.
- ¿A dónde crees que vas? – Ella se queda inmóvil por unos minutos, y yo giro intentando encontrar al dueño de esa voz que causa un escalofrío en mí. Ella toma la perilla de la puerta y la gira, pero esta no se abre.
- ¡Alohomora! – el encantamiento toca la puerta sin hacerle nada, ahora es que entiendo porque simplemente no desaparece, la casa esta sellada con magia.
-Ainhoa, ven con papá. - Esa voz me era familiar, no era la de mi padre, pero me resultaba demasiado familiar. - Liam, ve por tu hermana. - Miré hacia todos lados, no reconocía nada del lugar en el que estaba. Corrió escaleras abajo en dirección a las calderas, se metió en la primera habitación que encontró abierta, estaba a oscuras. Escuchamos unos pasos acercarse, dio dos pasos hacia atrás y la puerta se abrió dejando entrar un pequeño rayo de luz.
-Te encontré, Anhi. – Como odio esa acotación ridícula de mi nombre, entonces reconocí su voz. Un solo nombre atraviesa mi mente. Alexander Sokolov. - Sabes que a él no le gusta que entremos en esta habitación. – Un rayo de luz casi imperceptible golpea nuestro pecho, noto como ella comienza a relajarse y toma su mano con confianza. Una vez fuera del armario en el que estaba pude ver su rostro con mayor detenimiento. Sus ojos eran del color de una esmeralda, su cabello perfectamente peinado era tan cobrizo como el que alguna vez tuve, su tez era bronceada y una seriedad casi inquebrantable.
-Liam, no quiero verlo enserio. - El joven detiene su andar una vez que estamos fuera de la extraña habitación en la que nos habíamos metido. - Aún no tomo una decisión.
-No hay decisiones que tomar, Ainhoa. - Su voz suena más dura. - Él te eligió a ti entre los dos.
-Si logro aplazarlo hasta que mamá vuelva. - Logramos zafar de su agarre, se cruza de brazos y espera con la poca paciencia que le queda a que termine de hablar. - Quizás ella lo convenza, solo faltan dos días para que ella vuelva y menos de una semana para regresar al instituto. - Veo como una lágrima se desliza por su mejilla, suspira agotado y rodea su cuerpo con sus brazos. Ella busca con desesperación una salida, pero su cuerpo no responde.
-Yo no entiendo sus decisiones Ainhoa, pero tampoco estoy dispuesto a cuestionarlas. - La punta de su varita se encuentra en la boca de nuestro estómago, tratamos de liberarnos de su agarre, pero es inútil. Intento intervenir, ayudarnos; pero es como si fuera un fantasma dentro de esa escena, algo invisible e intangible. La desesperación me embarga al igual que el miedo. ¿Por qué miedo? - Lo siento...- Susurra. - DESMAIUS. - Observa por última vez sus ojos y se desmaya entre sus brazos. Él la carga y se dirige a la última habitación, puedo ver su rostro, algunas lágrimas caen por sus mejillas. No entiendo nada, el dolor de cabeza regresa y todo se empieza a hacer más confuso. Recuerdos de mi niñez se mezclan con otros que siento más propios. Dos niños corriendo. Liam. Siento un pequeño dolor en el pecho al recordar ese nombre.
No sé cuánto tiempo ha pasado hasta que comienza a reaccionar, me acerco a ella y me siento a sus pies en el suelo. Abre los ojos parpadeando hasta que logra acostumbrarse a la luz. Intenta moverse, pero estamos suspendidas en el aire y a pesar de que no ve las cadenas, puede sentir como unas imaginarias tiran de sus extremidades en todas las direcciones. Solo puedo observar la escena, me he resignado a ver qué es lo que pasa sin posibilidad de intervenir, ni si quiera encuentro mi varita.
-Te quitaré la rebeldía, así sea lo último que haga. - Busca con desesperación de dónde proviene la voz. Por mi parte solo fijo la mirada en el punto del que creo que procede aquella voz tan familiar y desconocida a la vez. - CRUCIO. - Intenta no gritar, pero no puede controlarlo y sus gritos de desesperación se filtran hasta lo más profundo de mi ser, duele mucho pero no es un dolor físico para mí. Siento su dolor, es el dolor de ser lastimada por alguien a quien amas. Ruega, sé que con todo lo que he vivido mi yo de ahora no lo haría; pero ella ruega por piedad, hasta casi quedarse sin voz. Sus muñecas se ven lastimadas por los movimientos bruscos que hace al agitarse por el dolor, esas cadenas no se ven, pero vaya que lastiman. La tortura continúa durante algunos minutos más, hasta que la voz de una mujer irrumpe en la habitación.
