—Ahh... —Aries arqueó la espalda, sosteniendo el cabecero de la cama a ambos lados de Abel. Ella se movía arriba y abajo, boca abierta, gimiendo por la tensión en su región inferior mientras él le chupaba el pezón y manoseaba el otro.
—Ahh... Abel... ¡uh! —Ella se estremeció y su voz sonó distante en su oído zumbante. Se sintió mareada mientras jadeaba, apretando alrededor de su grosor. Aries tembló cuando él mordió su pezón, manteniéndolo entre sus dientes, levantando la vista hacia ella.
—Se siente bien —dijo ella exhalando y se encorvó hacia él, plantándole un beso—. ¿Te gustó?
—Mucho —Él sonrió contra sus labios, besándola lentamente de vuelta.
—Haha... disfrutaste ser profanado, ¿eh? —ella lo provocó, mordiendo sus labios para luchar por la dominancia. Con el caos que ocurría en el palacio imperial después de la desaparición de Román, ninguno de los dos mostraba el más mínimo interés por el mundo exterior, aparte de ellos mismos.