Mientras se dirigían hacia el cuarto privado, Athena no podía evitar lucir una sonrisa de suficiencia. Había notado las expresiones en los rostros de sus excompañeros de clase cuando se dieron cuenta de que Hera estaba detrás del volante del admirado coche. Fue un momento de dulce satisfacción para Athena, ya que nunca se habían imaginado que ella y Hera, a quienes despreciaban, alguna vez tendrían la oportunidad de conducir coches aún más caros que los que ellos mismos poseían.
La atmósfera estaba cargada de tensión, tan palpable que incluso el sonido de un alfiler cayendo se podía escuchar a través del pasillo. Nadie parecía dispuesto a romper el incómodo silencio.