- ¡¿Qué demonios crees que estás haciendo?! - Esa voz. Una sola palabra cruza mi mente. Mamá. - Bájala de ahí ahora, Gellert. - ¿Bisabuelo? La confusión que siento comienza a hacer estragos en mi mente, el dolor es insoportable y casi puedo sentir como si me partieran la cabeza a la mitad. Un sonido hueco desvía mi atención, hemos caído al piso de golpe. Estamos inconscientes. Unos brazos la acunan y está tan cansada que no es capaz de mantener los ojos abiertos.
-Te atreves a desafiarme. – Apenas puedo ver su figura oculta detrás de una capucha color esmeralda. Su voz, aunque quisiese sonar amenazante, guarda cierto grado de respeto y afecto hacia quien iban dirigidas. - Esto es culpa tuya...
-No me culpes de tus malas decisiones. - La voz de esa mujer era firme, como si hubiese perdido totalmente el miedo. Me acerco un poco más y logro verla. Su cabello de color castaño cae hasta sus hombros en ondas, delgada y mucho más bajita que yo. Sus ojos son pardos y su semblante es serio ¿Dónde la he visto? - Si ella es quién la profecía afirma, tu fin será marcado por tu propio corazón oscuro. - La persona que nos había acunado entre sus brazos se levanta del suelo lentamente sin soltarnos. Corro para ver de quién se trata.
-Dumbledore. – El susurro se escapa de mis labios al ver su rostro. Por un momento creo que me ha escuchado porque su mirada se fija brevemente en el lugar en el que me encuentro, pero vuelve a fijar la vista en la escena entre la mujer y Gellert.
- ¡Te has atrevido a traerlo aquí! – Gellert es apenas consciente de la presencia de Dumbledore, la mujer se interpone entre él y nosotros. Su varita tan firme y levantada hacía él. Puedo notar la contradicción en los ojos de Gellert.
-Llévatela, por favor y no mires atrás. - Una de sus manos acaricia la frente de la chica en brazos de Dumbledore. - Adiós, Ainhoa. – La observo una vez más antes de que el vacío los arrastrara a la oscuridad. Han roto las protecciones de la casa. Solo están ellos dos parados uno frente al otro y comienzo a escuchar voces lejanas que me llaman. Logro escuchar un "Avada Kedavra" y entonces el dolor de cabeza y las voces me sacan de la escena. Siento que pierdo la consciencia y nuevamente estoy en el vacío en el que estaba al principio.
-Es hora de volver Ainhoa. - Pierdo la consciencia cuando la luz me absorbe completamente.
- Tiene que hacer algo, en su mente no hay nada. – No puedo dejar de caminar de un lado al otro por la enfermería. Comienzo a desesperarme, ella no reacciona y todos lo han tomado de formas distintas. Dumbledore no ha sabido como explicarle al ministerio ni a los padres de Potter como es que éste murió en una cámara que se supone no existía. Llevo mucho rato evitando explicar cómo es que sabía dónde estaba. ¿Mi explicación? Lo vi en un sueño premonitorio. – ¡Un mes, tiene un maldito mes en coma! – Me detengo frente a Dumbledore, él solo la mira con preocupación y hace caso omiso de lo que digo. – ¿Es que no piensa hacer nada? - A estas alturas ya ni siquiera me interesa el respeto profesor -alumno.
-Tom, detente. Podrían expulsarte. – Apenas soy consciente de la mano que tiene Lucretia en mi brazo, ni si quiera sé en qué momento he intentado sacar la varita. Dumbledore no se ha movido ni un milímetro, no sé a movido ni un centímetro desde que trajimos a Ainhoa aquí. Las únicas veces en que ha hablado fue cuando el ministro vino aquí en busca de respuestas.
-Liam. – Todos se giran hacia Ainhoa, apenas comenzaba a abrir los ojos. – Liam. – Repitió. Era el mismo nombre que había mencionado en casa de Flamel. Quise acercarme, pero Dumbledore me detuvo. Ella abrió los ojos de golpe.
- ¿Ainhoa? – La aludida desvía su mirada de uno a otro entre los presentes, todos la miran con preocupación, se detiene en Dumbledore. Frunce el ceño. - ¿Cómo te sientes?
- Tú. – Es todo lo que puede y alcanza a decir, los observo a ambos. – Siempre lo supiste Albus. – Él intenta acercarse a ella y yo me quedo estático en mi lugar, no soy el único. Nadie entiende nada. - ¿Dónde está Sokolov? – Se baja de la camilla y busca su varita, trato de acercarme y nuevamente Dumbledore me detiene, no puedo evitar gruñirle.
- No sé lo que recuerdes, ni a qué te estés refiriendo, pero es mejor que te calmes Ainhoa. - Ella ignora lo que dice y sigue buscando con desesperación su varita.
