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Mientras tanto…
—¡Joaquín! —rugió Ismael mientras se abría paso por la entrada del palacio interior. Detrás de él estaban los caballeros reales, que habían jurado lealtad a él. Después de una ardua tarea de forzar su entrada con la ayuda del Grupo Valiente, que aún resistía contra los caballeros fuera del palacio imperial, había llegado hasta aquí.
Ismael no había visto a Román desde que escapó de la guillotina, pero estaba seguro de que, con todos los alborotos que se escuchaban desde dentro y fuera del palacio imperial, Román ya había encontrado su camino dentro. Él y su séquito se detuvieron cuando otra unidad de caballeros reales les bloqueó el paso.
Sus ojos brillaron, apretando más fuerte su espada. —¿Dónde está Joaquín?
—¡Impudente! —aulló un caballero—. ¿Cómo te atreves, un vil criminal, a dirigirte a Su Majestad tan desvergonzadamente?
—Tch —resopló el tercer príncipe, estirando el cuello de un lado a otro—. Es cierto… ahora él es el emperador.