—Michael, amas a tu hermana, ¿verdad? Entonces, no te importaría unirte a ella… en el más allá.
Michael no podía moverse. Quería moverse, pero no podía. Era como si raíces brotaran del suelo y lo mantuvieran clavado en el lugar. Todo lo que podía hacer era mirar fijamente a la vil criatura que lo miraba con tal sed de sangre intensa.
Marcus lo miraba con una sonrisa tan malévola. Se sentía como si literalmente fuera un monstruo vestido con piel humana.
—Marcus —Michael exhaló sin vida—. ¿Cómo te convertiste en eso?
La esquina de los labios de Marcus se estiró más hasta que el lado de sus ojos se arrugó.
—Te mostraré.
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Mientras tanto...
—¡Adiós! —Elise estaba parada frente a su casa mientras despedía a Kenzo con la mano—. Cuídate en el camino a casa.