Marissa se revolvía en su cama sin cesar. Rafael se había quedado en el hotel y los niños estaban con él.
¡Y aquí estaba ella! No haciendo otra cosa más que extrañarlo.
Miró el espacio a su lado, su mano aterrizó en el colchón y comenzó a acariciar el espacio.
—Sigues siendo ese hombre encantador que solía hablarme tan dulcemente cuando yo era tu cuñada —dijo ella en tono apagado—, nunca supe de este lado tuyo Rafael. Puede que haya tensión sexual entre nosotros. Pero no estoy dispuesta a renunciar a la parte de la lujuria —tomando un largo suspiro se recostó recta, mirando al techo.
—Desearía... desearía que nos hubiéramos conocido en circunstancias diferentes. Podríamos ser buenos amigos.
Pensó ella con un mohín.
La forma en que él cuidaba de ella y la forma en que la miraba y sonreía y respiraba...
Cada acción suya tenía clase.
Sin embargo, la realidad era dura. Él tenía una esposa en casa y Marissa no quería poner en peligro su relación aún más.
Ya estaba en un lío.