- Ainhoa. - Por un momento siento que su nombre solo se ha quedado en mi cabeza, pero ella fija su mirada en mí haciéndome saber que me ha escuchado. – Aquí está tu varita. – Saco su varita del bolsillo de mi túnica y la extiendo hacia ella. Me analiza de pies a cabeza antes de tomarla.
- ¿Quién eres? – Sus palabras abren un profundo agujero en mi pecho. Ella no me recuerda. Mira a todos, uno por uno. - ¿Quiénes son todos ustedes? – Dumbledore la mira con preocupación, pero no se mueve. Rodeo la camilla e intento acercarme a ella.
- Ainhoa. – Ella da un paso hacia atrás. Lucretia se aferra a su hermano, mientras Anastasia y Walburga lloran en silencio. Dolohov observa la escena incapaz de decir nada. – Soy Riddle.
- ¿Quién eres? – Repite. Doy un paso hacia ella y me apunta con la varita entre ceja y ceja.
-Soy Riddle, soy tu novio. – Su expresión cambia ligeramente pero enseguida vuelve a ponerse seria.
- No... no te recuerdo, no recuerdo a nadie. – Se aferra más a su varita y da un paso hacia mí, extiendo la mano hacia ella. Lucretia intenta acercarse a ella, Ainhoa reacciona más rápido. - ¡Expelliarmus! – Lucrecia impacta contra una de las camillas más cercana, todos sacan sus varitas y apuntan hacia ella.
- ¡Basta! – En un movimiento de varita Dumbledore ha desarmado a todos, Ainhoa lo fulmina con la mirada y se esconde detrás de mi espalda. – Es mejor que todos se retiren a sus habitaciones. Eso te incluye a ti Riddle.
- Él no se irá– Ainhoa se aferra a mi brazo y los demás comienzan a salir de la habitación. Dumbledore suspira y asiente, ella no relaja su posición y se aferra tan fuerte a mí que duele.
- ¿Ainhoa qué es lo que recuerdas? – Se relaja un poco y tira de mí para sentarnos en una de las camillas, Dumbledore toma asiento en la que ella había estado "durmiendo"
- ¿Dónde está Liam? – Otra vez ese nombre, comienza a fastidiarme un poco. – Siempre supiste la verdad, quien era o buen quien creía ser. – Dumbledore solo la observa y yo me siento cada vez más confundido.
- Sí. – Ella vuelve a presionar con fuerza mi brazo y esta vez sí me quejo de dolor. - ¿Quieres tener esta conversación delante de Riddle? – Ella me observa con detenimiento, no me reconoce; pero puedo sentir que sus sentimientos no cambian. Vacila antes de responder.
- ¿Debería? – No supe a quién refería la pregunta, sus ojos miraban fijamente los míos, sé que mi recuerdo está en algún lugar de su maltratada mente, lo sé.
- No creo que sea lo correcto por ahora. – Ella asiente sin dejar de mirarme. Ni si quiera me doy cuenta de cuando su varita apunta a la boca de mi estómago.
- Desmaius. – Pronuncia suavemente. – Lo siento. – La oscuridad se apodera de mí y entonces me dejo ir.
Han pasado quince días y ella no despierta, sabemos que está viva porque respira. Tengo miedo de que se pierda en su mente, en ese vacío infinito que ahora es su mente.
-Tom. – Desvío la mirada de Ainhoa y la fijo en Dumbledore, pareciera que ha envejecido un poco desde lo que pasó. – Ahora que todos se han ido a descansar, quiero preguntarte algo que ha estado dándome vueltas en la cabeza hace días.
-Dígame, profesor. – Suelto la mano de Ainhoa y giro completamente para quedar frente a él.
- Si Ainhoa no fuera quien es, ¿La amarías igual? – Su pregunta me coge desprevenido, realmente no sé qué contestar porque por primera vez no sé a lo que se refiere.
- No lo sé, supongo que sí.
-Si ella no fuera quien dice ser... - Hace una pausa, ordena sus ideas y continua. – Si ella viniera por ti, ¿Qué serías capaz de hacer?
- Siempre tuve esa sensación, sé que no tengo idea de quién es Ainhoa Grindelwald de verdad, pero... – Fijo la mirada en ella, se ve igual de hermosa que siempre, ¿Podría vivir sin ella? Creo que no. – Bueno ella y yo nos hemos lastimado en demasiadas ocasiones para contarlas, puedo levantar mi varita para lastimarla, pero no podría hacerle algo más. Creo que mi destino es pelear por y contra ella. Nos amamos y nos odiamos, es difícil saber cuál parte es más fuerte.
- Lo sabrás llegado el momento. – No entiendo lo que dice, pero prefiero no preguntar. Mi cabeza está llena de muchas cosas para agregarle una más. Ignoro su presencia y me concentro en Ainhoa.
-Quédate conmigo, Grindelwald. – Solo puedo observarla y esperar a que reaccione. Si su destino es matarme o yo a ella, creo que puede esperar.